Empecemos reafirmando la importancia de estudiar y comprender al joven en el contexto actual. En términos cuantitativo, si asumimos el valor de estimación al 2022 que ofrece la Oficina Nacional de Estadística para la población en general y los menores de 25 años sin incluir estos últimos[1], estos serían el 44.3% del total de la población, es decir, estaríamos hablando de 4,708,407 personas jóvenes. Y si quisiéramos en este tramo etario (de la juventud), por aquello del crecimiento de la esperanza de vida en República Dominicana, considerar a quienes se sitúan por debajo de los 30 años, este número nos llevaría al 52.5% de la población total, es decir, más de 5 millones de personas en nuestro país, tiene veintinueve años y menos. Efectivamente, somos un país mayoritariamente de personas jóvenes.
En la psicología se han propuesto diversas teorías desde perspectivas distintas para estudiar el proceso de desarrollo y, con ello, los factores que contribuirían con las características del mismo. Papalia, Wendkos y Duskin[2] identifican cinco perspectivas y unas nueve teorías y todo ello por lo supuestos desde los cuales se parte respecto a cuáles son los mecanismos que permiten comprender los cambios en dicho proceso, si son principalmente de naturaleza biológica, o del entorno o de los contextos socioculturales, e incluso, ecológicos. Cada vez más la propia ciencia del comportamiento le da mayor peso en el desarrollo de las personas a la relación entre las características propias y los factores del contexto. Sin embargo, esta relación debe ser comprendida en su dimensión dialéctica, debido a que los sujetos con su obrar generan cambios en sus contextos que también influirán en su persona, es decir, se auto influyen y autodeterminan, al mismo tiempo.
De esto último se desprende que como ser vivo y activo para comprender al joven debemos adoptar una mirada multidisciplinaria que considere los diversos factores que van conformando y estructurando su desarrollo y situación.
En el importante libro Adolescencia y Juventud en América Latina, bajo la compilación de Solum Donas Burak[3] se señala desde el mismo primer párrafo una advertencia que considero saludable y se trata del riesgo que se corre de estudiar el mundo de la adolescencia y la juventud desde el mundo de los adultos: “Mirar a los adolescentes y jóvenes desde el mundo adulto, implica correr el riesgo de equivocarse o malinterpretar signos y símbolos cuyos significados cambian (y han cambiado), por los acontecimientos históricos y sociales que llenan las distancias entre “nuestra juventud” y la época actual”.
Es por esa razón que generalmente me abstengo de decir que las épocas pasadas fueron mejores que las actuales, y prefiero asumir que las épocas y los contextos, como los jóvenes mismos, fueron y son diferentes. Con características, necesidades y situaciones distintas. Por supuesto, también el reconocimiento de que los “referentes”, en sentido general, fueron distintos. Un aspecto que se ha estudiado de una época a otra y de un contexto social de país y otro, son los diferentes ambientes de socialización de adolescentes y jóvenes. En los años sesenta, por ejemplo, la identidad barrial era una cuestión de importancia a tal grado, que los jóvenes nos veíamos en la obligación de supuestamente proteger al barrio y a las jóvenes, de muchachos “enamorados” procedentes de otros barrios, con los cuales muchas veces teníamos conflictos inter-barriales. Ese fenómeno hoy día no existe. Aunque al igual que ahora existían los bares, en aquel entonces a dichos lugares asistían solo las personas adultas, principalmente los hombres. Una mujer en un bar no era vista con “ojos santos”. En el día de hoy los bares son espacios de diversión y socialización de jóvenes de ambos sexos. Es más, personalmente he ido a algunos acompañando a mis hijos, y no puedo negar que me he sentido “fuera de lugar”. Aquellos años, luego de la II Guerra Mundial, la guerra de Vietnam entre otros fenómenos sociales, era la época de los llamados “proyectos sociales”, a los que algunos jóvenes de entonces se suscribían y hasta ofrendaron sus vidas por ellos. En nuestra época, no solo que dichos proyectos ya no atraen a los jóvenes, sino que estos están principalmente atados a la búsqueda de su “bienestar personal” y a cómo de lugar. Resulta interesante, en ese sentido, que las razones que nos movían entonces siguen siendo hoy problemas muy serios, como la pobreza, la desigualdad social, la exclusión, etc.
Ahora bien, en los procesos del desarrollo humano hay tres ámbitos importantes que se pueden identificar: biológico, cognitivo y socioafectivo. Mientras el primero tiene que ver con el desarrollo corporal y la maduración biológica, el segundo se sitúa en el ámbito del pensamiento y las capacidades y competencias intelectuales, y el tercero, un ámbito muy basto del desarrollo de las emociones. No se puede negar que todos estos procesos y factores estarán “condicionados” por las realidades sociales y económicas en que viven los sujetos, aunque no necesariamente, los determinan total y completamente. Ya hemos señalado en ensayos anteriores que en la última prueba internacional PISA, que organiza la Organización de Comercio y Desarrollo Económico (OCDE), un porcentaje relativamente alto de estudiantes de nuestro país y situados en el quintil más pobre (12%), presentaron resultados por encima de los del quintil más rico. A esos jóvenes estudiantes de 15 a 16 años, el informe internacional los caracteriza como “jóvenes resilientes”. Estos resultados no eran esperados puesto que el factor que “mejor” explica los logros de aprendizaje de los estudiantes, en muchos estudios realizados, es el socioeconómico.
Ahora bien, y como es lógico de esperar, los jóvenes se mueven entre factores de riesgos y factores de protección, que van a incidir en sus vidas. Como bien señala Josep Carnellá i Canals[4], “los riesgos no están aislados del contexto social, sino que se interrelacionan con una compleja red de factores e intereses sociales, culturales, económicos y ambientales”. Y son “aquellos elementos que tienen una gran posibilidad de desencadenar o asociarse al desencadenamiento de algún hecho indeseable, o de una mayor posibilidad de enfermar o morir”. Por supuesto, las conductas de riesgo pueden comprometer el desarrollo psicosocial normal de los adolescentes y jóvenes. Los factores de protección, señala el autor referido, “pueden ser inherentes a las características personales del individuo, a las características de su entorno familiar, o a las características de los sistemas de apoyo social”.
Por supuesto, la realidad concreta del o la adolescente, como de la persona joven no se mueve entre uno u otro mundo de estos factores, sino que son procesos complejos que se sobreponen y se interrelacionan. Además, y este es un tema de gran importancia para el desarrollo de los adolescentes y jóvenes, es que tiene que ver con las características de los grupos en los cuales ellos se socializan, vale decir, los grupos de pertenencia y de referencia, siendo el primero principalmente la familia, y el segundo, el o los grupos de amigos. Y, en el mundo de hoy, las redes sociales deberán ser tratadas de manera muy especial, pues estas desbordan los contextos concretos en los que se desenvuelven los adolescentes y jóvenes. Estas últimas consideraciones nos permitirá dar un paso más, en una futura entrega, para situar la realidad de los adolescentes y jóvenes.
[1] Recuperado en cuadro-estimaciones-y-proyecciones-población-total-por-año-según-sexo-edad-2000-2030.xlsx (live.com)
[2] Papalia, D., Wendkos, S. y Duskin, F. 2001. Psicología del Desarrollo. McGraw Hill, 8va edición. Colombia.
[3] Donas Burak, S. (2001). Adolescencia y juventud en América Latina. Libro Universitario Regional. Asociación Universitaria de América Latina y el Caribe (EULAC) y la Agencia de Cooperación Técnica Alemana (GTZ). Costa Rica.
[4] Recuperado en Revista47-5.pdf (injuve.es)