La educación si tiene color, pero la adornan todos los colores del arcoíris y algo más. He planteado en reiteradas situaciones e insisto en ello, que la educación de un país es un bien social, un bien ciudadano, que debe ser preservado por encima de cualquier otro interés personal o corporativo que la secuestre.
No educamos para una orientación ideológica política determinada, como tampoco para un partido en particular. Educamos ciudadanos para la sociedad y para el mundo.
No he escuchado ningún discurso de político alguno que no planteé la necesidad y hasta el compromiso por una educación de calidad. Todos dicen aspirar, por lo menos en el discurso, a ese fin.
Sin embargo, esas mismas personas que dicen anhelar y desear esa educación no se muestran capaces de reunirse, escucharse, respetarse en sus planteamientos, de buscar maneras de construir consensos para lograr alcanzar los propósitos que enarbolan en sus discursos de campañas. No. En su accionar político impera la negación misma de lo enarbolado, dejando entrever que una educación por el respeto, la participación y la democracia, es solo eso, un discurso más no una actitud que predisponga, que guíe su accionar público y privado.
Reitero, educamos niños, niñas y jóvenes para que, en la vida adulta, ejerzan como ciudadanos en beneficio de todos y de todas. Para que aprendan el valor de la diversidad de ideas y la participación; para que sean capaces de respetar al que tiene ideas contrarias a las suyas; para que aprendan y promuevan la vida democrática, el diálogo constructivo. Para que reconozcan y asuman sus deberes como sus derechos ciudadanos. No me imagino que haya dudas al respecto.
La educación no tiene color, porque los colores de la educación lo único que deben reflejar es la diversidad de lo que somos como pueblo, de la colorida diversidad de nuestra propia naturaleza, como de nuestros mares y nuestros cielos.
Educar es modelar y enraizar en el alma de los niños, niñas y adolescentes maneras distintas de comprender y actuar en la vida. De generar cualidades expansivas y positivas que contribuyan con nuestro bienestar y nuestra felicidad como persona y como pueblo.
El grito de García de la Concha al presidente Horacio Vázquez cobra mayor sentido hoy: la política partidaria debe estar fuera de la escuela. La escuela no puede seguir sujeta a los decires y mal decires de la política partidaria. De los egos que se enarbolan como únicos depositarios de las soluciones al tema educativo. Los más de treinta años en el sector educativo me ha mostrado que son solo eso, egos, no realidades.
¿Qué será necesario que ocurra para que abran sus ojos y permitan que la realidad aflore tal y como ella es?
Los discursos ideológicos, como la ideología misma como “falsa conciencia”, generalmente niegan la realidad en su totalidad o parte de ella, y solo ven lo que se quiere ver. Constituyéndose en su origen mismo, en una negación de la realidad. Siempre los males están en los otros, pues la verdad solo existe de su lado, por supuesto, su verdad. Tal presunción es tan fuerte que no es capaz de darse cuenta que su visión es sesgada, miope incluso, pues solo representa un punto de vista de lo que acontece en el sector educativo.
Quizás haga falta en nuestro país que sean los propios estudiantes y sus familias que se levanten cuaderno y lápiz en alto, y griten a todo pulmón…
¡Una educación de calidad es un derecho que nos asiste y no un slogan de campaña! ¡Es una necesidad imperiosa para nuestro bienestar presente y futuro, que es al mismo tiempo el bienestar presente y futuro de nuestro país!
Es una pena, por añadidura, que gran parte del magisterio dominicano se encuentre atrapado en esa lógica, sin darse cuenta de que la misma niega la esencia de su ser maestro, pues educar es liberar, jamás atar; educar es expandir, nunca constreñir; educar es hacer camino al andar, no cubrir el camino de piedras y espinas ideológicas; educar es sembrar todos los días, pues todos los días la cosecha es necesaria.
Si queremos una mejor educación, es decir, una educación de calidad, la misma desde su epílogo deberá ser despojada de todos los intereses foráneos que niegan su esencia libertaria y democratizadora. Deberá estar fuera de los discursos de campañas, que solo la empañan y la minimizan.