El mundo vive una espiral de violencia que asusta. No sólo las guerras provocan pavor; también la vida cotidiana se vuelve cada vez más tensa. La violencia ha encontrado techo en espacios que imaginariamente se conciben como seguros y exentos de signos de barbarie, como son la familia y el centro educativo. Pero ambos se han convertido en una caldera cada vez más agresiva. Cuando el seno de la familia y el corazón de la escuela están afectados, es probable que la sociedad pierda el horizonte y la estabilidad.
No cabe duda de que en la raíz de la violencia que existe en el mundo está la desigualdad y la exclusión, como ejes rectores de la inestabilidad. A esto se le añade la ambición y el mal uso del poder político de gobernantes, de empresarios y de grupos insaciables. Desarticular esta estructura es difícil y requiere decisiones más globales. Extirpar la raíz de Estados y grupos organizados para violentar de forma persistente se convierte en tarea prioritaria, especialmente en la familia y en la escuela.
La violencia crónica que afecta a la familia y a la escuela no se genera sola. Tiene su base en una sociedad que la padece, la genera y la reproduce en la diversidad de escenarios en el que nos movemos. La violencia sexual ha disparado las alarmas. Esto nos dice que la seguridad de las niñas, de los niños y de todos los actores de ambos escenarios requiere respeto y cuidado. Los hechos indican que se hace necesario trazar una ruta más humanizante para hacer de la escuela un espacio más habitable que ofrezca confianza y protección.
La humanización no sólo ha de impregnar el pensamiento, la voluntad y las decisiones de los niños. Ha de vertebrar integralmente a la persona de los educadores. No es de extrañar que haya docentes dispuestos a utilizar su poder sexual o su fuerza como animal para agredir a sus propios estudiantes. Por ello, se requiere un programa sistémico que le ponga atención al ser del que funciona como docente. Esta no es una idea banal, es una tarea impostergable.
La humanización que demandan las instituciones educativas del ámbito del pregrado y de la educación superior es evidente. No tiene dónde ni cómo esconderse. Teniendo en cuenta esta situación, se ha de tomar en serio la atención a la formación humana y social de los docentes. La escuela cuenta con excelentes profesores. Pero, estos coexisten con enfermos y degenerados que nunca debieron pasar ni siquiera por el frente de un centro educativo.
La realidad que vive la escuela con respecto a la violencia en sus diversas modalidades indica que la selección de los docentes demanda más rigor. Se debe desarticular el clientelismo, la superficialidad y la práctica mercantil. Está claro que las puertas de la escuela no pueden estar abiertas a cualquier persona. El campo profesional de la educación debe ser más respetuoso de sí mismo. No todo el que desee ser maestro debe serlo. Muchos violadores ya lo han sido en su entorno familiar y en el laboral. La humanización escolar urge.
Este siglo requiere un equilibrio entre el cuidado de los estudiantes y el de los docentes. Son actores impactados por la agresividad mundial y social. Toda la atención no se puede focalizar en los estudiantes, si es verdad que se quiere cuidar integralmente la vida de la escuela. La persona del docente no se toma en cuenta; y, por ello, su comportamiento más salvaje se eleva sin ayuda anticipadora. No se debe homogeneizar la formación de los docentes. Se han de identificar las particularidades para reorientarlas.
El Ministerio de Educación de la República Dominicana, la Asociación Dominicana de Profesores (ADP) y las organizaciones sociales con pensamiento crítico y trayectoria ética no deben perder más tiempo. La atención a la dimensión humana de los docentes interpela y convoca. La dimensión valorativa ha de encontrar más espacio en la formación de los estudiantes y de los docentes. Es un acto ingenuo planificar, programar, pensando sólo en los estudiantes. En la región y en el mundo, esta postura ha de superarse.
Si la persona del docente está rota, ¿de qué calidad educativa se puede hablar? ¿Qué resultados se pueden esperar? Es importante tener en cuenta la situación y actuar en coherencia con esta realidad.