El pasado jueves 19 un grupo de ciudadanos, militantes de izquierda en su mayor parte, participaba en una manifestación de solidaridad con el pueblo palestino, víctima del genocidio que está llevando a cabo el gobierno sionista de Israel en la franja de Gaza. Una manifestación pacífica y ordenada, como todas las que organiza la izquierda en nuestro país.

Todo se perturbó cuando se llegó al lugar del acto un pequeño, pero agresivo grupo de provocadores, con un tal comandante Ortiz a la cabeza. Cada vez que algún orador intentaba hablar a los presentes, un sujeto que había llevado expresamente una bocina, empezaba a escandalizar, a lanzar insultos y amenazas.

Dijeron que estaban allí para defender “la patria”, y “la religión” y combatir a los “comunistas”. Era una provocación franca y directa, un desafío a la paciencia y el sentido de la tolerancia de los manifestantes. El iracundo comandante Ortiz se metió al grupo en actitud bélica, se fue a las manos con algunos de los presentes y aquello no llegó a mayores porque la Policía, que en un principio dejaba actuar los perturbadores libremente, asumió su papel y el orden fue restablecido.

Ya el doce de octubre pasado, el mismo grupo, con el mismo comandante a la cabeza, agredió a unos muchachos que se manifestaban pacíficamente en el parque Colón. Sabotearon la demostración, dieron golpes a algunos de los manifestantes y ninguna autoridad se lo impidió.

Está claro que aquí opera una asociación de fanáticos, que se visten de uniforme negro, exhiben los símbolos de una tal Antigua Orden, con claro y sospechosos tintes de grupo paramilitar, practicante de la provocación y la acción directa.

Y quedan advertidos algunos hombres públicos, políticos, intelectuales de reconocida decencia; y algunas instituciones venerables, pero que se dejan acompañar de este grupo por las calles y de paso le sirven de sombrilla protectora.

Eso de defender “la patria”, la “religión” y el combate a “los comunistas”, son elementos claros del fascismo más rancio. Mucho más si se le agrega el prejuicio racista que acompaña los pronunciamientos y las actividades de esa secta violenta contra los haitianos.

Las autoridades saben que existe esta banda negra, que su norma es la provocación y la violencia. Y como con eso no se juega, deben estar preparadas para responder y asumir sus culpas por dejar crecer una amenaza real y directa al orden público y al ejercicio del derecho a la manifestación pacífica. Por el camino que vamos, no estamos lejos de que los desafueros de esta agrupación hagan correr la sangre.

No se puede autorizar un mitin y al mismo tiempo dejar que unos provocadores vayan al lugar a perturbarlo.

Y quedan advertidos algunos hombres públicos, políticos, intelectuales de reconocida decencia; y algunas instituciones venerables, pero que se dejan acompañar de este grupo por las calles y de paso le sirven de sombrilla protectora.

Aquí se está viviendo en paz, a nadie se le persigue ni se le prohíbe pregonar sus ideas ni manifestarse en el marco de la ley. Lo menos que se necesita es un grupo con pretensiones de tropa paramilitar, que venga a introducir un elemento de violencia y perturbación en el escenario.

Las libertades públicas han costado demasiada sangre, las autoridades las han estado respetando y me consta que no existe en ellas la intención de reprimirlas, entonces, nadie va a dejar que venga ningún provocador a tratar de suprimirlas. El pasmo con tiempo, tiene remedio, dicen en mis campos de origen.