Hay una crisis prácticamente en todos los rincones de la tierra que mueve preocupación. Conversando sobre este tema y el comportamiento del ser humano, con un amigo muy cercano y analizando que en sociedades desarrolladas, como Estados Unidos, así como la guerra de Ucrania, el auge del neofascismo, y otros fenómenos, me dijo: “Parece increíble, el hombre de la edad de piedra vivía en más armonía, compartía lo que cazaba y no mataba más de lo que comía”.
Reflexioné sobre eso durante días y decidí desarrollar un poco el tema, más como desahogo personal y de manera sencilla, sin ninguna pretensión técnica, pues no soy un experto.
Desde los tiempos prehistóricos, el ser humano ha experimentado una transformación significativa en su comportamiento y estructuras sociales.
En las sociedades cazadoras-recolectoras, la cooperación y el reparto de recursos eran esenciales para la supervivencia. Estas comunidades vivían en relativa armonía, cazando solo lo necesario y compartiendo equitativamente.
Estudios antropológicos muestran que estos grupos practicaban un alto grado de igualdad y apoyo mutuo. Yuval Noah Harari, en “Sapiens: Una breve historia de la humanidad”, señala que estos grupos eran más igualitarios que muchas sociedades de hoy.
Descubrimientos arqueológicos de herramientas y restos sugieren prácticas comunitarias y redes de apoyo entre tribus, como cementerios colectivos y sitios de alimentación compartida, que indican un fuerte sentido de comunidad.
Con la transición a sociedades agrícolas y urbanas, surgieron nuevas dinámicas sociales y económicas, marcadas por la aparición de jerarquías y, en consecuencia, desigualdades.
La religión y las grandes civilizaciones influyeron en la moralidad y la justicia social, pero también en la persecución y la violencia. Ejemplos notables de heroísmo, como Jesús y sus discípulos, contrastan con tragedias como la Inquisición y las Cruzadas.
En la Revolución Francesa vimos una transición del idealismo a la era del terror , demostrando cómo los movimientos por la libertad pueden degenerar en violencia extrema.
Movimientos totalitarios del siglo XX, como el fascismo, llevaron a guerras y genocidios, mientras que, en América Latina, dictaduras en República Dominicana, Chile, Argentina y Uruguay, entre otras, revelaron la capacidad de crueldad incluso en sociedades consideradas civilizadas.
En el presente, observamos un preocupante resurgimiento de ideologías fascistas y divisiones sociales.
Las crisis económicas y sociales fomentan la polarización y el extremismo, exacerbados por los medios de comunicación y las redes sociales.
Las guerras y las crisis económicas han generado migraciones masivas, incrementando la miseria y el descontento social.
La lucha por intereses económicos ha llevado a niveles alarmantes.
A todo esto, vemos cómo la revolución tecnológica en los últimos 50 a 60 años está redefiniendo la sociedad y la economía en todos los rincones de la tierra.
La inteligencia artificial y la digitalización han transformado industrias, comercios y múltiples servicios. Estos avances están cambiando la naturaleza del trabajo y la vida diaria. Ejemplos de innovaciones como la internet, los teléfonos inteligentes y las plataformas de redes sociales, han tenido un profundo impacto en nuestras vidas.
Sin embargo, esta revolución tecnológica ha tenido un costo en la formación humanística.
Los jóvenes de hoy muestran una capacidad impresionante para manejar tecnología avanzada, pero muchos carecen de una educación integral en humanidades.
Esta tendencia es preocupante, pues la falta de habilidades críticas y pensamiento profundo que el fenómeno produce afecta negativamente a la sociedad.
Estudios recientes han demostrado que la dependencia tecnológica puede tener efectos adversos en la salud mental y social. El uso excesivo de dispositivos basado a en tecnología puede llevar a problemas de salud mental, como ansiedad y depresión, a la alienación social y la pérdida de habilidades interpersonales.
La tecnología puede deshumanizar las relaciones y fragmentar la sociedad, creando burbujas de información y aumentando la polarización. Las plataformas de redes sociales, por ejemplo, pueden fomentar el odio y la desinformación, exacerbando las divisiones sociales.
La historia del ser humano es una narrativa de actos heroicos y tragedias, de progreso y retroceso. Hoy, enfrentamos el desafío de equilibrar los avances tecnológicos con una educación humanística robusta.
La tecnología ofrece oportunidades sin precedentes, pero también amenaza con deshumanizar y fragmentar nuestras sociedades. Es imperativo que promovamos un equilibrio que permita el desarrollo integral del ser humano, combinando habilidades tecnológicas con una formación humanística profunda y reflexiva.
La necesidad de un equilibrio entre los avances tecnológicos y una formación humanística sólida es evidente. Debemos identificar los desafíos que presenta la tecnología y convertirlos en oportunidades para el desarrollo integral del ser humano.
Las políticas educativas y sociales deben promover este equilibrio, integrando la educación humanística en el currículo tecnológico y enfatizando la ética en el desarrollo y uso de nuevas tecnologías. Y ese es un reto que debemos enfrentar desde el hogar, pues será muy difícil emprender esta tarea desde la escuela con los graves problemas que tiene nuestro sistema educativo.
Garantizar una educación de calidad que prepare a los jóvenes para los desafíos del futuro tomara tiempo y no podemos darnos el lujo de esperar.
Debemos luchar por mejorar la educación pública al mismo tiempo que enfrentamos el reto que plantea el desarrollo tecnológico, en una sociedad con tantas debilidades como la nuestras
Solo a través de un compromiso serio, sostenido y valiente de toda la sociedad se podrá enfrentar esos desafíos y dar la batalla contra todos aquellos que se alimentan de nuestro retraso y se esfuerzan por mantener a nuestro pueblo en la oscuridad de la ignorancia y la sumisión.