Por más de tres décadas, la educación dominicana ha sido objeto de estudios, debates y reflexiones, como también de grandes planes y hasta de pactos, en procura de su transformación. Entre lo que acontecía en la década de los ochenta a los años actuales se aprecian cambios importantes en algunos aspectos, solo que las expectativas que nos planteamos respecto a los logros de aprendizaje de los estudiantes siguen siendo una tarea pendiente, por ponerlo de manera suave para todos.
Un año de debates y consultas como Plan Educativo, un proceso diagnóstico social de gran envergadura, dos planes decenales de educación llevados a cabo, dos pactos por una educación de calidad, la aplicación del 4% del producto bruto interno al sector educativo y muchas otras iniciativas públicas y privadas, aún no han sido suficientes para alcanzar lo que la sociedad anhela, una educación de calidad.
En el caso de nuestro país, como puede ser la realidad de casi todos los países, prácticamente un tercio de su población es convocada día a día a aprender, a desarrollar en todos los sentidos sus capacidades y posibilidades. No de otra manera se puede entender el peso de la inversión que se dedica a la educación, que en nuestro caso alcanza más o menos el 4% del PIB como hemos dicho antes.
Para hacernos una mejor idea de lo que significa esta inversión visitemos la página web datosmacro y, de manera particular, gasto público en educación, en la que encontraremos la información mundial de esta inversión y en la que podemos observar algunos países con inversiones mucho menores al estipulado por República Dominicana, como otros con inversiones superiores con mucho al nuestro[1]. El tamaño de la inversión en educación en el mundo es un buen indicador de la importancia que hoy se le da a la educación básica.
Sin embargo, y como se ha reiterado en muchos espacios, el tema no es solo el porcentaje de inversión sino la calidad del gasto, es decir, en cuáles son las prioridades en que dicha inversión se hace y cuáles mecanismos de control y fiscalización se llevan a cabo para su cumplimiento.
El pasado 15 de agosto por este mismo medio publiqué un artículo con el título “Siento un alivio en el corazón de la educación”, en el cual ponía de relieve la distribución del presupuesto en educación considerando el gasto corriente versus el gasto de capital. En un reportaje de la periodista Leonora Ramírez del periódico Hoy a partir de una interesante conversación-entrevista que sostuviéramos recientemente, algunas de estas ideas fueron ampliadas y puestas en contexto histórico en un reportaje que ocupó algunas páginas del periódico durante unos cuatro días desde el lunes 29 de agosto al jueves 1 de septiembre. La periodista le sacó filo a dicha entrevista.
El actual ministro, profesor Ángel Hernández, le dio un buen pellizco al tema iniciando su gestión, pues no solo reconoció el importante monto de inversión y su bajo impacto en los aprendizajes de los estudiantes, sino que incluso puso el grito al cielo al señalar el número de “servidores públicos” enrolados en la nómina del ministerio.
Hay preguntas que quizás es oportuno formularse a fin de reflexionar y formular estrategias que garanticen algunos cambios en el sistema educativo.
- ¿Esperamos que nuestros estudiantes muestren mayores logros de aprendizaje en las evaluaciones diagnósticas nacionales, como en los estudios internacionales cuando las escuelas carecen de los materiales didácticos necesarios, como todavía incluso, los registros de grados?
- ¿Cómo a pesar de los discursos y eventos realizados sobre el tema, muchas escuelas aún carecen de agua potable y electricidad, y qué decir de acceso a la internet, mientras se gastan sumas incontables en tabletas y laptops?
- ¿Es posible tener altas expectativas de logros en nuestros estudiantes cuando a pesar de las evidencias existentes acerca de las bajas competencias profesionales de muchos de nuestros maestros aún no se llevan a cabo, o se hace de manera muy limitada y tangencial, las acciones necesarias de un proceso de formación continua y acompañamiento pedagógico?
- ¿O que incluso, por la presión de algunos sectores se intente restarle nivel de exigencia al acceso a la formación inicial docente, como incluso a la incorporación a la carrera docente misma a través del concurso docente?
- ¿Cuándo nos daremos cuenta del impacto negativo que tiene en las escuelas y en su personal docente que el cambio de autoridad significa de inmediato cambios dramáticos en las políticas educativas? O ¿Hasta cuándo la discontinuidad de las políticas públicas en educación es la política por seguir con independencia de si se cambia o no de partido de gobierno?
- ¿Cuándo se pondrá fin a la cultura política de convertir los cargos territoriales de directores regionales o distritales en trampolines para cargos electivos en otros ámbitos del estado, o hasta cuándo autoridades de otros ámbitos del estado son quienes deciden quién si o quién no puede ser director regional o distrital?
- ¿Cuándo la nómina administrativa del sector educativo dejará de estar a la disposición del pago a labores de campaña?
- ¿Cuándo incluso las políticas educativas que se definen técnicamente en los organismos centrales y que son aprobados por el Consejo Nacional de Educación podrán ser llevadas a cabo con cierta certidumbre en las escuelas con independencia del interés o la anuencia de algún dirigente provincial u otro del sindicato de maestros?
Son muchos y complejos los temas que el sector educación enfrenta. Si fuéramos una sociedad que se respetara y que al mismo tiempo respeta a la institución social que tiene la misión de ofrecer la formación básica de sus ciudadanos, el tema educativo no sería solo una noticia más en los medios de comunicación social. Y aún más, no permitiríamos que el presupuesto educativo se empleara en actividades que nada tienen que ver con la sagrada misión de la enseñanza.
[1] Recuperado en Gasto público Educación 2020 | Datosmacro.com (expansion.com)