Con ese título se han publicados decenas de artículos, refiriéndose a temáticas diversas. El concepto de poder ha sido una fuerza motriz fundamental en la historia de la humanidad. Desde la antigüedad hasta el mundo moderno, el poder ha desempeñado un papel central en la configuración de sociedades, instituciones y relaciones interpersonales. El poder no es un concepto monolítico; más bien se manifiesta en múltiples facetas.
Cuando era un adolescente observaba como mi madre se esmeraba en cocinarle y ponerle el almuerzo en la mesa a mi padre. Un plato hondo con suficiente arroz, crema de habichuela y las mejores carnes; mientras a nosotros; sus hijos(as), en un mismo plato el arroz, habichuela al lado y la carne encima. Mi padre era el jefe en la casa, el que daba los cuartos, el poder. Ahí comencé a conocer “la cuestión del poder”.
Todos tenemos una cuota de poder. Y el poder es un instinto. En el cine de mi pueblo, el portero dejaba entrar a ciertos individuos gratis, mientras que a otros no. Ante la pregunta por qué a unos si y a otros no, la respuesta es muy simple: “porque decir no es mi cuota de poder”. En cualesquiera circunstancias hay un poder, el poder del portero y el poder del profesor en el aula. El poder de los padres sobre sus hijos, ese que registra la canción de John Manuel Serrat: Esos locos bajitos, y aquel texto de estribillo “Niño eso no se dice, eso no se hace, eso no se toca…niño deja ya de joder con la pelota…”
El poder que ejercen los hombres sobre las mujeres, desde una posición patriarcal, y que considera a la mujer un objeto, un sujeto que obedece y aguanta hasta los golpes, o el destrozo de la propia vida, como sucede a cada momento.
Pero como “el misterio de la vida consiste en la facultad de asociarse”, el asunto se complica en el entramado de las relaciones sociales a gran escala. Existe el poder de una religión sobre otras, el de una cultura, que extermina o domina a la otra. El poder en las posiciones políticas, en el cargo en el partido.
La filósofa y mística Simone Wells, quien se acercó con lucidez y piedad a lo sagrado de la persona humana, decía que toda sociedad civilizada es sociedad jerarquizada. Y en esa jerarquía, el poder puede tomar los caminos de la vanidad, del egoísmo que corrompe a quien abusa del poder.
Y cuando el hombre se llena de poder y riquezas, no faltaran los aduladores para quien José Martí tiene reservada una palabra poco común: “turiferarios”. “A quien todo el mundo alaba, se puede dejar de alabar”, que de turiferarios está lleno el mundo, y no hay como tener autoridad o riqueza para que la tierra en tomo se cubra de rodillas”
Cuando hablamos de sistema políticos, no hablamos del poder de un portero, sino como los ciudadanos participan en el poder.
Otra vez el independentista y padre de la patria cubana, José Martí nos deja una clara advertencia de este dilema humano: “De ser esclavo de los capitalistas, como se llama ahora, ir a ser esclavo de los funcionarios…. Y como los funcionarios son seres humanos, y por tanto abusadores, soberbios y ambiciosos, y en esa organización tendría gran poder…”
¡Y esa es la cuestión del poder! Los dirigentes políticos no son ajenos a esas cualidades deformadoras que pueden corromper el poder y el partido. Ese es un problema que no se resuelve con la presencia de unos estatutos, con la elaboración de un código de ética, o con exhortaciones a ser buenos dirigentes políticos o buenos funcionarios.
Se necesita socializar el poder cada vez mas para que la palabra ciudadano alcance el linaje de la palabra revolucionario. Eso no es posible sin la isegoria, palabra griega que nos pone en planos de iguales, para que el poder no nos lleve a considerarnos superiores a los demás.
La transparencia debe abrir la puerta para que la rendición de cuenta no sea un acto formal, sino un ejercicio de crítica que construya, antes que el agujero rompa el saco. Hay que untarse las manos con la tierra de los días y con el dolor y el sudor de la gente. Nadie sigue a quien no es ejemplo, ni a quien es vencido por el humo de la vanidad.
El poder es dirigir con el impulso de los otros y repartiendo amor, sin llamar al universo para que nos vea pasar.