Según el Diccionario de la Lengua Española, la compasión es un sentimiento de pena, empatía, afecto hacia quienes sufren males o desgracias; lo contrario es la crueldad y la insensibilidad. Mientras que la religión la definen, como el conjunto de creencias, normas, prácticas y rituales individuales y sociales, de sentimientos de veneración y temor a una divinidad sobrehumana; su opuesto es el ateísmo.

Existen estudios y evidencias que demuestran que la compasión tiene bases biológicas en zonas cerebrales ya identificadas, y que aquellos que la practican benefician a los demás,  y a  su propio crecimiento personal y espiritual. Por lo que se considera una virtud fundamental que fortalece el bienestar de comunidades y de toda  la humanidad.

La compasión religiosa implica mostrar amor y bondad hacia los demás. La mayoría de religiones enseñan a practicar la compasión hacia los seres humanos, sin distinción de  origen, raza, creencias o circunstancias. Por ejemplo, en el cristianismo, la compasión se manifiesta en cumplir el  mandamiento de amar al prójimo como a sí mismo, y,  en los relatos bíblicos donde Jesús, con palabras y hechos resaltaba esta virtud, preferentemente en favor de los más necesitados y marginados. En términos mundanos, equivale a la llamada regla de oro, o sea, en tratar a los demás como quiere que lo traten a usted.

A continuación, voy a poner ejemplos de compasión. En 1961, en plena dictadura de Trujillo, el padre Luis Quin, inglés-canadiense, de familia adinerada, de los misioneros Scarboro, dirigía la parroquia Nuestra Señora del Carmen de Padre las Casas, en la provincia de Azua. El adolescente Amaury Germán Aristy era uno de sus monaguillos y a menudo le manejaba el jeep por aquellos peligros ríos y montañas, cayó en desgracia porque terminó y habilitó la actual iglesia, sin la colaboración ni autorización de El Jefe.

Luego en 1964, junto a los sacerdotes jesuitas Francisco Guzmán y Santiago Bartolomé, residentes en  Gurabo, Santiago de los Caballeros; organizaron un campamento de formación de líderes juveniles campesinos; en que celebraban misas y entrenaban en manualidades y oficios artesanales; en liderazgo y oratoria. Hablaban de Jesucristo y de Fidel Castro. Durante más de dos meses cristianizaban y politizaban, a niños que nunca habían oído una misa; porque en sus campos no había cura, y cuando iban, la ofrecían en latín y de espaldas al público; y, al no entenderla, eran pocos disciplinados, y  las autoridades le prohibían entrar a la iglesia.

Este campamento y las predicas y acciones del padre Quin, como la distribución de alimentos, medicinas y ropa,  junto al apoyo a los constitucionalistas en la Guerra de abril, despertaron un temor y odio tan terrible en ciertos sectores que sus feligreses debieron cuidarlo día y noche para que no lo asesinaran. Por lo que sus superiores lo trasladaron a San José de Ocoa en 1965, donde vivió, hasta su muerte en 2007. Y allí fue declarado el  protector del pueblo. Muchos lo trataban como un santo.  Y por sus  obras; recibió  las más importantes condecoraciones del Vaticano y  del pueblo y el estado dominicano.

Sin embargo, no contó con igual suerte el sacerdote jesuita Ignacio Ellacuría, filósofo, escritor y rector de la Universidad Centroamericana (UCA) de El Salvador, quien fue asesinado por militares salvadoreños en la residencia de la Universidad en  1989;  junto a cinco  jesuitas y dos señoras que servían en la casa, porque  defendía el diálogo, la paz y la convivencia en los conflictos violentos en aquel país.

Todos hemos conocidos hombres, no santos, compasivos y religiosos que han hecho contribuciones importantes a la humanidad; el cura jesuita Antonio Lluberes fue un ejemplo.

Celebremos que los humanos hayan fortalecido la compasión y las religiones, porque ellas influyen en el bienestar personal y en  la paz en la tierra.

** Este artículo puede ser escuchado en audio en Spotify en el podcast Diario de una Pandemia por William Galván.