Siempre quise ser “una chica Jane Austen” y Aurora Arias me ha hecho sentir un poco así. Es posible que la dominicana no se identifique con el feminismo basado en la ironía de la británica, no le he preguntado. Sin embargo, su flexibilidad y habilidad de ver más allá me dan permiso para establecer esa impresión acerca de nuestra peculiar y bonita amistad.
“Esas mujeres no estaban confinadas en sus hogares, sino que disfrutaban de horizontes en expansión y una serie de escenarios públicos emergentes”, establece la investigadora Amanda Vickery sobre la mujer en la Época Georgiana, en la que vivió Austen. Gracias a su audacia para hacerse escritora, se conoce mejor la cultura de ese tiempo.
(“En el transcurso de una década de matrimonio, Guillermo, quién lo diría, se convirtió en un marido de verdad. Dejó de coger lucha vendiendo de casa en casa lo que dicen los comunistas, cambió sus botas de guerrillero por un par de chancletas, se compró un sillón, echó barriga, le recetaron lentes, la barba del Ché se llenó de canas, y desde entonces no ha vuelto a soltar el control de la televisión” Aurora Arias, Lakers versus Bulls).
No recibí de Arias cartas transportadas por corceles como se estilaba en la Inglaterra del siglo XVIII. Nos conocimos en las redes sociales. No obstante, aún en WhatsApp, su fineza y carácter pausado portan la elegancia de la prosa austeniana.
¿Quién era esta amable desconocida que me escribía desde Grand Rapids, Michigan hasta Ciudad de México? Lo empecé a entender cuando la leí su libro “Emoticons” (Aquí). A partir de 2019, la paciente Aurora dejó que yo usara su contacto en esa red social como mi diario personal de disquisiciones creativas. Allí las dejó, en el hogar de una mujer dominicana, consagrada a la literatura a tiempo completo.
Nuestro primer encuentro cara a cara, hace un par de meses, fue digno de un episodio de “Sentido y Sensibilidad”. Nos conocimos en persona frente un micrófono en Poncho Morado Podcast y el nuevo medio de comunicación funcionó como las misivas en las obras de la novelista inglesa.
Días después me invitó a unirme a un performance que se haría en la Feria del Libro en torno a su obra literaria. Sería una representación de sus letras con el apoyo de lecturas, música y audiovisuales. En las videoconferencias preparatorias, con Manuel Betances, Marcos Blonda y la autora, descubrí que apenas conocía la verdadera dimensión de Aurora Arias.
Felices, comentaban que se nos uniría José Duluc en el acto. Me parecían una versión moderna, caribeña y bohemia de los protagonistas de “Orgullo y prejuicio” durante los preparativos de un baile.
En la reunión supe que Arias ha servido de eje narrativo de la impronta de otros artistas de su entorno, entre ellos, el genio musical Luis “el Terror” Días. Ellos, personas de mi generación compartían una vinculación basada en el culto y gestión a nuevas manifestaciones estéticas, como su ruta hacia la libertad y la plenitud de espíritu, desde que tenían veinte y tantos años.
Era un mundo paralelo al mío. Vivía en la misma ciudad que ellos, pero no fui parte de esa búsqueda entonces. Solicité un libro de Arias titulado “Invi’s Paradise” (1998) para leer previo al evento. Por esa obra Marcos Blonda denomina a Aurora Arias la autora de los kilómetros, porque sus historias salen del centro de la ciudad y de las temáticas políticamente comprometidas de los escritores dominicanos de la generación previa. Como Austen, Arias expone las contradicciones del feminismo con sentido del humor y graciosa ironía.
Arias coloca una demarcación a vacíos hablados de una generación. Encuentra los desencuentros identitarios de los moradores de Santo Domingo de un tiempo que se ha esfumado, pero no quienes lo vivimos como jóvenes.
Como buen arquitecto, Blonda agota una apreciación espacial. Explica la escritura de Arias a modo de mapa de una ciudad con voces suburbanas no registradas por la literatura dominicana hasta su impronta. En suma, Blonda explica que, Antes de “Invi’s Paradise” los autores nacionales y sus personajes eran moradores de un hábitat literario hecho para y por la conciencia social.
(“Hasta entonces, todo el pasado de Pepe se resumía al de una sagrada pesadilla en blanco y negro y tanda vermut. Como las películas de la pasión de Cristo que la tía Pupé lo llevaba a ver cada Semana Santa. Como los siete huevos fritos que le obligaba a comer todas las noches para purgarlo de haber nacido huérfano de alegría y enclenque…”. Arias “Cartas a Paco”).
La abogada que ocupa por jornadas profesionales mis pensamientos me dejó llegar a la velada, sin que el principio de irretroactividad de las leyes me impidiera, como Marty McFly volver al pasado, para rehacer mi presente. Me uní a la fiesta estética sin pena de haberme perdido la que ellos vienen compartiendo desde los años 80.
Arias cuenta una escena no centrada en la militancia de ideas. Sus personajes, entre otras cosas, son acusados por otros salidos de su pluma en los relatos de agringados.
(“Mai, son gringos tó, tienen que serlo, porque la mayoría de los hombres tienen los moños un poco más largos de lo normal, o con trencitas o llevan un arito en las orejas. Pero normales, no pueden ser, por tanto, son gringos tó…” Arias, “Son gringos tó”).
Temprano en su vida literaria, Arias publicó esa colección de cuentos inspirada un tema acústico y melódico de José Duluc interpretado en el acto de la Feria del Libro. Antes que el pensamiento individual o el compromiso colectivo está el amor en cada individuo, como explica Alejandro Gándara en “Dioses y Microbios” (2020) repasando a los griegos.
El afecto hay que sentirlo, reconocerlo, sufrirlo en los conflictos, para luego dejar que se establezcan horizontes de conocimiento o conciencia. Primero, antes que nada, Arias cuenta la proximidad, el drama de las relaciones primarias. La gente en Invi’s Paradise reconoce ese amor donde le place, desde un bolero de la Lupe hasta el tañido de una guitarra eléctrica que intercambia a Pink Floyd con Andresito Reyna. Tiempo/espacio de identidad propia y autonomía existencial. Blonda lleva razón, el compás de sus historias fue diferente.
(“Yo era músico del coro de la Iglesia, la Pente …costés. Terror y yo aprendimos a tocar guitarra desde chiquitos, gracias a Jeremías, el mejor guitarrista del pueblo … ¿Te gusta Hendrix, Piscis? Santana, guao, Led Zeppelin, la Joplin…” Arias, “Invi’s Paradise”).
Los personajes de ese libro hablan incansablemente de temas que los comprometidos socialmente llamarían pura “plepla”, a pesar de su profundo aporte antropológico:
(“Que conste: Nunca le he visto el sentido a eso de celebrar todos los años una fecha que en realidad nadie quisiera recordar y que al final todos olvidarán porque no es lo que más importa. A fin de cuentas, ¿cuál es la gracia de cumplir años? Uno está cada día más vivo para poder estar cada día más muerto… ¿es eso lo que con tanto afán y alegría hay que celebrar?” Arias, “Hoy en la oficina”).
Me reconozco en ese hablar sin cesar en los interminables apagones, en el silencio de una ciudad que fue poco a poco deconstruyéndose, en oportunidades sobre los barrios construidos por la política de cemento y block, como el Invi (“…aquel apartamento construido por el viejo gobierno, el mismo que eliminó a los últimos en atreverse a ser héroes”) y tantos otros más donde crecimos.
Por encima de los viejos paradigmas de izquierda o derecha que vuelven a atentar con dividirnos como ayer, junto a otras inéditas modalidades de división social, están las virtudes no discursivas. No están documentadas en el Libro Rojo de Mao o en Capitalismo y Libertad de Milton Friedman lo que pasaba entre la gente común en el Santo Domingo más allá de la avenida Máximo Gómez.
(“Carlos, coleccionista de libros que se pasaba leyendo y analizando a Huxley, pero nunca, nunca supo hacer bien el amor. Tú y tu Dagoberto, en cambio, son capaces de hacerlo de un ven y devórame otra vez”).
No tuve el gusto de conocer a Aurora en los años que transcurren en ese conjunto de relatos breves, no obstante, su literatura me reconoce dentro de la masa de los jóvenes que bajábamos del Club de los Prados, del Country Club, de Neón, o del Club Naco hasta la Zona Colonial donde Duluc, Arias, el Terror y otros de su convite vivían su bohemia y nosotros éramos un público curioso.
Queríamos decirnos algo los unos a los otros, sin prejuicios y al ritmo feliz de una ciudad que, en su parte más antigua y colonial, hacía de la poesía canción acústica y esperanzadora. Se nos dio el sueño. Nuestra “plepla” y estática acción aparecen en la obra la escritora traducida con respeto y honestidad.
La poesía no está en los lugares sino en el sentido y sensibilidad de autoras como Aurora Arias.
(En la autopista 30 de Mayo, cerca del barrio descubrieron un pulmón de agua. Un respiradero solitario, uno de los secretos de los pequeños secretos que guarda el mar. Rompía allí el Caribe, ese mar, dios mío, tan mar. Rompía a pedazos su pecho de sal mordiendo el respiradero (un hueco paleolítico, inventaron) abría los brazos a la carretera, moría azorado en sus risas, para entonces volver profundamente al abismo. Invi’s Paradise).