Las identidades han representado motivos de debates y de conflictos en el devenir de la historia. Son muchos los problemas, las persecuciones y las muertes que se han producido por el conflicto que generan las identidades. En la era de la aldea global en la que estamos, coexisten dificultades vinculadas a nacionalismos y a persecuciones de personas que, no sólo están ilegalmente en países determinados, sino que su identidad ya está calificada de criminal y de vulnerable.

De otra parte, emigrar constituye un problema para los pobres. Los ricos pueden ser descendientes de emigrantes; pueden, también, ser propiamente emigrantes. Pero, como los ricos tienen poder para todo, ellos mismos se convierten en persecutores de otros que, en materia de migración tienen la misma condición de ellos, con la diferencia de que no tienen el poder económico, político y mediático que distingue a los ricos. Es paradójico, pero es así. Nos encontramos en un mundo en el que la pobreza socioeconómica y el color negro de la piel juegan un rol muy importante. Esta importancia es más notable cuando se van a considerar las personas útiles y los que sobran en la sociedad.

Esta realidad, que no es virtual, es explícita y clara. Hay que rechazarla por inhumana y porque deshumaniza los países que adoptan tal postura. Esta deshumanización se expande por el mundo y convierten a éste en   un espacio inaguantable. Para defender la soberanía de un pueblo, no es necesario criminalizar ni ultrajar al máximo a las personas que tienen la condición de inmigrantes. Todas las naciones tienen derecho a actuar para que sus leyes se respeten y para que a su territorio sólo entren aquellos que lo hacen legalmente. Esto es diferente a considerar como una sobra a los migrantes pobres.

Las experiencias agradables y desagradables generalmente aportan lecciones que pueden enseñar mucho. De la guerra contra los migrantes, se desprenden aprendizajes significativos, como es la necesidad de fortalecer los procesos formativos que fundamentan la identidad nacional y, a la vez, preparan para la apertura global. Ya es imposible pretender encerrarse en su propio territorio. No. La realidad mundial nos mueve a mantenernos abiertos a otras culturas diferentes a las nuestras. Nos obliga a relacionarnos y a intercambiar con otras naciones para enriquecer nuestra propia cultura. Nos exige esta cercanía para comprender el mundo en el que vivimos.

Los procesos educativos que refuerzan la identidad personal y colectiva han de utilizar estrategias que posibiliten una mirada cada vez más amplia y abierta sobre la riqueza de las culturas de las diferentes naciones. Simultáneamente, estos procesos han de orientar sobre el respeto a las leyes y a las directrices de los diferentes países. De este modo pueden contribuir con la superación de la violación a las normas de los países en el que viven o en el que aspiran vivir.

Los movimientos migratorios que van acompañados de violación a las leyes del país al que se llega evidencian desconocimiento de la identidad propia. Asimismo, ignoran lo que significa la soberanía del país en el que incursionan. En el fondo, el déficit educativo, la precariedad socioeconómica y la necesidad de sobrevivencia hacen que muchos migrantes no tengan la menor idea de las implicaciones de su incursión de forma ilegal en un territorio diferente al suyo. Esto desafía a los gobiernos para que fortalezcan la educación de los ciudadanos y les garanticen en su propio país las condiciones que les permitan una vida digna, un trato justo y una participación real en el desarrollo del país.

Pero, es ahora, mientras están vivos, que se puede y se debe invertir en los ciudadanos. No es después que se mueran. Los países y gobiernos del continente han de actuar ya. Los migrantes son seres humanos. Esta condición no es ahora que se ha de reconocer. Es siempre. Las desigualdades e injusticias provocan migraciones compulsivas. Es un imperativo revertir esta realidad y prestarle mayor atención a la condición humana en toda su integralidad.