De nuevo, en las últimas semanas, el tema de la educación poniendo de relieve el monto de su presupuesto, la calidad del gasto, el pacto por la educación, clases y más clases perdidas, el gremio de maestros y muchas otras cuestiones al respecto, ocupan los titulares de la prensa y programas de televisión.
Educación pública, pasto para depredadores fue el título que encabezó el editorial de Acento recientemente. Y no es para menos. El enorme esfuerzo social por darle a la educación lo que por ley le era asignado, movilizó a grandes sectores de la sociedad y desde el 2013 hasta el año pasado más de 28 mil millones de dólares han sido destinado al sector.
Por supuesto y como lo ponen en evidencia las evaluaciones y estudios nacionales e internacionales, los logros de aprendizaje de nuestros estudiantes aún están muy lejos de lo que se esperaba. Cuestiones básicas como la lectura y la comprensión lectora, así como operaciones básicas de la matemática y el pensamiento lógico, están a la espera.
El gremio de maestros en todos los períodos de gobierno desde entonces, le ha sacado un jugoso provecho al presupuesto educativo desde que se aplica el 4% del PIB. En el referido editorial se señala “que los salarios de los maestros se han llevado el 60% de los fondos del 4% de la educación pública…”.
De esa manera, la educación pública de nuevo es objeto de comentarios, denuncias, debates, reflexiones a través de diferentes medios televisivos, radiales y escritos, reclamando la necesaria preservación de los derechos de todos los estudiantes, sobre todo los más pobres, a recibir una educación de calidad.
El gremio de maestros, de nuevo, paraliza la docencia cuando está a punto de terminar el año escolar bajo la bandera de un aumento salarial que, según dicen, fue consensuado con las autoridades de educación y que estas se han negado a cumplir. Otra vez, quienes no tienen nada que ver con esos acuerdos terminan pagando los platos rotos.
No parece comprensible que luego de más de 30 años de reformas educativas, con el estreno de un nuevo currículo, una nueva ley, un conjunto de organismos ministeriales y miles de horas de reuniones y páginas de documentos, por no decir los miles de millones gastados en el sector, no exista una política de la carrera docente que permita y asegure el desarrollo y crecimiento de ese personal con los ajustes salariales necesarios por mérito.
Años tras años el tema de aumento salarial a los docentes se ha convertido en la razón fundamental para la “organización de la lucha por mejorar las condiciones de vida de los maestros” por parte de la dirigencia gremial y con ello, “solidificar su liderazgo en el sector educativo”.
Los maestros aprendieron muy temprano la necesidad de contar siempre con una dirigencia sindical contraria al partido de gobierno y con ello, generar la presión necesaria para alcanzar mejorías significativas en su salario y en las condiciones de trabajo, sin que signifique mejores y más altos aprendizajes de los estudiantes.
Que tienen mayor control de las escuelas, eso es innegable, cuando incluso los propios directores de los centros educativos, en su mayoría, siguen respondiendo o se ven presionados a responder a las directrices del gremio, aunque su condición laboral les obligue a tomar una licencia por el cambio de funciones y responsabilidades que supone la dirección de un centro.
Esto último está claramente especificado en el Art. 141 de la Ley General de Educación y el Art. 25 y su Párrafo del Reglamento del Estatuto del Docente, en que se especifica que “el desempeño simultáneo de funciones directivas del Sistema Educativo y de una organización magisterial son incompatibles”.
El asunto tiene un alcance mayor y se complejiza pues el gremio como “frente de masas”, nomenclatura muy utilizada en los años 60 y 70, al igual que los funcionarios del ministerio de educación, generalmente responden a las directrices políticas de los partidos del sistema, así sea de determinados líderes políticos nacionales como incluso provinciales.
La bandera de la preservación de la autonomía de la educación y la escuela debe seguir siendo enarbolada, siguiendo el ejemplo de Osvaldo García de la Concha, maestro y genio dominicano, que hacia mediados de los años 20 de los 1900 le planteó al presiente entonces Horacio Vázquez la necesidad de sacar la política del entorno educativo.
¿Seguiremos repitiendo y reproduciendo constantemente esa cultura política sin visión de futuro, atrapada en el inmediatismo coyuntural o algún día asumiremos el sueño duartiano plasmado en el óleo de Luis Desangles (1982) “El sueño de Duarte”?
Una educación pensada y construida en ese sentido, traspasaría toda aspiración coyuntural y, por supuesto, la preservaría de una cultura política cortoplacista y cleptocrática, que la toma como forma de promover el oportunismo, el patrimonialismo y el nepotismo, que tanto daño hace y ha hecho a nuestros pueblos latinoamericanos y a nuestro propio país.