Insisto, percibo que de más en más el gobierno pierde aceptación en diversos sectores sociales, fundamentalmente en un significativo número de hacedores de opinión que fueron de primera importancia en la configuración objetiva/subjetiva del resonante triunfo de la presente mayoría que conduce el Estado. Estos sectores, auto definidos como progres, con toda razón hacen una serie de reclamos y críticas a los gobiernos de turno, pero hasta el momento se mantienen en esa infecunda actitud de decir el poder que no quieren, pero sin decir con claridad la sociedad que quieren. Les pasa lo mismo a sus pares en la generalidad de países. Se exige otra forma de dirigir lo público, pero sin una propuesta clara del proyecto de sociedad que se quiere.
Lo digo sin ánimo de reproche, pues la elaboración de las ideas base de la sociedad que queremos los sectores progresistas de todo signo incluyendo, los de las izquierdas, constituye un déficit de la Sociología y de la Ciencia Política, vale decir, del pensamiento intelectual. Lo que si debe reprochárseles a los referidos sectores es su limitada conciencia sobre esta cuestión, por lo cual siguen impertérritos en un activismo irrefrenable sin meditar hacia donde pueden conducir sus prácticas. A veces, las condiciones no dan márgenes para otra cosa que no sea cerrarle el paso a un determinado poder o a una fuerza, como fue el anterior gobierno y su partido, pero pasada ese tipo de coyuntura, la continuación de la práctica política debe basarse en una clara idea/propuesta de sociedad.
Con ideas sobre lo que no queremos se puede crear una mayoría que conquiste el poder, pero, en última instancia, los resultados de esa conquista dependerán de la capacidad de diseñar con claridad los fundamentos de la sociedad que queremos, eso no solamente la haría sostenible en el tiempo, sino que serviría de referencia para otros países. Desafortunadamente, esa es la materia pendiente de los sectores que se reclaman alternativos a la actual forma de dominación no sólo en nuestro país, sino el todo el mundo. Esa falta de ideas es parte de la crisis de alternativa en que discurre la práctica de esos sectores, algo que no se supera con genéricos llamados a la unidad, sustentado en genéricos enunciados, sin un creíble y sólido para qué.
Tampoco, con la inveterada tendencia a crear grupos, peñas y partidos sin otra idea que no sea la de pensarse como el dinamo que “impulsará otras fuerzas”. Es la forma en que algunos sectores parece querer enfrentar la evidente falta de signos de parte de gobierno, en el sentido de dar cumplimiento a su compromiso programático de promover la inclusión social, a través del aprovechamiento del capital social y de los recursos materiales de las comunidades para echar hacia adelante proyectos y programas de desarrollo. Además, porque lejos de eso, la presente administración, en esta época de vuelta al Estado como agente de desarrollo y de justicia social, ha apostado al recurso del capital privado como agente básico para el desarrollo.
En ese sentido, la respuesta a esa apuesta no sólo es pertinente, sino que constituye un imperativo política y éticamente ineludible, pero evitando los recurrentes equívocos de abigarradas convergencias de sectores sin más idea que el deseo de lucha. Es tiempo de que se reflexione sobre tantas experiencias fallidas de convergencias, de peñas y partidos que surgen al fragor de coyunturas y sin pasar balance sobre tantos intentos de transformación que se han soldado con el fracaso, de tantos movimientos sociales que en determinados momentos han sacudidos países y hasta el mundo, que han terminado mal o que muchos de sus dirigentes, al final, terminaron siendo figuras de primer relieve en la conducción de gobiernos y mayorías que adversaron furiosamente.
El tema de la construcción de un proyecto de sociedad creíble, además de posible, no es solo tarea de los sectores progresistas de nuestro país, sino de todo aquel que en su país quiere cambio, ahí radica su complejidad y dificultad. También es lógico pensar que eso no se logra con esa pasividad que se crea en las zonas de confort de atalayas individuales, ni con la inveterada tendencia de muchos hacia el maximalismo y las exclusiones. Esa construcción, de lograrse, sólo podrá surgir de la práctica colectiva, de la conjunción de muchos saberes, de muchas tendencias del pensamiento político, social y cultural en un contexto de democracia.