En la medida en que el tiempo pasa, la estabilidad de las personas y de las naciones se vuelve más distante. Aquellos tiempos en los que parecía que el ser humano tenía el control de todo, ya pasó; de esto solo quedan historias y vagos recuerdos. Los cambios mundiales tienen el control de todo. Estas transformaciones se encargan de mantener a la humanidad en vilo. Le recuerdan que ahora rigen formas distintas de entender y de vivir lo que ayer se consideraba como estable, en la vida personal y social. Todavía este cambio brusco no es asimilado por la mayoría de las personas y de los pueblos. Se continúa anhelando aquella época en la que parecía que todo estaba previsto y bajo control. Hoy existe poca posibilidad de volver a disfrutar de aquella estabilidad que permitía predecir y planificar hechos; y vivir como normal la vida cotidiana. La incertidumbre rige, gobierna cada paso de la mujer, del hombre y de las naciones. Los movimientos de las personas y de los pueblos están interconectados. Aunque no se desee ni se quiera, la interdependencia entre los humanos y entre las regiones del mundo, cada vez adquiere más fuerza y presiona las relaciones y las formas de actuación.
Las evidencias del arraigo y del dominio de la incertidumbre personal y social se palpan cada día. Un caso actual, lo que ocurre entre Rusia y Ucrania, habla por sí solo de lo que se plantea en este artículo. Las consecuencias de la confrontación entre estos países inciden de forma directa en otras regiones próximas y lejanas. La paz de los afectados directamente y de los que están a miles de kilómetros se fractura; la vida no es igual. En ambos sectores se producen alteraciones que trastruecan planes, programas y, sobre todo, la convivencia mundial, regional y local. Pero ya es tiempo de que la incertidumbre que permea todo el quehacer mundial se asuma como una oportunidad para un reaprendizaje continuo. En vez de alimentar angustias personales, institucionales y sociales, la incertidumbre requiere un tratamiento educativo, además del psicosocial. La educación en tiempos de incertidumbre ha de ser un eje transversal de la acción educativa. Adoptar esta política educativa previene suicidios y garantiza el desarrollo de actitudes y valores para una gobernanza más efectiva de las tensiones y de los riesgos.
La incertidumbre constituye una oportunidad para establecer rupturas en la rutina diaria y en el desempeño laboral y profesional. Es una ocasión para abrirle paso a la imaginación creativa y crear nuevas maneras de concebir y gestionar los problemas, ordinarios y extraordinarios. Esta forma de educar ya no es una elección; viene impuesta por las transformaciones gestadas por el desarrollo de las ciencias y de las tecnologías de la información y de la comunicación. El incremento de la incertidumbre cuestiona la monotonía de la rutina escolar, la fuerza prescriptiva del diseño curricular y el déficit de diálogo de los centros educativos con la realidad inmediata y global. La asunción de la incertidumbre como una oportunidad para el reaprendizaje requiere de las autoridades, de los docentes y de los estudiantes, un ejercicio de libertad. Le demanda a la educación concepciones y miradas más innovadoras. Le exige una posición comprometida con las transformaciones que la misma incertidumbre sugiere. La incertidumbre no se puede manejar como un hecho fortuito. Es una cultura que se va gestando día a día, de la cual no podemos sustraernos. Por ello las políticas educativas requieren revisión y actualización. Estos dos procesos no esperan. La educación que se requiere hoy no puede ofrecerse al margen de lo que la época demanda. Si se obvia este requerimiento, la deserción, el abandono escolar, se profundizará; y la escuela pronto se volverá un espacio vacío. Los niños, los adolescentes y los jóvenes , nativos de los tiempos de incertidumbre, no resisten la involución ni las prácticas estáticas. Desde esta perspectiva, la incertidumbre como oportunidad para el reaprendizaje es una lógica y un proceso necesario para la educación actual y futura.