Hará algo más de tres décadas leí un libro escrito por el economista estadounidense Lester Thurow titulado “La guerra económica del Siglo XXI”. Cuando lo compré, por el título estaba convencido de que la guerra a la que se referiría el autor no podía ser más que de los únicos dos contendientes entre los cuales estábamos habituados a pensar que podría haber guerra económica, política, ideológica o militar o de cualquier tipo: los Estados Unidos y la Unión Soviética.
No bien inicio la lectura para darme cuenta de cuán errado estaba, pues los dos países a cuya guerra económica se refería el título eran los Estados Unidos y Japón. Las razones las entendí al avanzar en la lectura, pero la magnitud de mi error se hizo visible inmediatamente: la Unión Soviética, no solo se retiró de la guerra, sino que se desvaneció, desapareció.
Su economía cayó estrepitosamente en los años subsiguientes. No solo por dividirse en varios países, sino porque el PIB de Rusia, el más grande de los antiguos países soviéticos, ya en 1996 se había reducido a solo un 68% de lo que era en 1991. El país cayó en el caos, hasta el punto de que poco después ni siquiera los sueldos de su ejército podía pagar. Un grupo de oligarcas comenzó una bestial depredación de todas las riquezas del imperio. Ya no más guerra económica.
No pasó mucho tiempo sin que se hiciera evidente que el profesor norteamericano estaba tan errado como yo: Japón también se retiró de la guerra. Desde la crisis financiera del Sudeste Asiático, iniciada en 1997, la economía japonesa dejó de crecer (menos de medio por ciento anual) y, aunque esto no sea algo que preocupe mucho a un país que ya era rico, no deja de tener cierta importancia porque el que no crece corre el riesgo de decrecer y de pasar a la irrelevancia. Pregúntenle a los británicos.
En el caso japonés, desde los tiempos de la crisis financiera de finales del siglo pasado, el gobierno procura que la economía crezca y no lo logra. Los japoneses se han acostumbrado a la deflación o a la vida sin inflación, por lo que todo intento por reanimar la economía choca con la realidad de que el consumidor no quiere consumir más, o entiende que es mejor no comprar ahora porque después estará más barato. Y si no compra ahora, no habrá demanda, ni producción ni empleos y la economía se estanca o retrocede.
No por casualidad, el único banco central del mundo desarrollado que no ha subido sus tasas de interés en la época moderna es el japonés, porque quiere inflación, y el único país en que a finales del 2021 la población salió a la calle a celebrar cuando las autoridades informaron que por fin los precios habían comenzado a subir.
El libro en cuestión también hablaba, por lo que puedo recordar, de la posibilidad de que los contendientes por la supremacía frente a EUA fueran los países de Europa Occidental, pero a estos les confería menor posibilidad.
Y tenía razón por lo que hemos visto con el tiempo, pues, aunque muchos intelectuales veían a la Unión Europea como la opción más apropiada para el desarrollo de un mundo multipolar, que sirviera de contrapeso y evitara la supremacía absoluta de un imperio, recientemente, tras la invasión rusa a Ucrania, decidió incorporarse como socia menor de la hegemonía de los Estados Unidos.
Con el agravante de que su economía ha recibido, además del golpe de la guerra y el miedo que le infunde su vecino oriental, la gradual erosión de su industria por su aliado occidental, al tener dificultades para competir por verse forzada a abastecerse de insumos y combustibles caros tras las ataduras impuestas y aumentar su dependencia energética de los EUA, particularmente, tras la voladura de los gasoductos Nord Stream.
Vista la crisis que están viviendo, muchos plantean la necesidad de la reindustrialización de la Unión Europea, sobre bases nuevas (pues en realidad, nunca hubo una desindustrialización tan fuerte como en los Estados Unidos), pero más difícil todavía, pues ni tecnológicamente ni en base a costos salariales ni insumos energéticos está en condiciones de salir airosa.
A diferencia de los EUA, Europa no es autosuficiente en energía, y al perder la rusa como fuente de abastecimiento barato, tiene que desarrollar sus propias fuentes no convencionales, y eso le costará tiempo y dinero.
Además, tras el corte de las cadenas de valor en diversas ramas, enfrentará también la pérdida o el debilitamiento de vínculos estratégicos en otras regiones del mundo (África, grandes economías de Asia y América Latina) que van a complicar seriamente las posibilidades europeas de competencia industrial, convirtiéndose en el principal perdedor de los grandes conflictos geopolíticos.
Lo que no anticipaba Lester Thurow, ni mucho menos yo a finales del siglo pasado, era que la guerra económica del siglo XXI iba a tener lugar entre EUA y China. O quizás entre Estados Unidos y la India; o entre China y la India; o quizás entre otros que no estemos viendo ahora, porque el siglo XXI dura cien años (creo que los demás siglos también) y apenas vamos por el año 23.
No olvidemos que al nacer el siglo XX el Reino Unido era el imperio más grande y rico del mundo; al terminar el siglo ya estaba en cuarto lugar y ahora, si se mide en paridad de poder adquisitivo (PPA) es la décima economía del mundo, aunque estaría en séptimo lugar cuando se mide a precios corrientes.