Hace unas semanas recibí una invitación para un taller de reparar cerámicas rotas, la técnica japonesa Kintsugi, al cual fui con pocas expectativas. Era de mi conocimiento que esta técnica es usada por los japoneses a través de la cual, en lugar de tirar la vasija rota, la repararan con resina de oro resaltando y embelleciendo la rotura, convirtiéndola en una mejor.

Asistí al taller con la mentalidad de que iba a un curso de manualidades, aprender literalmente como lograr la reparación de la cerámica y resaltar esa rotura. Para el taller debíamos llevar una vasija rota, pero olvidé revisar con detenimiento si tenía en mi casa alguna taza o plato roto o “quillado” (que seguro debía tener) así que rápidamente tomé una tasa normal, con intenciones de romperla.

Por suerte, en mi premura, no la llegué a romper antes de llegar al lugar, ya que la primera instrucción que se nos dieron fue no romper nosotros mismos ninguna vasija, y aturdida pregunté la razón, ya que si se trataba de un taller de reparar cerámica rota; entonces la instructora nos indicó: este mundo está lleno de personas rotas a nuestro alrededor y no lo notamos, porque no vemos, no prestamos atención, no nos fijamos; para qué romper algo más si ya hay bastante rotura en el mundo, sólo tenemos que ser intencional en nuestra mirada y prestar más atención. Así que mira a tu alrededor, en tu casa e identifica si tienes vasijas rotas.

Entendí de inmediato que el taller no iba ser un taller de manualidades de reparar la pieza rota como pensaba, sino que traería algo más. Y en efecto así fue. Los instructores nos enfrentaron a ver nuestro interior y nuestro alrededor reflejado en esa vasija rota que cada uno teníamos en ese momento en nuestras manos.

Este mundo está lleno de dolor y sufrimiento, de injusticias, de pérdidas humanas, de daño que nos causamos los seres humanos unos con otros: nos lastimamos, nos laceramos, nos explotamos, nos rompemos. En el mundo hay dolor físico y emocional. Las cosas que no creemos nos pasarán, nos pasan, y nadie merece que alguien lo lastime, lo engañe, lo dañe, lo decepcione, lo haga sufrir; pero pasa. ¿Qué hacemos con tanta injusticia y con tanto dolor?

Kintsugi se ha convertido, con el tiempo, en esa técnica reparadora para el alma. Su historia se remonta a finales del siglo XV, cuando el shōgun Ashikaga Yoshimasa, envió a China dos de sus tazones de té favoritos para ser reparados. Los tazones volvieron reparados, pero con unas feas grapas de metal, que los volvían toscos y desagradables a la vista. El resultado no fue de su agrado, así que buscó artesanos japoneses que hicieran una mejor reparación, dando así con una nueva forma de reparar cerámicas, convertida en arte1.

La técnica y arte de dicha forma de encarar la reparación de los objetos fue tan apreciada que algunos llegaron al punto de ser acusados de romper cerámica para luego poder repararla con dicho método, sobre la base de que la complejidad de la reparación transforma estéticamente la pieza reparada, dándole así un nuevo valor incluso mayor al de piezas que nunca se rompieron.​ Obtuvo tanta popularidad que fue aplicada a piezas de cerámica de otros orígenes, entre ellos China, Vietnam y Corea.

Así, el Kintsugi (Cicatrices de oro) se reconoció como esa técnica que repara las fracturas de la cerámica con barniz de resina espolvoreado o mezclado con polvo de oroplata o platino, formando parte de una filosofía que plantea que las roturas y reparaciones forman parte de la historia de un objeto, y que deben mostrarse en lugar de ocultarse. Que las reparaciones pueden embellecer el objeto, poniendo de manifiesto su transformación e historia. ​

Esta filosofía de vida nos recuerda que nuestros accidentes, nuestras heridas, nuestras tribulaciones nos han hecho sufrir, pero nos han permitido crecer en el camino y son parte de nuestra historia. Paradójicamente, somos mucho más hermosos, muchos más resistentes y mucho más preciados tras sufrir estas heridas, porque una pieza reconstruida es símbolo de fragilidad, pero también de fortaleza y de belleza.

En Misión Internacional de Justicia tenemos un grupo de jóvenes sobrevivientes de la trata de personas y la explotación sexual comercial ya restaurados, quienes eligieron por nombre Cicatrices de Oro, tomando en cuenta la técnica de Kintsugi, entendiendo que eso han sido al día de hoy: un grupo de personas que fueron rotas en un momento de su vida producto de la explotación sexual que vivieron, el maltrato y desgaste de su cuerpo, de su dignidad, pero que hoy al ser restauradas resaltan con oro esa herida ya cicatrizada y son personas hermosas y con mucho más valor que antes de haber sido rotas.

Esta red ha sido de mucho impacto e inspiración en comunidades y ante las autoridades: en lugar de ocultar sus cicatrices y sentirse avergonzado de ellas y lo que les pasó, levantan su voz fuerte, robustecidas, restauradas sirviendo de empoderamiento y fortaleza a muchos, de que la reconstrucción de una vida más linda y mejor, después de la rotura, es posible.

Cuando iniciamos a reparar cada uno la vasija rota que teníamos en mano no dejaba de sentirme conmocionada reflexionando en todas las verdades que se nos enseñaba: el dolor, la injusticia y la rotura siempre han estado presentes en el mundo y es inevitable su sufrimiento. Después de pasar el duelo porque algo se quebró, hagamos algo para embellecerlo en una nueva creación.

Así, con mucho optimismo tomé mi taza rota, tracé pegamento en los bordes de su cicatriz y la pegué. La agarré fuerte durante un tiempo para que pegue bien. Luego esperé a que secara, le pasé una lija y comencé a hacer la mezcla del polvo de oro con trementina. Resalté la rotura con pinceladas de oro, y dejó de ser una simple taza negra a ser una taza negra con trazos dorados, una nueva y hermosa creación. Me vi en ella, y también a muchas de las sobrevivientes que he tenido la oportunidad de tener tan cerca.

Reparar, embellecer y formar una nueva creación fue un proceso que tomó tiempo. Con voluntad, recursos, tiempo, dedicación y disposición es posible lograrlo no tan solo en nuestras vidas, sino también en las de los demás y de manera especial, en la de los más vulnerables. Tengamos el privilegio de vivir intencionalmente embelleciendo las roturas y la injusticia de nuestro alrededor, no pensando en lo que pasó, sino construyendo algo nuevo, algo mejor, de mucho más valor.

Sonia Hernández es abogada penalista, exprocuradora fiscal de la Provincia Santo Domingo. Tiene una maestría en Derechos Fundamentales por la Universidad Carlos III de Madrid y una especialidad en Derecho Procesal Penal por la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Actualmente se desempeña como Directora asociada del fortalecimiento del Sistema Público de Justicia para Misión Internacional de Justicia (IJM).

Referencias:

Técnica de Kintsugui recuperada en https://es.wikipedia.org/wiki/Kintsugi