Las palabras y el lenguaje de la política importan mucho. El poder emana del dominio del lenguaje público, dado que una de las máximas de la comunicación política es utilizar los recursos y habilidades conversacionales para generar emoción y adhesión a un proyecto y a un candidato.

Tal como expresa Mark Thompson en su libro ´Sin palabras. ¿Qué ha pasado con el lenguaje de la política´(2017): “En el mundo de la política y la gestión política, las palabras son acciones y tienen consecuencias. Nuestro lenguaje público corre el peligro inmediato de fracasar, y la historia nos dice que, cuando esto pasa no tardan en llegar las desgracias”.

En este sentido, la degradación del lenguaje de la política es la viva expresión de la crisis de la política que pone también en peligro la propia democracia. Dado que lejos de contribuir a generar nuevos espacios de debate, mediación y respeto a lo público, más bien convierten la política en simple “confrontación”.

No hay política sin comunicación. Pero la política es mucho más que comunicación. La política son valores que se acreditan con acciones y no puede quedar reducida a gestos, declaraciones o fotos.

Por tanto, el lenguaje político honesto, sincero y empático  tiene más fuerza que las vallas y spots publicitarios, los afiches, los abrazos a viejitas y las caminatas flash. “Solo somos por nuestros lazos, que comienzan con la palabra”.

La política no puede prescindir del “lenguaje humano”. En este sentido, es urgente el rearme y reconstrucción del lenguaje de la política para reconectar con la sociedad, recuperar la reputación y la confianza.  Cada partido debe tener un discurso propio y renovar su papel social para justificar su existencia pública y su poder ciudadano. Esto no se improvisa ni se deja a la suerte.

Las instituciones políticas no pueden ser solamente estructuras denunciadoras, tienen que liderar la emergencia de un nuevo modelo político, social y económico. Un cambio de ideas, de discurso, de actitudes, de aptitudes, y por supuesto, de políticas, que debe ir acompañado de una nueva forma de identificarse y de comunicar.

El filósofo Daniel Innerarity (2018), describe la debilidad del discurso político actual como una expresión  de la era de la ´democracia de los incompetentes´, que no consigue cumplir una de sus funciones esenciales, la de hacer visibles a la sociedad sus temas y discursos así como facilitar su inteligibilidad y debate.

 

La democracia necesita un nuevo discurso y unos actores que ella misma no puede producir. Siendo que una  opinión pública que no entienda la política y que no sea capaz de juzgarla puede ser fácilmente instrumentalizada o enviar señales confusas al sistema político.

El lenguaje político democrático debe ser más de diálogo que  manipulación y  demagogia. Los ciudadanos no quieren ser tratados como niños. Exigen que se les trate y se les hable con claridad y honestidad. Al decir de Yuval Harari: “en un mundo de informaciones irrelevantes, la claridad es poder”.

Una comunicación política  eficiente en tiempos de crisis tiene que conseguir mantener el vínculo emocional con la sociedad. Sin ella se pierde buena parte de la efectividad. El político que no pueda o no sepa hacerlo estará en franca desventaja con relación a aquellos que si lo logran. No se trata de un discurso político cualquiera.

Los líderes políticos tienen que rescatar el lenguaje de la política, (r)emocionar a los ciudadanos y generar un nuevo compromiso, orgullo, y sentimiento de pertenencia que permita movilizar de nuevo anhelos y proyectos que impulsan la voluntad auténtica del voto más allá del transfuguismo, el espectáculo, la deslealtad y la “compra venta”.

Lección bien intencionada para los políticos criollos: ¡Dejen escuchar su voz. Y que sea honesta. ¡El lenguaje cuenta!