En agosto del 2000, pocos días antes de tomar posesión como primer mandatario de la nación, el Ingeniero agrónomo Hipólito Mejía visitó al ex presidente Joaquín Balaguer en su casa de la Avenida Máximo Gómez número 25. Lo acompañaban los futuros ministros Hugo Tolentino Dipp, Guido Gómez Mazara, Hernani Salazar y José Miguel Soto Jiménez.

El objetivo de la visita era expresarle al decano de los presidentes dominicanos su profundo agradecimiento por haberle evitado ir a una segunda vuelta que constitucionalmente correspondía celebrar en virtud de que le faltaron unos vóticos para alcanzar el 50 por ciento más un voto.

Hipólito, que cuando agarraba no soltaba, supo amarrar la chiva en el patio de la casa del doctor, y llegada la hora decisiva, el viejo invidente dijo que él no presta su sombrero dos veces. Dicen que estaba molesto con los morados porque debían devolverle el favor de haberlos llevados al poder en la segunda vuelta del 1996, apoyándolo en el 2000 desde la primera vuelta.

De todas maneras, a Hipólito no le importaban las razones muy particulares de Balaguer. A él le importaba que le evitó los trotes de una segunda vuelta, pero sobre todo le ahorró la gran cantidad de dinero a invertir, aunque ganaría sentado en su casa.

Razones de más había para agradecer de corazón al viejo caudillo de Navarrete.  En su libro, El doctor, el historiador José Miguel Soto Jiménez narra ese encuentro en el que estuvo presente.  Dice que fueron recibidos en la marquesina de atrás por el general Pérez Bello y Johnny Morales. Los condujeron a la biblioteca del doctor donde los estaba esperando "vestido con una bata que cubría su vestimenta sencilla, pero muy bien acicalado, y con un rostro impreciso sin expresión alguna". El presidente electo presentó la comisión y sin mucho formalismo le dijo al doctor los cargos que cada uno ocuparía en su gobierno. Y luego de algunos chistes, muy al estilo de Hipólito, este le expresó su gratitud por haberle evitado una segunda vuelta. Y a seguidas le ofreció, según Soto Jiménez, "las posiciones que él quisiera y tuviera a bien para su gente en el nuevo gobierno". La respuesta del veterano estadista fue agradecer el gesto sin aceptar nada, porque "tenía demasiado compromisos con la gente de su partido".

Hipólito, dinámico y jocoso, insistió, y el doctor, con su consabida decencia, insistió en su negativa. Nada de cargos para los reformistas. Al final se despidieron, pero cuando ya se habían alejado un poco, se escuchó la voz de Balaguer pidiendo que le llamaran a Hipólito.  Dice Soto Jiménez que entonces el doctor le dijo: "Mejía, yo le había dicho que no quería nada, pero sí quiero…Mire, en Restauración hay una vieja maestra muy meritoria que no han querido pensionarla, asígnele usted su jubilación, no por amiga mía, sino porque se lo merece, por todos los años de su vida que le entregó al magisterio. El próximo mandatario, algo desconcertado, le pidió el nombre, y él solo le respondió que se lo mandaría luego, como después hizo".

Al leer esa historia recordé otra que me narró en el 2002 en un patio de una casa en Sabana de la Mar un importante e influyente personaje de la vida nacional. Ese gran personaje fue enviado en 1996 por el presidente Leonel Fernández donde Balaguer con la encomienda de que le proprcionara una lista de las personas que él quisiera fueran nombradas en el nuevo gobierno. El presidente Balaguer agradeció el gesto, pero le dijo que el pacto había sido patriótico y que no recomendaría a nadie.

Es la misma postura asumida 4 años después con Hipólito. El doctor sabía lo fácil que la gente muda de lealtades, sobre todo, cuando ya se está, como estaba él, sin perspectiva de triunfo y al borde del sepulcro. Si había alguien que sabía a ciencia cierta, producto de 75 años entre la actividad política y el Estado, que la lealtad del dominicano es más frágil que un papel mojado, y que se muda de casa más fácil que un inquilino. Recomendar personas para decretos era entregárselos al presidente, y en ese gancho él, viejo zorro, no iba a caer. Aun a esa edad y en esas condiciones el viejo seguía siendo celoso con su liderazgo. Genio y figura hasta la sepultura.