Hablando del poder de la literatura, nuestra laureada poeta, narradora, ensayista e historiadora de arte Jeannette Miller (2018), ha dicho que “la lectura es liberación”, que despierta sentimientos que llevamos escondidos y que aún en momentos difíciles nos ayuda a descubrir la felicidad de encontrarnos a nosotros mismos, de encontrar la verdad, de ser libres.
Esta narrativa enuncia la huella ética de la literatura. Dado que las reflexiones generadas desde el texto literario despiertan en el lector la imaginación y la formación ética, permitiendo además identificar espacios éticos significativos.
De ahí que la aspiración de que todos los ciudadanos “aprendan a leer” tiene una dimensión democrática paralela a una dimensión ética ya que la comprensión y valoración de los elementos éticos proyectados en los textos literarios constituyen guías para encontrar el sentido de muchas dimensiones de la vida y los anhelos de la protección que otorgan los derechos.
El mundo que representan los relatos y redes que organizan las acciones no son éticamente neutros. La literatura también tiene el poder de expresar una “moralidad proyectada”, que constituye una fuente de reflexión ética que hace posible a la comprensión del sujeto y del sentido de la vida.
A las cualidades éticas atribuidas a los personajes se suma el mundo interior de los protagonistas en un proceso de valoración a la luz de las normas y valores que predominan en el hábitat social y que siempre dejan huellas en el comportamiento individual y colectivo..
Estas huellas siempre salen a flote individual o colectivamente. “No hay acción que no suscite, por poco que sea, aprobación o reprobación, según una jerarquía de valores cuyos polos son la bondad y la maldad” (Ricoeur, 1983:94).
Relacionado con lo anterior, cabe decir “que la vivencia narrativa de la ética se manifiesta desde situaciones cercanas al lector. En ese sentido, los personajes manifiestan conductas asociadas a la realización del valor por aprobación o desaprobación”.
La representación contextual expresa la forma en que se viven los valores y su influencia en la vida cotidiana y en el modo en el que se rigen las interacciones sociales, ampliando la moralidad hasta los límites considerados como políticamente correctos.
El escritor tiene la oportunidad y la responsabilidad de estimular la comprensión y la inteligencia interpretativa de la vida. El relato literario es portador de preferencias y prioridades éticas. “La narrativa es el fundamento de la ética como visión contada del verdadero modo de vivir” (Kemp, 1997: 33).
La eticidad de la literatura no es una condición que surge al margen de la jerarquía de valores del escritor y del lector. “La escritura es considerada como un modo de pensar la literatura que realiza el escritor a través de una elección de conciencia” (Garbiñe Salabarría, 2015).
La palabra literaria siempre será ética porque explora e ilumina los caminos del complejo arte de vivir, ofreciendo alternativas para conocer la verdad, la felicidad y la libertad. Leer, nutrirse de la literatura, es un derecho que no puede ser negado ni violado.