Santo Domingo querido qué difícil es andarte a veces. Domingo por la tarde, cuando uno entiende, por lógica, que la calle está suave y lista para disfrutar la belleza de la ciudad, especialmente ahora con los robles amarillos florecidos, pasa lo inesperado y que define muy bien la cultura pintoresca de nosotros, los dominicanos.

En la intersección de la Sarasota con Jiménez Moya estoy detenida por la luz roja y justo al cambio a verde un grupo de jóvenes que viene subiendo desde el sur detiene el tránsito con la premura que requiere una emergencia. Todos, asumo yo, pensamos que se trataba de una ambulancia que requería paso urgente y nos detuvimos para dar paso a un entierro.

Pasó la carroza, pasaron los dolientes y una caravana de motores que marcaba el paso de la procesión del muerto que iba camino al cementerio. Música, cerveza y carros acelerando atrás de la carroza junto a los que íbamos recorriendo la Churchill, todos juntos.

Para suerte de los dolientes el semáforo de la Rómulo Betancourt con Churchill estaba en verde y seguimos. La suerte se acabó en la intersección de la avenida 27 de febrero, donde se cruzan 4 carriles de cada lado. Antes de llegar, la puerta de atrás de la carroza se abrió mientras el chofer ni se enteraba de aquel fallo. Uno de los carros de la procesión rebasó, trató de avisarle sin éxito. El chofer ni se enteraba.

La pasajera de un vehículo intentó empujar la puerta con la carroza en marcha y tampoco se pudo. Evidentemente la puerta tenía un problema y se confirmó porque aún cuando se desmontó, la puerta seguía sin responder. Yo desde el otro carril veía todo y aún con el respeto que merecen los muertos, era prácticamente imposible no reír ante aquella lucha. Finalmente la puerta cerró, seguimos todos la marcha casi cómo parte del entierro de un desconocido.

Llegamos a la avenida 27 de febrero y aquí la cosa se puso seria. Ante aquellos cruces tan grandes y el flujo vehicular que allí se da, uno no se vuela una luz roja atento a cualquier Juan de los Palotes y aquí todos nos detuvimos y por ende, la carroza con todos los dolientes. No valieron señas ni esfuerzos de los motoristas, la procesión se detuvo y se sometió al cumplimiento de la Ley hasta que el semáforo nos concedió el paso con la luz verde.

La frustración por tener que cumplir la norma y la rabia de los personajes porque ninguno de los conductores nos prestamos para violar aquel temerario rojo, era digno de película.

Por dos cuadras y media rodé con la marcha fúnebre de un muerto ajeno como testigo de la cultura pintoresca del dominicano, que entendemos todos que nuestra urgencia es la de todos y la urgencia de la patria. Nos creemos por encima de la Ley y de la necesidad de hacer las cosas bien, correctamente. Es más, que es mal visto aquel que se empeña en hacer las cosas cómo manda el libro.

Nos falta mucho por conquistar, especialmente por el lado de conciencia ciudadana y por la cuota de autoridad de quienes están para velar por el cumplimiento de la ley.