La República Dominicana tiene una deuda pendiente con Juan Pablo Duarte. Esta deuda se expresa en la falta de cuidado y de atención a sus enseñanzas, a sus sacrificios y a sus propuestas. Con la celebración de su nacimiento, el 26 de enero, iniciamos lo que se ha llamado el Mes de la Patria. Esta festividad se caracteriza por su estilo tradicional y poco atrayente, especialmente para niños, adolescentes y jóvenes. Son actividades con más de lo mismo, para adultos y personajes que priorizan el recuerdo histórico sin conectarlo con la realidad cambiante de hoy; y, mucho menos, con los futuros de las personas, de la educación y de la sociedad.

Los primeros que labran el ocaso de Juan Pablo Duarte en el pensamiento y en la acción de niños, adolescentes y jóvenes dominicanos son las autoridades educativas y políticas, las escuelas, las instituciones de educación superior y los sectores sociales, que ignoran   su legado humano y sociopolítico. Las autoridades, por la falta de inversión y creatividad para que su trayectoria y empeño por un país libre y soberano sea conocida y estimada. Las instituciones educativas, por obviar sus propuestas formativas y ofrecer referentes históricos superficiales que aportan resultados nocivos a la nación. Y los sectores sociales, por estar interesados en colocarse en otra historia, menos en la de este país.

Los medios de comunicación y otros escenarios han sido testigos del debate abierto para que las fechas vinculadas a la vida de Juna Pablo Duarte se mantengan intocables. Esto no ha sido escuchado ni asumido por los últimos gobiernos, incluyendo el actual. Tiene más fuerza la lógica del comercio y el poder empresarial. Parece sencillo, pero la movilidad de la fecha del   natalicio de Juan Pablo Duarte influye para que se asuma como algo banal. Hay una distancia entre una mentalidad mercantil y una mentalidad formada política e históricamente. Los que viven gimiendo por la delincuencia y por la inestabilidad social son los primeros que apoyan la banalización de los aportes de Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez y Matías Ramón Mella.

Estamos conscientes de que la celebración de un día no resuelve el problema. No. Es necesaria una revisión del sentido y del espacio que ocupa el estudio de la historia en la formación de los dominicanos. Las Ciencias Sociales están en su peor momento en la educación nacional. Urge una recuperación de la educación histórico-social de niños, jóvenes y adolescentes. Las generaciones del presente y del futuro del país necesitan una formación sistemática y consistente en este campo. Solo así pueden apropiarse de la propuesta socioeducativa de Duarte y de los demás patricios en los procesos de construcción de esta nación.

El Comité de Efemérides Patrias también tiene que recrear su imaginación para acercar a Juan Pablo Duarte, a Francisco del Rosario Sánchez y a Matías Ramón Mella a la población. Deben revisar el discurso, el estilo y, especialmente, el sentido que desean comunicar. Estamos en el Siglo XXI y la misma Comisión debe repensarse para abrirle espacio a una línea intergeneracional que, de forma plural, reimagine los modos de presentar y de proponer las aportaciones de Juan Pablo Duarte a las diferentes generaciones y sectores sociales.

En esta misma dirección debe revisarse el Instituto Duartiano.  Además de los espacios históricos por edad y formación especializada en Ciencias Sociales, hay que crear espacio para personas jóvenes interesadas en formarse y en aportar en el área indicada. Este Instituto requiere una línea de acción más diversificada. Su acción no puede centrarse en un nerviosismo antihaitiano. Su función principal ha de ser aportar, con mentalidad innovadora, para que la sociedad conozca y asuma la propuesta política, educativa y social de Juan Pablo Duarte. Esto ha de hacerlo con pensamiento histórico fundamentado y situado en Siglo XXI.

La presencia de Juan Pablo Duarte en la educación escolar y social requiere un giro de 360 grados. La conciencia histórica y los fundamentos de la institucionalidad del país están en juego. Ninguna persona, ninguna institución ni, mucho menos, los que dirigen el país pueden actuar como si estuvieran flotando, cuando se trata de un tratamiento precario e indigno para el más insigne de los tres Padres de la Patria.