El delicado momento que atraviesa actualmente la educación del país puede convertirse en una devastadora catástrofe social, en un desastre con graves consecuencias para todos los sectores del país y para el proyecto de nación de cara a los retos y desafíos del futuro. ¡Si nadie pone remedio!
El diagnóstico asusta. Las catástrofes y desastres son eventos inciertos que causan muertes, lesiones y daños que alteran el orden cotidiano de la vida y las relaciones planes y proyectos personales y colectivos esenciales para asegurar y fortalecer el desarrollo nacional.
Los vientos del desastre educativo nacional se pueden observar. Se sienten las ráfagas de las luchas de egos, las prioridades deformadas, las simulaciones ofensivas, las campañas mediáticas truqueadas, las medias verdades, las decisiones improvisadas y excluyentes, la repartición selectiva de culpas, el autoritarismo, la tozudez, la violación de la democracia educativa, la insensatez de los actores y las soluciones “diseñadas” a la medida para generar adhesiones caprichosas y confusas.
La situación es muy delicada y peligrosa. Pocos se atreverán a negarlo. Lo que si queda claro es que durante la tormenta no debemos irnos al malecón a jugar con las olas y las piedras peligrosas. ¡Con el peligro no se juega!
Hay que cambiar las narrativas interesadas, innecesariamente optimistas, pesimistas o indiferentes. Hay que tomar una actitud ética en favor de los derechos de las víctimas del desastre que son los estudiantes y las familias de las escuelas públicas a los que se les niega la igualdad de condiciones para evitar ser ciudadanos de segunda.
Esta tragedia educativa que hoy vive el país puede causar traumas incurables. Puede contaminar y desvirtuar la educación que necesitamos para impulsar el proyecto de nación democrática con ciudadanos como los que perfila la Ley de Educación “Formar personas, hombres y mujeres, libres, críticos y creativos, capaces de participar y construir una sociedad libre, democrática y participativa, justa y solidaria, aptos para cuestionarla en forma permanente”. (Ley 66´97. Artículo 5). ¡Cumplamos todos con la Ley!
No sigamos los pasos de los que cierran el camino al debate, al diálogo y la búsqueda de soluciones colectivas efectivas. Dediquemos más tiempo a las “redenciones” del sistema educativo, seriamente amenazado, que a la búsqueda culpables de todos los colores. Que los hay por comisión o por omisión. Cada cosa a su tiempo. No seamos parte del problema, seamos parte de la solución.
Ningún sector, institución pública o privada o persona podrá afrontar de manera particular la catástrofe educativa que hoy padece el país y que exige vencer las incertidumbres, los miedos, los sufrimientos y desacuerdos que provoca. Nadie puede abrogarse el derecho de imponer sus soluciones o de negarse a debatirlas.
Se necesita pensar y actuar comunitariamente para revivir las esperanzas en nuestro sistema educativo en este momento de crisis que afecta la educación de todos que no puede estar en las manos de unos pocos. Sobran, por tanto, las recetas de mejoramiento y cambio del sistema educativo traídas por instituciones graduadas en “iluminismo escolar”, no siempre de manera gratuita.
El país tiene mucho que perder. Hay que repetirlo como un salmo. La tragedia, la catástrofe educativa nacional puede generar “muchas muertes”, incertidumbres y peligros para millones de dominicanos y para el proyecto de nación alimentado por el compromiso del país con el logro de los Objetivos de Desarrollo sostenible, ODS. ¡Si nadie pone remedio!
En este escenario catastrófico resultan esperanzadoras las recientes declaraciones de la vicepresidenta del país y jefa del Gabinete Educativo del Gobierno, licenciada Raquel Peña, quien destacó que el gobierno no es indiferente a la situación de vive la educación. “Dennos un poquito de tiempo y ustedes van a notar las diferencias de lo que es la calidad de la educación de la República Dominicana”.
Creo firmemente que en sus manos, y en las de otros que su demostrada vocación de diálogo pueda concitar, está la verdadera y efectiva prevención de la catástrofe educativa que está por llegar. Sus cualidades y competencias humanas, profesionales y políticas la convierten en la líder adecuada para poner remedio y viabilizar las soluciones que requiere la situación.
Sus logros como jefa del Gabinete de Salud, principalmente en el afrontamiento de la lacerante pandemia de la COVID-19; y como ministra transitoria del Ministerio del Medio Ambiente, así como en otras delicadas funciones de Estado son testimonios elocuentes que generan una vigorosa esperanza en su capacidad para encarar la crisis educativa con una visión democrática, incluyente y efectiva.
En momentos en que la delicada situación educativa del país requiere de un Plan de Gestión de Crisis para encontrar las soluciones adecuadas, la intervención de la vicepresidenta Raquel Peña puede hacer el milagro de poner el remedio. ¡El país necesita el milagro!