En el artículo anterior hablé de la visita del profesor Juan Bosch a Estados Unidos y Europa, y señalé que mientras él se encontraba en esa gira, en el país circulaban rumores que daban cuenta de las conspiraciones en ciernes para impedir la instalación del gobierno el 27 de febrero.

Pues bien, esa gira finalizó el 16 de febrero, y ya el 17 el profesor estaba de regreso. En el aeropuerto y en toda la autopista Las Américas lo esperó una enorme multitud, tan grande que se calculó en 100 mil personas. No fue posible hablarles a esa multitud. La desorganización lo impedía. Ni siquiera fue posible transitar por la autopista. Al respecto Angel Miolán escribió: "Era imposible trasladar al Presidente electo y su esposa en automóviles a la ciudad; la autopista estaba repleta, pulgada a pulgada, de seres humanos".

Hubo que hacerlo en un helicóptero de las Fuerzas Armadas que sobrevolaba a poca altura mientras Bosch saludaba a la delirante multitud. Posteriormente Juan Bosch diría: "Fue un espectáculo maravilloso sobrevolar ese gentío, que saludaba con afecto y lleno de alegría. El aparato volaba muy bajo para hacer posible que esa multitud recibiera nuestro saludo. Pude darme cuenta de que el perredeísmo había calado muy hondo en el corazón del pueblo dominicano".

II

En ese contexto llegó el 27 de febrero. Todas las maniobras contra Juan Bosch habían fracasado, y ya no había manera de impedir su juramentación como nuevo Presidente de la República Dominicana.

Ese día existía un contraste. Una minoría, poderosa, se sentía disgustada al comprobar que sus planes contra el presidente habían fracasado. Mientras, una inmensa mayoría festejaba la llegada de Juan Bosch a la presidencia.

La minoría resentida se quedó en su casa al asecho de la primera oportunidad para dar el zarpazo contra la naciente democracia. Pero la mayoría, desde muy temprano, llegaban al Congreso Nacional para ser parte de la historia.

Allí el profesor fue juramentado como Presidente de la República, y juró defender la Constitución y las leyes dominicanas. Pero lo hizo diferente a como había sido la tradición.

En vez de juramentarse en la cómoda sala de la Asamblea Nacional lo hizo en las escalinatas del Palacio del Congreso. Probablemente no era el lugar más adecuado, pero facilitaba a las masas presenciar de cerca la ceremonia, y al presidente confundirse con el pueblo. Aunque hay que admitir que esa circunstancia generó algunos problemas con el protocolo, en virtud de que las masas de confundían con las personalidades invitadas y aquello no pudo ser del todo controlado.

Pero ésta no fue la única novedad. El presidente también se negó a ceñirse la banda presidencial. Definitivamente, quería diferenciarse, en los hechos, de todos estos presidentes, sobre todo, de Trujillo y de sus presidentes títeres. Todos habían sido juramentados en la sala de la Asamblea Nacional y se terciaban la ñoña en sus pechos. Bosch quería desde muy temprano marcar distancia de esa práctica del pasado trujillista.

Sin embargo, no todo el mundo vio esas novedades como positivas. Hubo quienes dijeron que el presidente había irrespetado el símbolo de la dignidad y el poder. Otros lo vieron de otra manera. Y no faltó quienes defendieran la postura de Bosch diciendo que varios presidentes habían ceñido esa banda y no habían tenido ningún poder, y otros, teniendo poder, carecieron de dignidad.

De todas maneras, y al margen de esas novedades protocolares, lo que se respiraba era un ambiente de alegría y de respaldo al nuevo presidente y a la democracia que trataría de impulsar en un país sin ninguna tradición democrática.

En esa toma de posesión estuvieron varios presidentes de países amigos y personalidades importantes que eran símbolos de la democracia latinoamericana. Pero uno de ellos, Rómulo Betancourt, tenía un valor especial para los dominicanos. Había sido un gran aliado en la lucha antitrujillista, y su intento de asesinato, ordenado por Trujillo, había precipitado el derrocamiento del tirano. Pocas cosas le hicieron más daño a Trujillo que el intento de asesinato del predidente Betancourt. Ese hecho, inconcebible, puso muchos sectores, incluyendo Estados Unidos, en marcha contra Trujillo.

Pero también estuvo presente el vicepresidente Lyndon B. Johnson, en representación del presidente Kennedy, el mismo que dos años y dos meses después mandaría 42 mil marines para impedir el retorno de quien en ese momento él presenciaba su juramentación como Presidente Constitucional de la República Dominicana.

III

En ese ambiente de fiesta democrática se juramenta Bosch, y se dirige a la nación. He aquí algunas de sus palabras:

"No deseamos el poder para gobernar con amigos contra enemigos, sino para gobernar con dominicanos para el bien de los dominicanos…

Un gobernante democrático debe tener oídos abiertos para oír la verdad, ojos activos para ver lo mal hecho antes de que se realice, mente vigilante para que nada ponga en peligro la libertad de cada ciudadano, y un corazón libre de odios, dedicado día y noche sólo al servicio del pueblo…

No espere nadie el uso del odio mientras estamos gobernando. Nosotros estamos aquí con la decisión de trabajar, no de odiar; dispuestos a crear, no a destruir; a defender y a amparar, no a perseguir…

Pongamos todos juntos el alma en la tarea de acabar con el odio entre los dominicanos como se acaba con la mala yerba en el campo que va a ser sembrado; pongamos todos juntos el alma en la tarea de edificar un régimen que dé amparo a los que nunca lo tuvieron, que dé trabajo a los que buscan sin hallarlo, que dé tierras a los campesinos que la necesitan, que dé seguridad a los que aquí nacen…

Nosotros tenemos que convertir en hechos nuestros buenos deseos. Los pueblos dignos, como los hombres con estatura moral, buscan dar, no recibir; buscan ayudar, no pedir ayuda. Si debido a la desgracia que nos abatió durante treinta y dos años hemos tenido que ir por el mundo democrático en solicitud de ayuda, no debemos acostumbrarnos a vivir de ella…"

Al final de su discurso se dirigió a los presentes con estas categóricas palabras:

“Mientras nosotros gobernemos, en República Dominicana no perecerá la libertad”. Y así fue, bajo su liderazgo y en su presidencia, la libertad no pereció.