Somos partícipes de un mundo que, por un lado, avanza raudamente y, por otro, evidencia un retroceso en humanización, por la facilidad con la que se producen los conflictos bélicos y por la persistente violación de los derechos de las personas, pueblos e instituciones. Participamos, también, en un contexto en el que la información y el conocimiento ocupan un espacio relevante. La información es amplia, tanto la veraz como la falsa. El desarrollo creciente de ambos aspectos constituye una oportunidad para los ciudadanos. Representa, además, un desafío para todos. La información reta nuestra capacidad de análisis, de discriminación y de toma de decisión. El conocimiento nos desafía para no abusar de su poder de dominación.
El conocimiento nos urge, también, a humanizarlo, a gestionarlo con políticas y estrategias más democráticas e inclusivas. Los procesos de democratización del conocimiento se han de evidenciar en las instituciones educativas comprometidas con la educación Inicial, Primaria y Secundaria. Se ha de asegurar con fuerza, también, en el campo de la educación superior. Un foco importante en este proceso de democratización del conocimiento y de impulso al desarrollo intelectual son los docentes. Hay que hacer más para que los docentes de ambos sectores potencien su capacidad de pensar, de producir, de investigar. El docente universitario tiene más oportunidades e incentivos para este desarrollo.
El desarrollo intelectual de los docentes ocupa poco espacio en el debate nacional. Al plantear la necesidad de su formación, se direcciona todo a la adquisición de competencias para hacer, para modelar lo que otro pensó. Se le convierte en un excelente replicador de hechos, de discursos y de prácticas externas a su propia invención. Esto no supone el descarte de la producción de otros, no. Es necesario que se mantenga abierto a los aportes de otros, a los avances de las ciencias. Pero, es necesario que desarrolle su capacidad de pensar, de ser creativo e innovador, a partir de una cultura de estudio, de lectura y de análisis.
La formación del pensamiento de los docentes, su desarrollo intelectual y su producción científica requieren atención en todos los escenarios, aunque con más fuerza en el nivel Inicial, en Primaria y en Secundaria. Es tiempo de pasar, en los niveles educativos que son cimientos, de un consumidor de ideas y de prácticas que les llegan de forma predeterminada a un docente que, de forma consciente, piensa, actualiza sus ideas y reinventa su propia práctica. Esta reinvención siempre contará con el apoyo de otros que producen y aportan. Lo importante es superar la dependencia de lo que otro produce.
Para avanzar en esta dirección, no tiene que abandonar la practicidad que requiere el aula, el centro educativo y el escenario de la institución de educación superior. Lo que debe hacer es planificarse, organizarse y urgir para que se le reconozca el derecho al desarrollo intelectual. Un docente que evidencia un desarrollo alto, genera cambios significativos en la institución en la que labora. Si son de los niveles Inicial, Primaria y Secundaria, provocan cambios en los aprendizajes de los estudiantes, en la cultura del centro educativo y en la incidencia comunitaria y social. Este docente se convierte en sujeto de sus actos; le da un giro a una práctica alejada del rigor de las ciencias y de sus invenciones.
En las instituciones de educación superior se detectan docentes con un alto nivel de desarrollo intelectual y compromiso científico. Constatamos, también, docentes con extrema debilidad en este orden. Estos merecen asesoramiento y apoyo, si se van a mantener en este ámbito. Por ello es importante idear y diseñar estrategias que fortalezcan la identificación y el entusiasmo de docentes de instituciones de educación superior que muestran un nivel intelectual y cultural preocupante, por su limitación y desactualización. La realidad planteada indica que se requiere más inversión y más impulso al desarrollo intelectual de los docentes. La sociedad lo demanda para que aporten con significatividad.