Este 15 de septiembre se cumplen 9 años de haber sido proclamada la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, los ODS. En el 2015, los 193 países y estados nacionales que conforman el sistema de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) adoptaron y se comprometieron con adaptar en las respectivas agendas nacionales la visión más acabada, holística e integral del desarrollo. El paradigma del desarrollo sostenible.
Escenario puesto y presto
Estuve ahí. Se percibía en el ambiente de la Sede la energía contenida, trepidante. Afuera, los helicópteros sobrevolaban el área a baja altura, al tiempo que los buzos especializados y quién sabe qué más, permanecían en máxima alerta bajo el agua. La vigilancia de las lanchas de la guardia costera patrullaba las aguas del Hudson con cadencia meticulosa, reflejando sus luces rojas y azules en la superficie del río, que parecía una parte más del dispositivo de seguridad que resguardaba la Asamblea. Desde los puntos-vista de las barricadas, los agentes escrutaban con sus binoculares cada movimiento.
Mientras que, adentro, muy dueños de ellos mismos, los líderes del mundo caminaban presurosos los pasillos, escoltados por guaruras que, con mirada aguilucha (o de tigres), implacable y férrea captaban cualquier cosa. Los rigurosos controles y detectores filtraban inclementes cada acceso. Planeaba en el ambiente ese equilibrio raro que da el par ordenado que combina la diplomacia con la presencia silenciosa pero ineludible del control y la seguridad.
Todo había sido fríamente previsto y calculado. Había llegado la hora, con la atmósfera prevista y en el lugar estipulado, de la proclamación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Así fue, así se dio.
Los pecados de este mundo, la base examinada
Ha de reconocerse que la de los ODS es una agenda diseñada con asiento en los pecados del reino de este mundo, enfocada a su redención. Desde esta perspectiva, también, es una agenda cimentada en la esperanza. Se puede un mundo mejor.
En las fases iniciales del diseño fueron examinados, los pecados sociales predominantes, en términos de la pobreza (general y extrema), del hambre, de las desigualdades en todas sus formas (campo-ciudad, entre géneros, entre regiones, entre países, dentro de los países, y más). Asimismo, en términos de la inequidad distributiva de ingreso (“un mundo inmensamente rico y extremadamente pobre”), del desempleo, y de la carencia de calidad educativa.
Además, otras expresiones de los pecados de sociedad como son la exclusión de derechos fundamentales, la infamia persistente del trabajo infantil, la desigualdad de género, y la violencia y discriminación (de género, raza, origen, y más).
También, los reflejados en vivienda indigna y entornos insalubres; en los inadmisibles niveles de mortalidad materna e infantil; en el agobio de altos niveles de las enfermedades transmisibles; en la constancia y persistencia de patrones culturales rezagantes (con atención a género, raza, preferencias sexuales, la obcecación religiosa, y otros); la presión (de doble vía) de las migraciones; expresados también en el embarazo adolescente, en las uniones temprana y la precocidad materna; en las indignantes prácticas del matrimonio infantil; la inseguridad alimentaria y nutricional, y más.
En el plano de los pecados económicos se había tomado muy buena nota de las preexistentes y persistentes precariedades estructurales del aparato productivo de la generalidad de los países, en términos de baja productividad, inversión deficiente, déficit de capacidades y destrezas laborales, inadecuación tecnológica, y más. Asimismo, del estancamiento o retrocesos del crecimiento en la mayoría de las economías; del déficit de infraestructuras económicas y de producción de servicios sociales (transporte, comunicaciones, educación, servicios de salud, digital, y más); de las brechas económicas (de ingreso, empleo, género, territoriales, de clases sociales, y más); de la descapitalización de los recursos (humanos, naturales, productivo-empresariales, y más); del acceso limitado y desigual al ecosistema de innovación, que limita la calidad, la magnitud y acceder a los beneficios de la prosperidad. También, la vulnerabilidad económico-productiva de las Pymes; las amenazas a los activos de la naturaleza (agua, alimentos, materiales, y más); el desarrollo productivo irresponsable, causal principal de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y el cambio climático), y más.
En el plano de los pecados medioambientales, se puso atención a sus reflejos en sequías, inundaciones, huracanes, incendios forestales, climas extremos, y más; al análisis del riesgo inminente de un desastre absoluto (por lo que hemos hecho y cómo lo hemos hecho), asociado al cúmulo de amenazas del cambio climático, que es producto de las emisiones de GEI; a la criticidad de los niveles de degradación medioambiental (aire, mares, tierras y aguas); al deterioro de los ecosistemas costeros, marinos y de tierra; y a impactos económicos y sociales del cambio climático causado por la obra y la gracia del accionar del ser humano.
Las tapas al pomo las ponen los yerros humanos del ámbito de la institucionalidad y la gobernanza, que se reflejan en: inestabilidad e ingobernabilidad económica, social y política; en predominio de baja resiliencia económica, social, e institucional; y en incertidumbres, riesgos y tensiones globales, regionales y nacionales. Asimismo, en déficit e incompetencias para la implementación con calidad de las políticas públicas, en concordancia con los problemas reales y objetivos nacionales; en mala calidad de gobierno y en déficit de institucionalidad, asociado a una deficiente gobernanza, a la corrupción administrativa (con contubernio público-privado), y más.
El examen exhaustivo de estos dolores nuestros del día a día de la vida de este mundo, en todos los países, fue la base sobre la que se establecieron las ideas, el compartir reflexivo e incesante entre partes interesadas, y el fino y cuidadoso proceso de formulación de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible.
Y se hizo la adopción y la inserción
La adopción de la visión ODS tendría consecuencias. Las ha tenido, en la medida en que fueron asumidos como guía, los principios orientadores de las “cinco P”: Personas, Planeta, Prosperidad, Paz y Asociaciones (o Partnerships), que enfocaron el diseño de la Agenda.
En estos términos, se asumía el compromiso del enfoque a Personas, consignado en el principio establecido: que nadie quede atrás (ni persona, ni grupo ni país ni región); el enfoque a Planeta, que estableció el desafío de vivir bajo las racionalidades y restricciones que imponen los límites planetarios; y la Prosperidad: o sea, la asunción del compromiso con ampliar y compartir universalmente los beneficios materiales de la educación, la salud, la seguridad social, el acceso al empleo, la vivienda digna en entorno saludable, el acceso a los medios de vida, el acceso a las tecnologías modernas, y el acceso a otros derechos económicos y sociales que son determinantes del bienestar de los pueblos, y más.
Asimismo, la Paz: que es el enfoque al compromiso de convivir (vivir juntos) con arreglo al derecho internacional, al principio de no-intervención en los asuntos internos de los países, y de resolver pacíficamente las controversias y conflictos. También, la Asociación (Partnership), que refiere el compromiso de las partes interesadas (los gobiernos, la sociedad civil y las organizaciones empresariales, los organismos de la cooperación internacional) para trabajar juntos de manera cooperativa, honesta y ética en función de la realización de los ODS.
La adopción del nuevo paradigma significaba la instauración de un modelo prolijo en cuanto a capacidad para inspirar diseños de políticas y programas mediante los que lograr la realización de metas de desarrollo económico y del desarrollo social, consonantes con los objetivos de recuperación y preservación de la calidad del medio ambiente y el aseguramiento de las condiciones apropiadas para la vida en el planeta.
Como quien dice, ahora sí, el coronel ya tendría quien le escribiera.
Los 17 ODS de la Agenda encarnarían en los respectivos planes nacionales de desarrollo mediante el establecimiento de programas y políticas específicas enfocadas al logro simultáneo de resultados alineados con las 169 metas, en los ámbitos del desarrollo sostenible. La difusión de la nueva visión estaba garantizada. Los pasos siguientes era pisar asertivamente en el terreno de la planificación y la gestión del desarrollo en los niveles nacionales, y monitorear los resultados.
Para el seguimiento a la implementación de los ODS y el rastreo de los resultados, como parte integral de la Agenda, se diseñó un marco compuesto por 232 indicadores, que permitirían a los países y a la comunidad internacional examinar sistemáticamente el avance en el cumplimiento de las metas.
De cómo ha sido ese avance, los obstáculos y las oportunidades a ojos-vista, así como un vistazo a los riesgos y amenazas, se ocupará el contenido de la entrega siguiente.