Los machos pactaron. Todo parece indicar que, en materia de aborto, seguiremos con un Código Penal peor que los de Irán, Arabia Saudita y Afganistán – o sea, que ni siquiera la ley sharía es más atrasada que los cerebros de la mayoría de nuestros legisladores. En este país dizque tan moderno seguirá vigente la penalización decimonónica establecida en el primer código nacional que data de 1884, refrendando así nuestra membresía en el exclusivo club de los países más pobres y atrasados de América Latina que siguen manteniendo la prohibición absoluta (El Salvador, Honduras, Nicaragua y Haití).
Releyendo algunos artículos de hace diez o quince años sobre el tema, me llaman la atención algunas cosas. La primera es que hace tiempo que todo está requete dicho: si el Congreso y el Presidente convierten en ley este adefesio no será porque desconocen sus implicaciones para los derechos humanos, la libertad de culto o la salud de las mujeres, sino porque son unos machistas demagogos que mienten descaradamente sobre su vocación democrática y su compromiso con los derechos de las mujeres. Tampoco creo que las iglesias sigan jugando el rol determinante que tuvieron en la época en que López Rodríguez, el Torquemada criollo, insultaba a diestra y siniestra, amenazando a los políticos dominicanos no ya con el fuego eterno -que no parece preocuparlos mucho, visto el entusiasmo con que violan el séptimo mandamiento- sino con la pérdida del cargo, un castigo sin duda más terrorífico.
Lo que sí veo en esta re-lectura de textos es la rapidez con que ha venido cambiando el clima ideológico en el país, donde las posturas ultraconservadoras dominan cada vez más el espacio público y son asumidas sin sonrojos por profesionales jóvenes, comunicadores, intelectuales y otros sectores que antes mantenían un perfil bastante más liberal. Claro que el extremismo religioso, tanto católico como evangélico, juega un rol importantísimo en la derechización de los discursos -y específicamente en el rechazo de las causales- pero creo que el fenómeno trasciende lo religioso y permea la sociedad dominicana en sentido más amplio.
Basta entrar a los medios para ver los ejemplos de esta derechización por todas partes. Consideremos algunos de los más recientes, empezando con la histeria “patriótica” que generó el nuevo anuncio de Cerveza Presidente. En la imaginación febril de muchos, el protagonista es un “brujo” haitiano, la silla en que se sienta es una recreación del escudo haitiano y la canción de Rita Indiana que le sirve de fondo es música de gagá, lo que evidencia que, aparte de prejuiciados, son unos ignorantes de la cultura dominicana. Nada de lo anterior es cierto, pero sí muy revelador de la fuerza que viene cobrando la tradicional negación de nuestra herencia cultural africana, empresa a la que tantos esfuerzos dedicaron Trujillo y Balaguer y su pléyade de intelectuales racistas durante la mayor parte del siglo XX. Los esfuerzos de antropólogos, folkloristas y movimientos sociales de décadas pasadas por desmentir el mito de la hispanidad católica como único referente cultural dominicano hace tiempo están en retroceso; iniciativas como la producción de discos de música raíz, de documentales como Fiesta de Palos: el ritmo de la resistencia, o los esfuerzos por preservar la tradición centenaria de los Congos del Espíritu Santo de Villa Mella no parecen posibles en el clima socio-político actual. Pero recordemos que hace un par de décadas todo el mundo tarareaba “Yo soy Ogún Balenyó”, que el magnífico documental sobre las fiestas de palos se estrenó a casa llena en el Teatro Nacional y que la UNESCO llegó a declarar los Congos de Villa Mella como patrimonio cultural de la humanidad.
Hace apenas unos años el anuncio de cerveza Presidente hubiera sido recibido como un valioso aporte al rescate de nuestras raíces culturales y no como un atentado a la dominicanidad. De igual manera, el proyecto de ley sobre trata de personas, explotación o tráfico ilícito de migrantes, sometido hace poco al Senado por el Poder Ejecutivo, hubiera sido visto como lo que es en realidad: un intento por adecuar la legislación dominicana a las normas internacionales de derechos humanos, a fin de lavarnos un poco la cara ante la comunidad internacional tras el recrudecimiento de las violaciones a los derechos de los migrantes. Total, que si algo abunda en este país son las leyes y convenios que se adoptan para quedar bien y luego no se cumplen -como los procedimientos para las repatriaciones establecidos en la actual ley de migración, o como la Ley 169-14, que estableció un régimen especial para los desnacionalizados por la sentencia 168-13, cuya implementación el Estado dominicano procedió a ignorar por completo tan pronto la comunidad internacional se desentendió del asunto.
Lo que nos trae al tercer ejemplo, que también tiene la xenofobia anti-haitiana de trasfondo: el reconocimiento que el Senado le acaba de hacer a Milton Ray Guevara, artífice del mamotreto legal antes mencionado que, además de desnacionalizar retroactivamente a generaciones de dominicanos descendientes de haitianos, le hizo un daño irreparable a la credibilidad de la justicia dominicana, tanto a nivel nacional como internacional. A una década de este acontecimiento nefasto, la plana mayor del funcionariato y de la política dominicana se desbordó en un homenaje por todo lo alto, presidido nada menos que por el presidente de la República.
La conexión de los ejemplos anteriores con el tema haitiano no es casual: el anti-haitianismo se ha convertido en el elemento vertebrador del movimiento neoconservador dominicano, firmemente articulado al movimiento neoconservador internacional, cuyos componentes comunes, además de la xenofobia anti-migrante, incluyen la denuncia del “Nuevo Orden Global”, el discurso anti-vaxxer, el rechazo a la mal llamada “ideología de género” y, por supuesto, la negación de derechos sexuales y reproductivos a las mujeres y a la diversidad sexual. Gestado mayormente en los EEUU y promovido ampliamente a través de las redes y los medios conservadores, este movimiento neofascista ha cobrado fuerza en muchos países, como acabamos de ver en Brasil, por ejemplo, y como vemos en República Dominicana.
Estos movimientos presentan perfiles particulares según los contextos propios de cada país, por lo que podemos apreciar un gran protagonismo de los evangélicos entre los seguidores de Bolsonaro en Brasil y un gran protagonismo de los neo-franquistas entre los seguidores de Vox en España. Lo que todos parecen tener en común, desde la India de Modi hasta la Polonia de Duda, es la combinación del fanatismo religioso y el odio a los migrantes (o a los que son vistos como extranjeros, como los musulmanes en la India o los descendientes de haitianos en RD). En la RD la xenofobia empieza a extenderse a otros grupos además de los haitianos, como revelan reportajes periodísticos recientes “advirtiendo” sobre la instalación de mezquitas en diferentes puntos del país o sobre la amenaza que para los comerciantes dominicanos representa el auge de los negocios chinos.
De ahí mi argumento de que debemos situar la inminente aprobación del Código Penal sin causales en el contexto más amplio del avance del neo-conservadurismo dominicano, con su machismo puro y duro que no logran disimular con sus explicaciones anti-feministas (plagiadas de Vox) ni con discursos religiosos contra la “ideología de género” (plagiados de los fundamentalistas gringos). En RD, como en la mayor parte del mundo, el backlash contra la autonomía y los derechos de las mujeres es parte integral del neo-conservadurismo en ascenso, sustentado y legitimado por el fanatismo religioso que instrumentalizan tanto los creyentes como los no creyentes. Por eso los neo-conservadores dominicanos se resisten tanto a ceder los mecanismos de control sobre las mujeres que todavía les quedan: obligarlas a parir en contra de su voluntad, mantenerlas ignorantes sobre su sexualidad, tratar de despenalizar la violación marital, rechazar la paridad de género en la ley electoral -y hasta impedirles la entrada a oficinas públicas en mangas cortas- para mencionar algunas.
El panorama político no puede ser más desolador y todo parece indicar que seguirá empeorando a medida que avance la campaña electoral y los demagogos le suban el volumen a los discursos rancios con los que compiten entre sí por el voto conservador. Que Dios nos coja confesaos.