El Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC) inicia hoy la celebración de sus 50 años con el lema “Un legado que inspira y nos mueve al futuro”.

Nace en un momento difícil y complejo de la sociedad dominicana, 1972, luego del derrocamiento de la dictadura de Trujillo, el golpe de Estado del presidente Juan Bosch, la Guerra de Abril y aquellos 12 años de recomposición de la estructura de poder, acompañado de mucha sangre derramada.

Un grupo de académicos, inspirados por una sociedad y un país distinto, pusieron su pensamiento, su corazón y su tiempo a forjar esta Institución que hoy muestra ese compromiso asumido entonces con sus más de treinta mil egresados en su mayoría incorporados al mercado de trabajo, al sector público, como al quehacer profesional independiente o de la investigación científica en su campo de especialidad, y una oferta académica caracterizada por la innovación, la actualización científica y la pertinencia social.

Su vocación de servicio social académico comprometido con la transformación del país quedó muy bien plasmado en su propio Himno, cuya letra nació del corazón de una inteciana, Ida Hernández Caamaño, y que fue musicalizado por Manuel Rueda, y que en cada graduación, así como en cada celebración institucional, se canta con reafirmación y orgullo, y que reza:

Enfrentamos confiados el futuro / elevando la enseña del INTEC, / con la ciencia, el servicio y el estudio / que del hombre son guía para bien.

El trabajo es esfuerzo y es constancia, / de la abeja aprendemos su tesón, / y matices fijados en sus alas / abren surcos de vida, fe y amor. / Compañeros tengamos la esperanza / que la tierra va urgiendo con su voz.

Juventud que se sabe destinada / a forjar una nueva sociedad. / Juventud, adelante, que en el alma / han brotado los frutos de la paz.

De las voces más hondas de este espacio, / las ideas plurales del saber, / van fluyendo, palpitan, se hacen manos / que en lo alto conforman al INTEC.

Como si fuera poco, su emblema recupera la fuerza y sentido de su canto, reafirmándolo y sosteniéndolo, en una esbelta y sólida columna jónica. Haber elegido la abeja como símbolo, por lo demás, es la expresión del trabajo tesonero, continuo y sin pausa, organizado en procura de darle a la sociedad dominicana los profesionales que ella requiere para su desarrollo integral.

Para muchos resulta difícil comprender su definición como “institución privada de servicio público”, que se plasma incluso en su máxima autoridad y administradora legal del patrimonio institucional, que la conforman personas meritorias de la sociedad dominicana, sobre todo de egresados del propio INTEC que, de manera voluntaria y honorífica, ofrecen su servicio al desarrollo institucional.

A muy pocos años de su fundación ya era una institución consolidada, con una fuerte vocación de calidad de su oferta y de sus egresados. Fue la primera institución de educación superior del país en ser acreditada por la Asociación Dominicana para el Autoestudio y la Acreditación – ADAAC en el año 2005, iniciativa que nació de un grupo de rectores universitarios preocupados por la calidad de la educación superior dominicana.

Su diseño y estilo de gestión académica se ha caracterizado por el rigor y la flexibilidad, al mismo tiempo que el uso eficiente del tiempo y la calidad académica de sus docentes y programas. Se puede afirmar de manera inequívoca que el INTEC es un activo de la sociedad dominicana.

Frente al futuro, el INTEC debe reafirmar su vocación de servicio público, formadora de profesionales juiciosos, críticos y propositivos ante los grandes problemas de la sociedad dominicana, de ser un espacio independiente que convoca a todos los actores sociales para la construcción de una sociedad más justa y equitativa, en que la paz social sean la manifestación de la inclusión social y el bienestar colectivo, como prendas que nos adornen como país y sociedad.

Estamos llamados y convocados a enfrentar los grandes desafíos que la sociedad contemporánea enfrenta como consecuencia de un modelo económico que ha traído consigo un mayor crecimiento de la pobreza, la discriminación y exclusión social, el agotamiento de los recursos naturales del planeta, la contaminación y el calentamiento global, el aumento de la infelicidad por una cultura centrada en la búsqueda del éxito por la vía fácil, el individualismo y la pérdida gradual del control interno de nuestro propio comportamiento. Y como si fuera poco, enfrentar al mismo tiempo, los grandes desafíos éticos que nos plantea el desarrollo del conocimiento y la tecnología hoy, no siempre puestos al servicio de la paz y de la propia humanidad.

Celebremos estos primeros cincuenta años, pero hagámoslo recuperando el sentido para lo cual nació el INTEC, y de esa manera, empecemos la construcción de los próximos cincuenta guiados por la vocación de servicio en función de las grandes mayorías y el comportamiento ético, haciendo de ellos las prendas que adornen el corazón, el pensamiento y la conducta de quienes se definan como intecianos.