Imaginen por un segundo que la justicia le pase factura con cárcel a aquellos médicos inescrupulosos que juegan con la vida de sus pacientes y que los mueve el dinero, más que el juramento hipocrático que solo los médicos pueden hacer. Que aquellos cuyo interés sea netamente la fama y forrarse en billete, olvidándose del factor humano y la ética, les espere condena en esta tierra cada vez que arruinan la vida de un paciente que llegó hasta ellos con la ilusión de mejorar su vida y en cambio, terminaron arruinándola y convirtiéndola en una pesadilla.
Precisamente una pesadilla fue lo que destapó un reportaje de Nuria Piera, surgido inicialmente en una cuenta de Instagram de la periodista Asela María Lamarche, ante las innumerables denuncias de pacientes de una médico cirujano que han sido víctimas de mala práctica, la mayoría con secuelas físicas y emocionales prácticamente irreparables.
Por lo menos siete mujeres, que pagaron entre 4 mil y hasta 13 mil dólares, entre procedimiento y analíticas, contaron sus historias como sacadas de una película de horror y sustentaron su testimonio con imágenes muy fuertes. Todas coincidieron en el relato, que iba desde deformaciones, necrosis, insalubridad en el quirófano donde operan de manera simultánea a varias pacientes, hasta la presencia de un niño en ese mismo quirófano mientras las mujeres son operadas. Una de ellas incluso, contó cómo las enfermeras, con el perdón de las que honran el oficio, le quitaron la sonda vaginal delante del mismo menor. Un desastre.
Lo relatado por estas mujeres y lo presentado en imágenes era digno de llorar de tristeza y de indignación, especialmente por la falta de respeto a la vida y al oficio sacrificado de los galenos y también por la esperanza y hasta cierto punto la inocencia, diría yo, con la que llegan la mayoría de esas mujeres.
Una de sus pacientes contaba cómo pasó meses largos con una herida que no cerraba y otra que pagó por un procedimiento que no le hicieron y que en todo su derecho se atrevió a reclamar y terminó bloqueada hasta por los centros espiritistas.
Todos los testimonios son de espanto y uno pensaría que ante estas denuncias, el negocio de la doctora se acaba o se ajusta a las reglas; que quizás la sociedad de cirujanos impondrá sanciones drásticas y apela uno como al sentido común, a la lógica, a la humildad de enmendar los errores hasta que entonces pasa que uno escucha la reacción de la doctora y sabe que de humildad nada; y que entre los comentarios de la noticia en redes sociales, se asombra de leer que aún con todo este panorama, increíblemente hay mujeres dispuestas a pertenecer a la infame “tribu” y ponerse en manos de esta cirujana.
La controversia me recordó aquellos años en que otro cirujano también acusado de la muerte de muchísimas pacientes, demostradas todas ante un tribunal, sustentadas las pruebas, que terminó cumpliendo una condena; y aún así salieron mujeres en grupo a defender a capa y espada al doctor.
Cualquiera se asombra, pierde la fe o cree que las mujeres en nuestro afán por la perfección y llevarnos de los estereotipos que ordenan las redes sociales, somos capaces de todo aunque ello implique hasta perder la vida.
Da pena que la cosa ya va tan mal que como dice Milanés, “la vida no vale nada”; que las referencias de aspiración sean una influencer, la que sea, que se muestra perfecta en sus fotos y que el afán por cultivar el ego y el físico de manera desmedida, nos lleven a cometer la locura de ponernos en manos de médicos cuya carta de recomendación sea un perfil producido en Instagram. La trayectoria de un médico bueno no puede resumirse a una cuenta con muchos seguidores, carente del compromiso moral y el sentido humano de aquellos doctores que empeñan su palabra y honran su profesión.
Hay que estar claros de que si con algo no se debe escatimar es con la salud. No vale la pena regatear un precio cuando lo que está en juego es su salud y su vida. No le entregue lo más preciado que usted tiene a quien solo ve en usted dinero y un número más en la agenda de pacientes del día, porque usted vale más que eso.
Ahora más que nunca hace falta reforzar la estima, el amor propio y las prioridades en la generación que va subiendo. Urge enseñar a los hijos, los nietos, los sobrinos, los hermanitos pequeños y nuestros jóvenes queridos, a no dejarse llenar los ojos y el corazón ante falsos cantos de sirena.