El pasado 14 de julio se cumplieron 20 años de la muerte de Joaquín Balaguer. Un personaje que podríamos olvidar o simplemente dejar de rumiar sobre su rol en la historia política dominicana. Murió a los 95 años, una larga vida asentada en el gobierno, el de Trujillo y los propios. Resistió siempre despedirse de la política y su principal legado es que en el post-balaguerismo hemos presenciado reiteraciones de sus estilos.

 

Su prole reformista ha sido hábil negociando participación en el Estado sin ser gobierno: se aliaron al PLD, al PRD y al PRM. ¡Qué hazaña!

 

Balaguer aniquiló las distintas tendencias de la izquierda: muertos, presos y exiliados. El país perdió ese liderazgo que no pudo tampoco unir fuerzas ante las adversidades. Acumuló divisiones que han plagado la izquierda dominicana.

 

Movió la política hacia la centroderecha: él encarnando el liderazgo de la derecha y el PRD del centro. No aniquiló el PRD en sus 12 años de gobierno, pero se vengó en el 1986 y en el 1996. En 1986 derrotó al PRD después de solo ocho años en el poder (las únicas elecciones limpias que ganó Balaguer) y en 1996 tendió su apoyo al PLD para que José Francisco Peña Gómez, negro de origen haitiano, no ganara las elecciones.

 

En el año 2000, casi en la tumba, fue candidato y perdió. Cedió el paso a Hipólito Mejía, entonces del PRD, y el destino (una crisis financiera) se encargó de reponer en el 2004 a su escogido sucesor: Leonel Fernández.

 

A partir de ahí, Leonel asumió el liderazgo de la derecha dominicana, la incorporó al Estado y fue base de apoyo electoral. El balaguerismo se fundió con el peledeísmo. Cada vez el PLD se parecía menos a Juan Bosch: el cálculo venció a la misión y la corrupción a la ética.

 

Pero ya antes, en el gobierno de Hipólito Mejía, el Congreso, de mayoría perredeísta, había declarado a Balaguer “Padre de la democracia dominicana”, honor que no merecía, y mucho menos tocaba al PRD otorgarlo.

 

Ningún presidente es todo bueno o todo malo; tampoco Balaguer. Pero lo bueno no alcanzaba para merecer ese honor: fue colaborador de Trujillo y su presidente títere, y durante sus primeros 12 años de gobierno propio (1966-1978), el país estuvo sometido a una fuerte represión política. Eso lo descalificaba para el título otorgado.

 

Durante los gobiernos de Balaguer la corrupción y el clientelismo adquirieron sus formas modernas y se expandieron para estabilizar el régimen, mediante la conformación de amplias clientelas civiles y militares: las obras grado a grado con pago de sobornos, y la distribución de bienes a cambio de apoyo político.

 

Con el tiempo, de las fundas balagueristas se pasó a las cajas peledeístas y ahora a los bonos perremeístas. Con el crecimiento económico de las últimas décadas, la corrupción se amplió y eventualmente generó su antítesis: el movimiento anticorrupción.

 

Esa derecha, ante la que sucumbió el PLD y el PRD, se posa ahora sobre el PRM. Por eso es tan difícil desterrar a Balaguer.