"’Quien no entiende los brotes de violencia de los palestinos, en cualquiera de sus facciones, no entiende los brotes de violencia de los negros norteamericanos, o los de los nativos americanos en su momento, guardando las inmensas diferencias históricas, políticas y religiosas".
Voy a plantear algunas consideraciones acerca de los recientes acontecimientos ocurridos en Medio Oriente, corriendo el riesgo de ser malentendido, sobre todo en el caso de que algunos de mis lectores sean sionistas o “neutrales”.
Pero es imposible entender lo que pasa y ha estado pasando en esa parte del mundo sin conocer la historia de esa región.
Por siglos, en Palestina convivieron judíos, cristianos y musulmanes, cada uno respetando las creencias y cultos del otro, sinagogas, iglesias y mezquitas eran sedes de las tres principales religiones mosaicas. Hasta que el poder colonial intervino.
La riqueza de la región despertó la codicia de las potencias coloniales europeas de los Siglos XIX y XX, que desde antes habían comenzado su penetración con iniciativas comerciales que luego se tradujeron en injerencias en los gobiernos locales (G. Morales, El Debate); Francia, Rusia y el Reino Unido protagonizaron esa avanzada, para asegurarse concesiones monopólicas y arancelarias, amparadas en acuerdos de extraterritorialidad que implicaban una impunidad velada.
Tras la derrota y liquidación del imperio otomano, luego de la Primera Guerra Mundial, Francia controlaría el sudeste de Anatolia, la provincia de Mosul (actual Irak), Siria y el Líbano. Por su parte, los británicos se quedarían con la Mesopotamia, Transjordania y el desierto de Neguev (en el actual Israel). Palestina sería administrada por la comunidad internacional (Ibidem).
Ya en 1917 los británicos había embaucado a los hebreos, mediante la Declaración de Balfour, que prometía la creación de un “hogar nacional para el pueblo judío en Palestina”.
En 1923, franceses y británicos crearon las fronteras modernas de Siria y el Líbano (Francia), Irak, Palestina y Jordania (Reino Unido), de esas decisiones derivarían históricamente las guerras de Irak, Siria y Palestina.
En 1948, la ONU emite la Resolución 181, que establece la creación de dos estado en Palestina: uno judío y uno árabe. Pero horas antes del cese del mandato británico sobre Palestina, Israel declara su independencia, provocando así la guerra árabe-israelí, que terminó con la victoria de Israel sobre Egipto, Irak, Líbano, Siria, Transjordania, Arabia Saudí y Yemen. Al final de la contienda, Israel expandió su territorio, sobrepasando los límites que establecía la Resolución 181 de la ONU, dando inicio a lo que los palestinos han llamado la nakba (catástrofe).
A partir de entonces, con cada enfrentamiento árabe-israelí, Israel ha expandido sus fronteras, a expensas de territorio palestino (as.com).
Como todo ser humano sensible, condeno la violencia genocida y puntual de Hamas, como condeno la violencia genocida y sistemática de los sionistas de Israel (es necesario diferenciar a los israelitas de los sionistas, que hoy gobiernan ese país).
Quien no entiende los brotes de violencia de los palestinos, en cualquiera de sus facciones, no entiende los brotes de violencia de los negros norteamericanos, o los de los nativos americanos en su momento, guardando las inmensas diferencias históricas, políticas y religiosas.
La reacción natural y necesaria ante la barbarie, es la que leemos en la historia y la que vemos hoy día. Siglos de opresión, ocupación y expropiación, de marginalidad y negación de derechos, son la fórmula perfecta para lo que ocurrió el sábado pasado y lo que con seguridad seguirá ocurriendo en el futuro mediato e inmediato.
Porque la resignación no existe en el diccionario de los pueblos sometidos y oprimidos, y las victorias, en situaciones como la actual, siempre serán pírricas.
La solución, la única solución a este conflicto que lleva más de medio siglo, es que Israel desocupe todos los territorios que ha ocupado en Palestina, regresando a los límites que estableciera la Resolución 181 de la ONU, que se reconozca la legitimidad y legalidad de la existencia del estado palestino, así como la de Israel (aunque su existencia como estado contravenga los dictados de la Torah).
Y créanme, solo habrá paz duradera, cuando el pueblo palestino, por fin, tenga esperanzas.