A lo largo de la historia la juventud ha jugado un rol estelar pues ella, en sentido general, ha sido el motor de las transformaciones sociales. En las luchas contra la opresión y la democracia siempre ha estado en la primera línea. Ha sido mucha la sangre joven derramada por los ideales de una sociedad nueva, distinta, en que la justicia y la igualdad fueran los atributos fundamentales de la vida social. La historiografía latinoamericana recoge en sus páginas los denuedos de una juventud que se entregó a las luchas libertarias, como fueron José Martí y Simón Bolivar. En nuestro caso, fueron personas muy jóvenes quienes fundaron La Sociedad Secreta La Trinitaria para enfrentar el régimen militar haitiano: Juan Pablo Duarte (25 años), Serra (19 años), Juan Isidro Pérez (29 años), Pedro Alejandro Pina (17 años), Benito González (27 años), Félix María Ruiz (23 años), Jacinto de la Concha (19 años), Juan Nepomuceno Ravelo (25 años) y Felipe Alfau (20 años). Pronto se integraron otros, como fueron Francisco del Rosario Sánchez (21 años), Ramón Matías Mella (22), Vicente Celestino Duarte (36 años). En promedio, 23 años. Jóvenes que ofrecieron incluso sus vidas por aquellas causas históricas.

Hoy siguen surgiendo jóvenes que liderean luchas de importancia para la propia humanidad. Los hay incorporados al activismo contra el cambio climático, como también en las luchas por los derechos humanos. Jóvenes y adolescentes que se movilizan a nivel mundial por una sociedad más inclusiva y respetuosa de la vida en todas sus manifestaciones; por un mundo donde el imperio de la paz se constituya en el norte que guíe nuestras vidas. Los hay también dedicados a la música y a las artes plásticas, como también a la literatura y a las ciencias. La irrupción de nuevo de la juventud en el mundo de la política también es un fenómeno que cobra vida hoy luego de un período caracterizado por lo que algunos cientistas sociales llamaron “el desencanto de la juventud por el mundo de la política”. Cada vez más se renueva la participación de la juventud en la búsqueda de mejores formas de vida.

La crisis que sacude al mundo hoy se pudiera calificar como la crisis del cansancio y el agotamiento de un modelo económico centrado en el agotamiento de los recursos naturales; pero también de una concepción y una forma de vivir la vida centrada en los egos y la pasión por el poder “sin más”, obviando lo fundamental de la política, la persona humana y su bienestar.

El mundo requiere de una nueva mirada e inspiración, de un renacimiento centrado en el ser y la vida humana. De nuevos modelos y referentes que modelen y vivan las aspiraciones anheladas. De mujeres y hombres nuevos, que-como-parte-del-mundo, se comprometen con su transformación, que es al mismo tiempo, la suya propia. Son necesarios nuevos corazones que alojen dentro de sí maneras distintas de sentir y apasionarse con la naturaleza y con la vida. Mujeres y hombres nuevos que hagan posible una vida centrada en la armonía y la paz, como condición necesaria para el bienestar y la felicidad de todos. Que asuman la osadía y el reto por la construcción de una sociedad nueva con un nuevo relato centrado en la formulación de nuevos modelos sociales y políticos, en que la paz no sea solo una aspiración sino una forma de vivir la vida consigo mismo y con los demás, apostando siempre por el bienestar y la felicidad de todos.

Quizás hará falta recuperar sueños pasados pero recreados fuera de los discursos engañosos y demagógicos a lo que nos han acostumbrado por tanto tiempo, y que permitan por lo menos, forjar nuevas esperanzas ancladas en la bondad y la justicia, en la solidaridad y el respeto, en la verdad construida colectivamente.

Como diría Marcos Villamán en su obra que hoy cobra mayor relevancia Trastocar las lógicas y empujar los límites: Democracia, ciudadanía y equidad[1]:

“… sólo transformando las lógicas socialmente dominantes en los diferentes ámbitos de la vida y, en consecuencia, empujando los límites estrechos que esa lógica impone, será posible superar los problemas acuciantes del mundo que hemos construido y nos está tocando vivir, sobre todo, en lo referente a la pobreza y la exclusión social…”

Se necesita de una nueva juventud, una juventud que recupere los sueños y las esperanzas dislocadas, que recupere las ansias, los deseos y el compromiso por construir un mundo y un hombre-mujer nuevo. Un mundo cargado de nuevos sueños y posibilidades nuevas. Es ella, la juventud, la llamada a transformar el mundo que nosotros los adultos les hemos dado y que ha puesto en peligro nuestra propia existencia. Como diría Yuval Noah Harari ante la aparente pérdida de fe en los relatos antiguos: “Y entonces, ¿qué hay que hacer? El primer paso -dice el autor de 21 Lecciones para el siglo XXI- es bajar el tono de las profecías del desastre, y pasar del modo de pánico al de perplejidad…”, siendo “la perplejidad más humilde y, por tanto, más perspicaz”.[2] Y quizás también, menos cargada de la ceguera que nos han impuesto los prejuicios y preconcepciones ideológicas ya gastadas.

El gran desafío es la reconstrucción de la vida y, con ello, el sentido de la vida misma, que no es otra cosa que su preservación, comenzando por la “casa común” que nos acoge y nos invita a preservarla, como garantía de nuestra propia vida y existencia.

 

La juventud debe constituirse y ser un signo de esperanza ante un futuro cargado de tantas incertidumbres, al mismo tiempo, que de grandes e insospechadas sorpresas en el campo del desarrollo del conocimiento y las tecnologías.

[1] Villamán, M. (2003). Trastocar las lógicas. Empujar los límites: democracia, ciudadanía y equidad. CEP/INTEC. Santo Domingo.

[2] Harari, Y. (2018). 21 Lecciones para el siglo XXI. Penguin Random House Grupo Editorial. Barcelona.