Los medios de comunicación son múltiples y variados. Para el sano sentido común, sirven para mostrar los cumpleaños, las estancias vacacionales, como también, las sonrisas de los placeres que en apariencia amparan la lingüística de la proximidad.
Es en la pasarela postmoderna de las redes donde se muestran las pieles de los animales no humanos, sin tomar en cuenta su matanza. Arropando los cuerpos huesudos que se valorizan positivamente, ya que pertenecen a una estética de nuevos dioses mercadeados como la novedad epocal.
¿Qué diría Heráclito junto al fuego? Con tantos forasteros del alma que se presentan decepcionados por lo diverso. Aquellos que tras sus mentiras y dilemas sin verbos, purifican su lenguaje homotético y con pocos sentidos. Lugares que, simplemente, no dan cuenta de las urticarias que provocan sus modelos sintácticos marcados de frases copiadas, sin imaginación e incapaces de ver lo cotidiano, y el sentir de sí mismo, en una práctica colectiva consciente.
Estamos varados en una aproximación falsa. Estoy en una clara política de duelo. Las historias están situadas en los vacíos que aparcan, la condición sencilla de la vida. Y qué hacer con este visible abismo, el cual rompe con todos los tipos de correspondencias, entre almas. Es claro que no existe ese salto prometido que espera transformación y nuevas ramificaciones que nombramos raíces.
Todo pensamiento, adjudica un propósito significativo, tal como el compartir el pan, tomarse de las manos, oler los árboles y subir los colores de las mejillas, al ver la manta que abriga al ser que ama.
Las redes como ciudades, no me permiten ese saber discreto relacionado con lo gestual, el bellísimo deleite de leer y saborear un café con mis amigos y amigas.
El otro es un sentido de la casa interior. Y en esta media isla, los saberes perturban. El sentido buscado, por tales grupos desvestidos de un discurso de esperanza, es que permanezcamos en silencio y que no se descifren los secretos. En especial, aquellos que han permitido que puedan permanecer en el poder.
No quieren que hablemos de cómo han controlado, los cuerpos colonizados, ni que se cuestione de donde salen sus riquezas. Las cuales han sido conseguidas, a punta de engaños y de feas formas que solicitan servidumbre.
Un diálogo con la obra, con el sentir así, es poco probable en la actualidad destinal de las redes y los espacios universitarios. La aceptación de diversas lógicas, las cuales puedan habla del ser, permitiendo, la elaboración de una reflexión sobre lo íntimo, una manera de vivir que aspira, a que las minorías que son el colectivo humano y de los animales no humanos, puedan subrayar un orden distinto, donde la noción de pobreza, clases, riquezas, fama, desaparezcan del tapiz hilado, permitiendo que las nuevas generaciones anuncien y hagan popular, la alegría como acción política.
Las redes como ciudades, no me permiten ese saber discreto relacionado con lo gestual, el bellísimo deleite de leer y saborear un café con mis amigos y amigas.
La ciudad virtual es obediente a las cosas, a un cuerpo despolitizado y que no es cómplice con el saber, con la proximidad, y con esa sintonía que canta poéticamente, el día a día, en una gestión de vidas sin hostilidades y sin pragmática de acosos.
Mi lugar es diferente. Está situado en una metafísica en la que la mar, los bosques, la isla, la divinidad puede ser audible y visible con un lenguaje que habla con el sentido auténtico de elegir un cuerpo político y descolonizado.