La educación es un campo de las ciencias que concita la atención de la diversidad de actores y sectores de la sociedad. En los espacios socioeducativos, empresariales, eclesiales y políticos, se dialoga, se debate y se construye o se pulveriza la educación. La gente sencilla también tiene su opinión y sus propuestas sobre la buena educación que necesita el pueblo dominicano. Basta escuchar a trabajadores del transporte, del sector informal y del trabajo doméstico. El acuerdo es unánime, se necesita más y mejor educación en la República Dominicana.  El tema educativo apasiona, convoca y suscita ideas y prácticas para avanzar o para mantenerse en el invernadero.

 

En el transcurso del año 2022, se constatan impulsos en la educación del país. Estos van forjando la cultura de la construcción corresponsable y de la búsqueda de la verdad desde el disenso y las convergencias. Se destacan distintos impulsos en la educación del período indicado. Subrayamos cinco que se perciben como predominantes, por su permanencia en el tiempo y por las respuestas que generan en la sociedad, en el gobierno, en el Ministerio de Educación de la República Dominicana y en algunos sectores de la Asociación Dominicana de Profesores, ADP.

 

El primero de estos impulsos es el seguimiento crítico y propositivo a las políticas educativas públicas, por organizaciones de la sociedad civil, instituciones de educación superior; y por organizaciones eclesiales y empresariales. Se ha constituido, de manera espontánea, una amplia red veedora de la pertinencia y efectividad de las políticas educativas públicas. Estas entidades y personas veedoras manifiestan, de forma abierta, un compromiso con una educación que interrelacione calidad de alto nivel, equidad e inclusión.

 

El segundo impulso e el desarrollo y puesta en acción de un pensamiento crítico multidimensional de actores y sectores de la sociedad, de medios de comunicación y de voces que emergen del corazón de los centros educativos. Este impulso obliga al gobierno, al MINERD y a la ADP a buscar estrategias que posibiliten un diálogo más educativo y eficiente. Esto libera a la sociedad y a la educación de tensiones que paralizan los aprendizajes y debilitan la institucionalidad de las entidades educativas. Es un pensamiento crítico acompañado de sugerencias prácticas y de propuestas para la mejora continua de las decisiones en educación.

El tercer impulso, mayor interés y apropiación de las familias del derecho a la educación de calidad para sus hijos, en condiciones dignas y de equidad, manifiesta que la ingenuidad de las familias desapareció con la pandemia COVID-19. A partir de esta época, empezaron a darse cuenta de que no pueden continuar como un cero a la izquierda en la educación del país. Comprobaron que constituyen un factor clave para que los aprendizajes promovidos desde el aula se conviertan en experiencias significativas para sus hijos, para la familia y para la comunidad en la que viven. Las instituciones educativas comprobaron, también, la necesidad de superar el temor a la participación y a la contribución de las familias en una vida escolar más robusta y aprendiente.

 

El cuarto impulso, transparencia y rechazo frontal al clientelismo político, va ganando peso, aunque de forma lenta y tímida. La sociedad está cansada de la simulación en el ámbito educativo. Está más decidida a luchar por una transparencia sostenida que permita una actuación educativa distante de la corrupción y de la mentira. Falta mucho en este terreno, pero hay una conciencia más clara y comprometida. A esta búsqueda se une la necesidad de erradicar el clientelismo político que corroe y embrutece. Todavía hay miedo a la pérdida de votos. Todavía existe miedo para clarificar el rol del sindicato de profesores en la sociedad y en la educación. Ya se observan vientos favorables para avanzar en la extirpación del cáncer que produce desinstitucionalización y que sostiene la cultura política clientelar en la educación dominicana.

 

El quinto impulso, convicción generalizada de la necesidad de una educación marcada por la institucionalidad y por una práctica transformadora, muestra que la sociedad se hartó de más de lo mismo. No resiste el aburrimiento educativo, que atrasa y disminuye las capacidades de estudiantes, docentes, gestores y personal de apoyo. La sociedad aspira a una educación que propicie un desarrollo polivalente de los actores; una educación que priorice aprendizajes sustantivos en la vida y para la vida. Este impulso demanda una sociedad más responsable e inclusiva. De igual manera, requiere una sociedad con proyecto de nación definido y en favor de todos. Para avanzar en esta dirección, el conjunto de impulsos tiene que convertirse en un compromiso cotidiano. No puede depender de coyunturas. Ha de ser una tarea signada por la ética y el servicio incondicional a la educación y al desarrollo del país.