La consigna del presidente Juan Bosch por televisión: ¡Dominicanos el agua es vida, no la desperdicies!, todavía resuena en el oído popular. Quedó grabado, porque realmente sin agua no hay vida de ninguna especie en el mundo.  El agua es vital y determinante para existencia humana, animal  y vegetal.  El agua es sagrada.

En la agricultura es la fuente productora de alimentos para la vida,  la negación del agua es la sequía, que cuando está presente se convierte en tragedia.  En la mentalidad popular campesina la falta agua o de lluvia sin control es siempre un castigo divino, porque Dios es el Supremo Creador y nada ocurre sin que él lo permita.

Tradicionalmente, se invocaba al Señor, a la virgen o algún santo en especial para que lloviera en tiempo de sequía. Era frecuente realizar los “Rosarios” como penitencia.  Rezando, un grupo significativo de una comunidad hacía una penitencia a pies a un calvario, con una piedra en la cabeza, donde había una gran cruz, pidiéndole  eliminar la sequía y que enviara la lluvia.

Otros rezaban en sus conucos y le pedían varias veces al cielo, invocando a San Isidro el Labrador: ¡San Isidro, San Isidro el labrador, apiádate de nosotros, pon el agua (lluvia) y quita el sol”.  San Isidro era tan poderoso en manejar el agua y el sol que cuando había mucha lluvia se pedía al revés. Cuando había una recurrencia de relámpagos y de truenos, para que llegara la calma se invocaba entonces a Santa Bárbara, la patrona de Samaná.  En algunos lugares, además, se enterraban en las esquinas de las viviendas “piedras de rayos” que no eran más que hachas  indígenas petaloides protectoras, para evitar los rayos.

El agua como tragedia.

La simbolización del agua a nivel rural estaba ligada a la existencialidad humana, a las creencias, a las tradiciones y a la vida de la comunidad. Dejamos de ser herejes y entrar a la gracia de Dios por el bautismo y en él el agua es un elemento privilegiado.  San Juan Bautista era el santo de los esclavos, porque el río Jordán, donde Cristo fue bautizado, era sagrado y porque él representaba el agua como camino de la vuelta al África. Para los Congos de Villa Mella, la “canoíta”, instrumento musical, representa la simbolización de la canoa para la vuelta al África y su libertad.

En el  catolicismo los sacerdotes tenían la capacidad para “bendecir” el agua común y corriente, incluso esta se colocaba en pequeños recipientes (cantinitas) a la entrada de los templos para que los creyentes se mojaran los dedos como bienvenida de purificación al hacer la señal de la cruz. Por higiene fueron descartados. Pero cuando se le da el baño ritual a San Juan Bautista en el río de Baní, como simbolización  de la Sarandunga, el agua se purifica, hay un despojo entre los creyentes que entraron al río, los que se bañan, todos  llenan botellas para llevar a sus viviendas y servir para curar durante el año.

El agua para la comunidad era siempre una bendición de Dios y la sequía era un castigo divino, cuando caía demás. La primera agua de mayo era bendita, para muchas personas llenarse las manos de la misma, para eliminar las arrugas. Se recogía el agua en botellas para guardarla y ser utilizadas en contra de enfermedades y dolores. Lo mismo pasaba con la primera agua del año. En la agricultura, cosecha, sequía y lluvia eran el desvelo de los campesinos.  Su relación era determinante para el éxito final o no de la cosecha, que no dependía de él sino de Dios.

El campesino sabía en términos generales los meses de siembra de los diversos frutos teniendo en cuenta las fases de la luna y los meses de lluvia, aun así la incertidumbre era siempre una preocupación. No existía el servicio meteorológico, pero en las diversas comunidades existían “los cogedores de cabañuelas”, campesinos que se convertían en los voceros meteorológicos de consultas, cuyas afirmaciones sobre sequía y lluvia eran imprescindibles para la siembra.

Agua en el campo.

Los “cogedores de cabañuelas” a las doce de la noche del 31 de diciembre colocan en la solera de sus viviendas doce granos de sal que representaban los doce meses del año. Al  otro día temprano los verificaban y dependiendo del grado de humedad obtenían un diagnóstico. Eso lo hacían del 1 al 12 de enero. Los más estrictos lo verificaban del 13 al 24 de ese mes. En su diagnóstico sabían los días de la semana o del mes que había o no lluvia. Esto indicaba para los interesados cuando debían y que sembrar. El diagnóstico siempre era local.

En algunas comunidades existían los “Amarradores de Agua” campesinos expertos con poderes para desviar los nubarrones que seguro se tornarían aguaceros. Los campesinos que temían que fuera mucha agua y que le dañaran sus cosechas, o le tumbaran las flores nuevas, acudían donde ellos para que si cayera mucha lluvia ellos disminuirían su intensidad al mínimo en sus conucos con sus poderes. Para ellos, estos amarradores de agua tenían esta virtud.

Existían otros personajes que eran “Los Compartidores de agua”, campesinos que para los demás tenían el poder para aislar los conucos donde no debía caer la lluvia, sin importar la intensidad. Incluso ellos caminaban en pleno aguacero y no se mojaban.

En ríos donde habían charcos o lagunas eran lugares de mucha energía y eran los preferido de los indígenas, que algunos juraban haber visto. Al mismo tiempo, allí moraban los luases y las metresas que pertenecían a la División india del Vudú Dominicano.

En la creencia popular, se podía negar cualquier cosa, menos agua a un sediento, sin importan quien fuera, amigo o desconocido. Para protección en las viviendas debía de haber un vaso, una copa o un recipiente con agua para recoger todas las energías negativas que entraran. A Santa Clara, había que ponerle un vaso con agua, para que le aclarara el camino a los que salían de la vivienda. Incluso, cuando pasaba un entierro se tiraban varios jarros con agua para que el difunto siguiera en paz. Cuando no había acueducto, se hacía un pozo en la división de los patios.

Cuando habían diluvios como los de hace algunos días, en la mentalidad popular está  presente Noé y el diluvio universal. Él sabe, que no importan las consecuencias, siempre es un castigo divino por una sociedad descarriada. Esta vez, como antes, fue la corrupción, la impunidad y la violencia la responsable que no tocó a los actores responsables de este aconteciendo.