La cuestión nacional, el nacionalismo, constituye una las más importantes cuestiones políticas, sociales y culturales de la presente época. Ese tema tiene expresiones cada día más complejas, más diversa y por momentos, cuando llega a niveles de exacerbación, no solo se convierte en uno de los elementos más desestabilizadores de las democracias y de las relaciones entre los estados, los pueblos, sino que socaba las bases de la convivencia y solidaridad de clases en determinadas sociedades. Ese tema produjo muchos debates en la izquierda de los pasados dos siglos, pero solo Otto Bauer lo sistematizó, según Arduino Agnelli, lo cual constituye un serio hándicap de esa corriente para comprender una cuestión del calado de los nacionalismos.
Sin embargo, prestigiosos autores de diferentes matrices ideológicas y desde diversas perspectivas han tratado ese tema con incuestionable profundidad y teniendo muchos de ellos un decidido rechazo a las actitudes propias del nacionalismo a ultranza, además, por la dificultad o ambigüedades de la noción misma de nación. A ese propósito, Donald Sasson dice que Hobsbawm hace suyas la concepción de nación como una “comunidad imaginada porque, independientemente de la desigualdad y la explotación que pueden prevalecer en cada caso, la nación se concibe siempre como una camaradería profunda, horizontal. En última instancia, es esta imaginada fraternidad la que ha permitido, durante los últimos dos siglos, que millones de personas maten y, sobre todo, que estén dispuestas a morir por estas imaginaciones tan limitadas”.
El referido rechazo se basa en que numerosos elementos en que se sostiene el particularismo nacionalista constituyen ficciones no solamente insostenibles por cuanto tal, sino porque pueden arrastrar a naciones y/o pueblos a cometer a los más atroces abusos contra otros bajo argumentos sostenidos por prejuicios contra otros pueblos e incluso contra los propios connacionales. Y es que, para muchos autores, el territorio, la cultura, la religión, la etnia y la lengua son elementos muy limitados para determinar la realidad de la particularidad de un determinado grupo humano. Precisamente, es la asunción de esos elementos que, con irrefrenable carga emotiva e irracional, algunos movimientos fundamentalistas pretenden justificar su particularismo “nacional” en su combate al Estado/nación al que históricamente han pertenecido.
En Occidente, la cuestión étnica, basada en prejuicios religiosos que se traduce en xenofobia es muy frecuente en los movimientos nacionalistas fundamentalistas, el caso de los secesionistas vascos, por ser muy notable su ferocidad y propensión a la violencia, quizás es el mejor conocido. Quien es considerado su fundador, Sabino Arana, le atribuía al resto de los españoles los más hirientes adjetivos peyorativos, los consideraba tarados moral e intelectualmente, por eso abogaba por la “patria” vasca, distinta y en contra de la por él considerada España étnicamente degenerada. Pero esa descalificación étnica venía de lejos. Erasmo, citado por Roca Barea, consideraba a los españoles como impuros por ser una mezcla de moros y judíos. Esa autora publica una cita de Martín Lutero en la que este dice que los españoles eran bestias.
Las citas y libros con posiciones similares sobre muchos pueblos son inimaginables e interminables en términos de cantidad, de mitologías, de grotesca violencia e infamia. Un ejemplo de este aserto es la cantidad de mitos y epítetos expresados contra los judíos por algunos personajes de la novela de Umberto Eco “El cementerio de Praga”, lo cual motivó una encendida protesta de parte de algunas comunidades judías. A través de esos mitos, muchas veces se construyen actitudes nacionalistas que en la época actual se han convertido en recursos de campañas electorales para formar mayoría de corte reaccionario y no pocas veces nazi/fascistas. Son varios los ejemplos de mayorías ya formadas usando esos recursos y de muchas las democracias amenazadas por esa misma razón.
Las migraciones son catalizadores por excelencia de esa circunstancia, eso se manifiesta en las posiciones de insolidaridad de sectores de las clases trabajadoras de varios países, sobre todo europeos, contra la masa de mano de obra extranjera demandada por el capitalismo para su funcionamiento. Constituye una tragedia que esa insolidaridad se exprese como en factor desmovilizador y reaccionario de importantes sectores de la clase trabajadora convertidos en verdaderos caladores de votos del nacionalismo fundamentalista. Una insolidaridad que también la expresan muchos intelectuales de allá…y de aquí. Es preocupante ver en nuestro país, cómo personas progresistas, preparadas, de probada inteligencia se sumen al mito de que nuestra sociedad es un crisol de etnias “que siempre han vivido en armonía”.
En ese sentido, idealizan la esclavitud que aquí existió, repitiendo la leyenda de que esta fue “benigna” en comparación con la haitiana. Ignoran que ninguna esclavitud puede ser benigna y que todo sistema esclavista se basa en la inferiozación del esclavo. Racismo puro y duro. Lo nacional/identidad es válido en la lucha contra toda forma de colonialismo y de dictadura, pero si no se tiene conciencia de que las naciones no son un todo homogéneo sino una realidad con profundas contradicciones de clases, se corre el riesgo de idealizarla y a veces constituirse en brazo armado o carne de cañón de los poderosos. Lo nacional es válido solo en una perspectiva internacional de lucha por la emancipación de los oprimidos. Algo que no entienden muchos que se reclaman de izquierda. Aquí y fuera de aquí.