El nazisfascismo ha ganado las pasadas elecciones en Italia, en una abigarrada rearticulación de los sectores del centro/sur y del norte de Italia que componen esa corriente política, que podría significar un gobierno breve, como es habitual en el extremo volátil sistema político italiano. Pero, una lectura de ese triunfo debe acompañarse de una reflexión sobre su significado a nivel mundial y sobre el nerviosismo vivido por los países de la UE y de sectores de la OTAN ante la pronosticada victoria de esa mezcla de soberanistas, filo fascistas y xenófobos, algunos de ellos acusados de recibir financiamiento de Putin. Esa circunstancia, además de evidenciar la complejidad de algunas coyunturas políticas, constituye otra ironía de la historia.
Ironía, porque los dirigentes de los países de esa UE/OTAN, estuvieron al borde de un ataque de nervios ante el inminente arribo al poder del nazisfascismo apoyado por Putin y la extrema derecha europea. Sin embargo, fue esa OTAN la que durante la guerra fría impuso la llamada Operación Gladio para impedir, a todo costo, que el Partido Comunista Italiano, el más grande de Occidente, asumiese el poder. A tal efecto, esa alianza apadrinó actos mortales terroristas de la ultraderecha italiana en algunas plazas y trenes repletos de trabajadores de sur. Acciones éstas que contaron con el apoyo fáctico de las mafias siciliana, napolitana, vaticana y sarda, además de sectores del partido Democristiano que durante cuatro se mantuvo con los gobiernos más corruptos de Europa.
El objetivo de la operación Gladio era impedir cualquier gobierno que pudiese ser punta de lanza contra la ex URSS. Hoy, los llamados neonazis, que avanzan sostenidamente en términos electorales en el referido continente, constituyen los caballos de troya con que cuenta la Rusia de Putin para subvertir la UE. Para tal fin, este apoya política y financieramente al populismo de derecha no solo en Europa, sino en América, a través de su internacional derechista. En ese tenor, ha sido clamoroso el escándalo del llamado “oro de Moscú” que, según reputados medios, sirvió para financiar partidos y singulares individuos que configuran la nueva mayoría de derecha hoy en el gobierno italiano.
Pero, lo determinante para que se configuren gobiernos o partidos de esa ominosa orientación es el fracaso de muchos gobiernos que se dicen democráticos y hasta socialdemócratas por su incapacidad de llevar políticas sociales y por haber sido activos ejecutores del desmonte de las conquistas sociales de los años 50/60, a través de la aplicación de las políticas neoliberales iniciadas en los 80. Eso ha significado un incrementado de inseguridad laboral y social, dificultad de la mano de obra para ingresar al proceso productivo, incluyendo aquella que viene de la académica y un desarrollo basado en el incremento masivo de flujos migratorios que asumen labores que ya no hacen la población local.
Los grandes flujos migratorios, sin los cuales el capitalismo moderno no puede funcionar, son factores de serios problemas sociales que se manifiestan en miedos y prejuicios de todo tipo, muchos de ellos subyacentes en algunas sociedades. En el norte de Italia son más fuertes los prejuicios que desembocan en actitudes de rechazo al extranjero y al secesionismo. Allí, los prejuicios que en la población nórdica producían esos flujos migratorios venidos del sur y que fueron la mano de obra determinante para la su riqueza de la región, fue la levadura de la xenofobia y racismo con que algunos líderes políticos de allí hicieron crecer el sentimiento separatista contra el sur y la Roma por ellos calificada de “ladrona”
Pero hoy, la romana Giorgia Meloni, con sus posiciones ultraderechistas y sus prejuicios sobre temas de género y migratorio, encabeza la alianza del centro/sur con los grupos ultraderechistas y filonazis del norte. Posiblemente, su condición de romana y originaria de un partido neofascista y centralista sea factor de las tensiones que, por momentos, se expresan entre ella y los sectores radicales del separatismo de norte. Es circunstancia, unida a la endémica inestabilidad del sistema político italiano, constituye una amenaza para la sostenibilidad de esta nueva mayoría. Recordemos que, salvo los veinte años de Berlusconi, en Italia los gobiernos duran una media de aproximadamente 15 meses.
Mientras tanto, ese país discurre en medio de una quiebra casi total de los valores democráticos y conquistas de final de la segunda guerra mundial y de una indetenible fragmentación de las fuerzas progresistas, algo impensable en los inicios de los 90 para las mentes más lúcidas de ése y otros países del mundo, como dice Eric Hobsbawm. El populismo de ultraderecha se expande sostenidamente en todo el mundo, y eso está estrechamente ligado a los flujos migratorios provocados por las demandas de mano de obra barata del capitalismo. Ante esa circunstancia, la respuesta de los sectores progresista, en sus diversas expresiones de izquierda, ha sido ineficaz y a veces hasta coincidente con las de sectores de la ultraderecha. Un sin sentido.
Que en un país como Italia, con su otrora sólida cultura de izquierda, el ultranacionalismo asuma el poder constituye una advertencia para la generalidad de los países del mundo. Sobre sus cabezas pende el peligro del advenimiento de un poder de ese signo, terminando con las mejores conquistas democráticas obtenidas con mucha sangre en el pasado. Nada indica que el nuestro está fuera del globo, tampoco lo contrario.