La República Dominicana forma parte del grupo de países que tiene una economía con el incremento macroeconómico más elevado de América Latina y el Caribe. En ese mismo orden, forma parte de las economías que más crecen en el mundo. Pero, esto no se nota en la distribución de los bienes y servicios. Por ello la desigualdad persiste y afecta a la mayoría de los ciudadanos. Aunque economistas muy dotados de nuestra nación afirman que los maestros son los profesionales mejor pagados de esta sociedad, esto no aplica. Esos economistas no se han detenido a identificar y a analizar lo que hace un maestro responsable y con vocación en la escuela.
Los maestros, además del trabajo en el aula, son los cuidadores de los estudiantes en los recesos; son los asistentes en los espacios de desayuno escolar y de cualquier tipo de alimentación. Asimismo, son los sustitutos de las familias que no asumen la educación de sus hijos y se distancian de la escuela. Son, también, los que velan por la integridad del centro educativo, donde el director es un instrumento del gobierno de turno o de una de las potentes corrientes de la Asociación Dominicana de Profesores (ADP). Son, además, los que no cuentan con tiempo planificado, institucionalmente, para planificar, investigar y analizar los procesos y resultados que se espera impulsen y produzcan.
Las condiciones de los maestros son más cuestionables cuando observamos que el proceso de acompañamiento a la práctica educativa es simbólico. No tiene sistematicidad, ni mucho menos, un programa que posibilite orientación sistémica y de calidad. Lectores de este artículo podrán argumentar que los maestros tienen formación de baja calidad y por eso no merecen condiciones dignas. Les recuerdo que los maestros no se autodesignan. El responsable de la baja calidad es el Estado dominicano. Este valora la calidad de la educación en el discurso, pero en la práctica sucede otra cosa. Sobre este problema no hay que hablar mucho, puesto que el uso que se le ha dado al 4 %, dice más.
No defiendo la irresponsabilidad de maestros que están en las aulas haciendo daño. Lo hacen por haber llegado al centro educativo premiado por la lotería clientelista de los partidos políticos, por la indiferencia de la sociedad a la cultura clientelar, y por la hegemonía del lado más abominable de los partidos políticos: la instrumentalización de la educación y de uno de sus actores principales, el maestro. Todo lo que planteo no es para celebrar el incremento salarial que la ADP negocia en estos momentos con el Ministerio de Educación. Parto de una breve descripción de la realidad magisterial, para hacer memoria de su situación, que es opuesta a la arenga de economistas y comunicadores.
No festejo la solicitud de incremento de salarios sin evaluación del desempeño docente. En esto soy firme. No es correcto continuar esta política. Contradice el interés de un fortalecimiento real de la calidad de la educación. Lo primero que se ha de negociar es la evaluación de los procesos y de los resultados. Además de la evaluación del desempeño de los docentes, se ha de evaluar el desempeño del Ministerio de Educación de la República Dominicana. La evaluación debe ser global, no parcial. La receptividad del Ministro de Educación actual ha de llegar hasta este nivel. Sí, debería propugnar por una evaluación del desempeño docente y del trabajo del Ministerio.
Esta evaluación debería realizarse cada año, aunque resulte costosa. Este proceso sí puede arrojar luces para reorientar políticas, decisiones y prácticas. Estas luces podrían dar origen a una educación más cualificada y equitativa. Todavía no comprendo por qué se le tiene miedo a la evaluación. Este proceso es imprescindible para constatar los aprendizajes, los cambios significativos y las mejoras necesarias. Las organizaciones que agrupan a los maestros, técnicos y directores deberían ser las primeras en luchar por procesos evaluativos institucionalizados y sistemáticos. Estos procesos benefician a los actores señalados y a la sociedad.
Considero que las reglas para el incremento de salario tienen que cambiar. De no hacerlo, se evidencia una contradicción. Se deben aumentar los salarios con base a procesos y resultados que evidencien progresos reales en los aprendizajes de los estudiantes, de los docentes y de las instituciones educativas, como organizaciones que aprenden. Me opongo a una negociación de incremento salarial, sin más. Urge una coherencia lúcida entre los gemidos por el déficit de calidad en la educación dominicana y lo que se hace en la realidad. Me parece que solicito algo imposible. El tiempo electoral produce pánico. Se impone. Los votos pueden más. El poder del tiempo electoral hay que triturarlo.
Estamos de acuerdo con evaluación del desempeño docente e incremento salarial, ponderando procesos y resultados de aprendizaje. Incremento salarial sin evaluación del desempeño, no. Esta posición es firme, por la estima y el reconocimiento que les tengo a los maestros dominicanos; y por la necesidad que tiene el sistema educativo dominicano de fundamentación y de resultados que transformen la vida de los ciudadanos y de la sociedad dominicana.