En conclusión, la economía estadounidense ya es una economía madura que podría seguir creciendo, pero muy difícilmente a ritmo suficiente como para mantenerse mucho tiempo siendo la más grande del mundo.

Para países de menor ingreso, pero de una base poblacional muy grande, como pueden ser China, la India o Indonesia, lo que a veces se percibe como búsqueda de supremacía, puede no ser más que el resultado de la aspiración legítima de los pueblos por progresar, por alcanzar niveles de vida comparables a los alcanzados por los de Norteamérica o Europa, lo cual, en su caso, conduciría a superarlos inexorablemente solo por el hecho de ser demográficamente tan grandes.

China confrontará en el futuro dificultades para mantener un ritmo de crecimiento como el que se vio después de su apertura al mundo, pero siendo un país tan grande, resultará virtualmente inevitable que en la próxima década sobrepase el tamaño nominal del PIB estadounidense.

La India impondrá su condición de nación más poblada para alcanzar preponderancia cada vez mayor en la economía y la geopolítica mundial, pero ante los desafíos a largo plazo, desintegración social, precaria infraestructura, debilidad institucional, problemas medioambientales y tensiones regionales y políticas, la van a mantener en una posición secundaria por un buen tiempo, aunque también podría superar el PIB de los Estados Unidos en el siglo XXI.

Entender eso permitiría a los Estados Unidos superar la paranoia que le asalta cuando percibe la posibilidad de perder la primacía, síndrome que también sufrió cuando era Japón el que crecía.

Es importante notar que, si bien el progreso material constituye una aspiración legítima de todo país, tampoco es seguro que sea viable y conveniente para la sociedad que países tan gigantescos como China y la India alcancen niveles de consumo tan elevados como Estados Unidos y Europa, por su impacto devorador sobre la naturaleza.

Ahora bien, tener la economía más grande no será suficiente para determinar la hegemonía, porque eso depende de muchas cosas. Ninguno de los dos gigantes asiáticos alcanzará el nivel de desarrollo estadounidense, en términos de producto per cápita, durante el plazo razonable que pudiera preverse.

Además, la supremacía depende de otros factores, entre los cuales está tener la moneda más importante para las transacciones internacionales, que continuará siendo de los EUA por mucho tiempo, y el poderío militar, que nadie cuestiona.

Por eso China ha buscado siempre evitar conflictos, y entiende que a su propósito de desarrollo económico le conviene la preservación del comercio global y la cooperación multilateral; la India también está interesada en preservar la paz mundial y, aun en sus contradicciones contra Rusia y China, entiende que en eso de hacer guerras es mejor dejárselo a los Estados Unidos.

Mientras tanto, los tanques de pensamiento estadounidenses no dejan de hacer referencia a la amenaza china, a los riesgos que implica para su seguridad, a pesar de que la seguridad de EUA suele ser la inseguridad de otros.

Es Estados Unidos el que tiene cercada a China con bases militares por todos los mares e islas que la bordean, misiles apuntando a su territorio desde sus cercanías, en tanto que China no tiene ninguna base militar ni un solo soldado en el continente americano. Está claro quien amenaza a quién.

Hasta la revolución industrial en Europa, China fue por milenios la mayor potencia económica mundial, y en ningún caso usó esa condición para invadir países o colonizar sociedades; si participó en guerras fue para repeler invasores imperiales, o bien por su unificación territorial y por la revolución social.

Ojalá algún día todos los países del mundo hayan adoptado las reglas de la democracia como forma de gobernarse, pero eso tampoco asegura que la gente tenga “sus cabezas seguras sobre sus hombros”. Entre ejecuciones judiciales, extrajudiciales y crímenes de odio, en EUA mueren al año más de 75 personas por cada millón de habitantes, mientras China es uno de los países en que el ciudadano se siente más seguro, y ese estimado no llega a cuatro por millón.

Al final, surgen las preguntas de, en virtud de qué principio está determinado que el cuatro por ciento de la humanidad tenga que hegemonizar e imponer su ley al mundo entero; de si los seres humanos, siendo ya miles de millones, podremos convivir en paz en nuestros propios espacios, con diferentes razas, religiones, culturas y herencia histórica.

Además, si los países que fueron imperios acabarán reconociendo el daño provocado a la mayor parte de la humanidad y la deuda histórica que tienen frente a África, Asia, Oriente Medio y América Latina, tras haberles expoliado e imponerles gobiernos, religiones y fronteras.

Finalmente, si los países que escalaron las cimas del desarrollo económico no patearán la escalera y permitirán que otros también las suban, si después de predicar a los demás las ventajas de un mundo basado en reglas, no insistirán ahora en sustituirlo por otro basado en el poder del más fuerte; si seguirán negándose a competir en igualdad de condiciones (entre aranceles, prohibiciones y subsidios, hace un siglo que la economía estadounidense no estaba tan más protegida como ahora); y, finalmente, si en ese proceso no terminaremos destruyendo el planeta y agotando los recursos que nos dan sustento a todos.