Decir que la prensa dominicana ha perdido credibilidad no es nada nuevo, tan incontrovertible como la decreciente calidad de sus profesionales y la reducción del número de lectores. Ese deterioro, con aires de agonía, no es exclusivo del periodismo dominicano. Es un fenómeno global, afectando con mayor drasticidad a sociedades dominadas por dictadores, grupos políticos hegemónicos, o capitales empresariales.

La superficialidad de las nuevas generaciones, adictas y a merced de informaciones fáciles, “fake news” y redes sociales -manejadas con frecuencia por “comunicadores” vociferantes y escandalosos- ponen la tapa al pomo y reducen las esperanzas de superar la decadencia de los medios tradicionales.

En la actualidad, no hay periódico que no se encuentre bajo sospecha. En otros países, a pesar del control que tratan de imponer las clases gobernantes, permanecen vigentes medios de comunicación independientes. En ellos, lastímese a quien se lastime, se escribe sin transformar los hechos; ofreciendo de esa manera un contraste necesario, que permite ilustrar y guiar al ciudadano.

Ese equilibrio se ha ido perdiendo en nuestros rotativos: el dinero manda, controla y sostiene. Claro, pudiéramos decir que manipular la prensa en defensa de lícitos intereses no es infringir la ley. Pero, igual de válido seria, afirmar que esas imposiciones desprestigian la profesión de periodista y desinforman al colectivo, contribuyendo al proceso de agonía.

Quienes nos detenemos a leer los periódicos día tras día, hoy lo hacemos seleccionando cuidadosamente a periodistas, articulistas y a unos cuantos editorialistas. Del resto no confiamos.

Si existió una editora a la que leía sin sospecha por objetiva, pendiente al interés colectivo y bien documentada, fue a Inés Aizpún. Aprendía mientras repasaba sus párrafos bien escritos, aleccionando sobre el correcto manejo de la lengua española.  Esa periodista, primera mujer en dirigir un periódico en la Republica Dominicana, se ha despedido de nosotros. Su adiós constituye una pérdida irreparable.

Como dirían en la tierra natal de la licenciada Aizpún: “No sé si la han echao’ o se ha marchao’”. No se sabrá, pues circunstancias de ese tipo se mantienen alejadas del conocimiento público. Si la hubiesen “echao’”, pierde mucho el periódico donde trabajó por tantos años, el periodismo y los lectores. Es raro contar con la calidad profesional, ética y laboral de esa señora (a quien no me une amistad o parentesco alguno) que buscaba leer cuando ella escribía.

Si se ha “marchao’”, ella tendrá sus razones y deseamos que sean para provecho propio. Aunque esperamos que solo esté haciendo un paréntesis, una interrupción para procurar tinta en el tintero y volver con la pluma libre y repleta.

Suele decirse -tomando los que lo dicen aires de filósofos y sabihondos- que nadie es imprescindible. “¡Muerto el rey, viva el rey!”. En otras palabras, que vendrán otros y lo harán igual o mejor. Sin duda, así sucede con frecuencia y la maquinaria funciona con la pieza nueva. Pero no olvidemos -y esto también vale como sentencia- que hay personas difíciles de sustituir. Inés Aizpún es una de ellas.