La profundidad y peligrosidad de la reciente espiral de violencia que sacude Medio Oriente y la guerra de la Rusia de Putin contra Ucrania, provocan los más encendido debates entre los sectores que toman parte a favor o en contra de las partes en conflictos, sin que falten los que se oponen y/o condenen los hechos y las razones esgrimidas de las partes para justificar sus acciones. A pesar de que la justa e inapelable condena a Israel llega a un nivel de casi unanimidad, en ella existen importantes matices que llegan a nivel de divisiones entre quienes condenan a ese país por la barbarie que comete en Gaza. Algo parecido, aunque en mucho menor intensidad, sucede con las posiciones en torno a la invasión de Rusia a Ucrania.
Ante esos hechos, creo pertinente referirse a las tensiones y divisiones que estos provocan en el campo progresista, en la izquierda, al tiempo de formular algunas preguntas que entiendo cruciales para el futuro de esta corriente porque dependiendo de sus respuestas podría construir su identidad, su norte y su imprescindible inserción en este tiempo. Muchos, generalmente con pobrísimos argumentos, la dan por muerta pero no puede decretarse la muerte de una corriente que fue determinante en las aun vivas conquistas democráticas logradas en el discurrir del siglo XX, en los planos de inclusión social de amplios sectores excluidos, de las mujeres, de los derechos laborales de fortalecimiento de las instituciones políticas, etc.
Esa corriente no ha dicho su última palabra. Ante un auge de la ultraderecha que parece indetenible, en algunos lugares ha sabido ser factor determinante para frenar el impulso de esta. Pienso en España. Pero, para que ese ejemplo no quede como simple dato anecdótico es necesario que la izquierda se plantee seriamente algunas cuestiones que, a mi juicio, acentúan su tendencia hacia la insignificancia política en no pocos países. Que supere lo que parece ser un inveterado gusto hacia la división. Veamos, en el caso de la tragedia que actualmente sacude el Medio Oriente y que en diversas formas amenaza con generalizarse en tres continentes, las respuestas de la izquierda, en algunos casos, han sido además de erróneas, escandalosas e irresponsables.
Sin paliativos, ha sido condena de la izquierda judía de EEUU y del mundo, incluyendo la de Israel, al holocausto en que ese país ha convertido Gaza. Pero, también, ha condenado la brutal acción de Hamás, haciendo honor a la firmeza y objetividad de la tradición izquierdista de incontables intelectuales y ciudadanos de origen judío. Sin embargo, la mayor componente de la izquierda francesa se ha negado a condenar a Hamás, acentuando la suicida división de la izquierda en un país donde la ultraderecha xenófoba y racista se ha constituido en el principal partido y principal amenaza contra la democracia. Un despropósito, un insulto a la verdadera tradición insumisa de Francia, cuna del pensamiento socialista.
Algunos izquierdistas llaman a la unidad para derrotar la locura del gobierno israelí con sus matanzas de niños, mujeres e inocentes en Gaza. Pero ¿cómo puede lograrse una unidad democrática y laica junto a fundamentalistas político/religiosos (grupales y de Estados) que permiten que se apuñalen y golpeen mujeres en las calles por andar con el rostro al descubierto?, que las persigan por reclamar sus derechos, que difunden el odio racista/religioso contra los judíos y que, contrario a la casi totalidad de los países árabes, les niegan su derecho a un Estado. Cuando la pasión política se convierte en religión se incurre en actos de barbaries o apoyar estados que se sustentan en la barbarie
En Occidente, varias mediciones indican que más que los hombres, las mujeres son proclives a votar contra la derecha, constituyéndose en muro de contención de la avalancha ultraderechista. Se registra también que los jóvenes de 18 a 35 años votan más por partidos conservadores o de derechas que aquellos de 35-40 años en adelante. Una tragedia. Por consiguiente, apoyando gobiernos represivos, por su supuesto antiimperialismo, resulta imposible que la izquierda se vincule con esos sectores y que le sea más difícil frenar el auge de la bestia de la intolerancia: la ultraderecha xenófoba y racista. A ese propósito, vale preguntarse ¿pueden ser modelos para esos sectores, un gobierno que a sus opositores le exija el silencio y si no lo hacen les plantee dos opciones: la cárcel o el exilio?
¿No es un oprobio que existan gobiernos donde si se es público opositor se le manda a la cárcel o al exilio, declarándolos apátridas cancelándoles sus documentos de identidad personal? ¿O que uno autoproclamado o llamado de izquierda, ahora se erige en árbitro de unas elecciones en la que solo permite la participación de aquellos que al gobierno le da la gana? Esos países sufren una indetenible sangría de profesionales y de ciudadanos que emigran, privándose la sociedad de gran parte de sus mejores talentos. Son inaceptables anti-modelos. En este tiempo de conflictos que amenazan el futuro de la humanidad, la izquierda puede aportar su potencial de imaginación para las protestas, su proverbial resistencia y resiliencia para evitar la hecatombe, como dice Goran Therborn.
Pero sería más efectiva con una identidad y propuesta de sociedad plural y superior.