Existen muchos pantanos conceptuales acerca de cómo debemos escribir y montar las ideas que conduzcan a un estilo potable y entendible por una multitud de audiencia que con buena voluntad te leen y comentan o simplemente se hacen una idea de lo que nosotros tratamos de decir en lo escritural.

Es verdaderamente un ejercicio activo y sensible comunicar. Yo entiendo que responde a motivaciones inconscientes, a la moda de una época, por la clase consciente en la que te sostiene y responde como parte de un modelo de jerarquía, a la imaginación particular, a la preferencia ideológica y teórica que abrazo con mis ligueras y Rebeca.

Es un acto libre que desenreda un montón de  hilos  que conducen a la comunicación. Yo necesito hablarte hoy de la escritura etnográfica, aquellas que los antropólogos y antropólogas van haciendo desde que diseñan su proyecto de investigación hasta que culminan con un análisis reflexivos sobre la semiótica de la cultura, es decir cuando reflexionan e interpretan, lo que observan, a través de los símbolos, por ejemplo: ¿qué tipo de significado hay detrás de un beso en la mejilla en una cultura y de un contacto visual, o inclinación en otra?

En etnografía buscamos respuesta al comportamiento, a las redes de significantes que se abordan en la cultura. Esto lo hacemos usando metodologías cualitativas y cuantitativas. La etnografía analiza e interpreta lo humano, bajo la luz de teorías y técnicas de campo. Pero todo eso implica una escritura temprana desde antes de ir al campo hasta que concluimos con el texto etnográfico y esto es lo que quiero comentar en este artículo.

Los etnógrafos caminamos por selvas, montes y desiertos con nómadas, tribus exóticas y en los barrios de las periferias, entre otros grupos culturales recogiendo información directa con un sinnúmero de conversaciones, diálogos, entrevistas, observaciones que nos permiten desde una perspectiva emic o etic lograr las dimensiones retóricas y narrativas que conforman la escritura de los textos etnográficos.

En mi escritura prefiero la textualización que permita lo dialógico en toda representación de lo narrado por los datos de campo.

La tendencia en nuestra tradición fue el relato realista influenciado por el empirismo positivista y la alegoría de la separación del sujeto con el objeto observado. La forma escritural fue la tercera persona, porque necesita ocultar al etnógrafo de su propia experiencia y del protagonismo de la escritura.

La segunda movida fue la confesional. En esta tendencia, nos interesaba revolcarnos como sujeto frente  a nuestras propias ocurrencias, cuando se  fisgonea la vida de otro. Con esta tendencia,  fue importante prestar atención, a las formas cómo se realizan los trabajos en el campo, además de meternos en nuestras propias angustias, mientras miramos al otro. Este tipo de relato se trata de establecer una intimidad con los lectores, porque se escribe en primera persona, así como son mis comentarios sobre la mirada política del cuerpo y lo cotidiano en lo relato semanal.

Frente a estas dos estructuras narrativas en el marco etnográfico, surgieron otras de carácter alternativos, tales como: la de Carlos Castaneda que convirtió el trabajo de campo con una base de referencia espacial, para sustentar el texto y la otra, era plantearnos paradojas o preguntas al inicio del texto para luego llegar a examinar la data, a través de la reflexión, para obtener mediante la búsqueda teórica, las soluciones que derramamos en las conclusiones.

En estas narrativas, los etnógrafos se preguntaron, si éramos intrusos o unos buenos chismosos al hablar sobre otros. Por igual preguntamos, si nuestros trabajo de campo, eran tan solo relatos de viajes. Hemos sidos duro con nuestro trabajo, pues cuestionamos al autor omnisciente, porque era imposible, no sentirnos apasionados por los que observamos, en fin nos sentimos afligidos y preocupados por haber participado del robo colonial y la legítima autoría de la experiencia de otros.

Los relatos etnográficos se han manejado con dos estilos, uno con descripciones textuales de lo que se vio, escuchó y  sintió para luego ser interpretada. En la segunda preferencia, el etnógrafo como observador o traductor de la cultural se maneja separado de lo que interpreta y solo descansa en el diálogo contextual con los informantes, a los cuales les otorga la data que les permitirá construir un diálogo.

Las antropólogas hemos sufrido como todo en la vida. Nuestra escritura no ha dejado de estar comprometida con los colonialistas o libertarios. Se han seguido rutas diversas según tendencias y epistemes. Por igual, la narración siempre ha sido una decisión epistémica que de alguna manera  es autoconsciente. En mi escritura prefiero la textualización que permita lo dialógico en toda representación de lo narrado por los datos de campo.

Es mi relato un compromiso hasta los huesos con ese sentir del otro y en los cuales ellos (informantes) están conscientes de las negociaciones que hacemos con realidades compartidas. Es mi relato un descubrimiento de mi propia alma como la del otro. Acepto la autoridad dispersa en el diálogo con el otro, porque yo no tengo la última palabra.