HECHIZOS XVI
El instante,
agolpado en tinieblas,
desangra
su bellísima boca
por insidias de amores y cantos.
XVII
Infinivertida creo que le dije, casi gritándole al oído:
caíste inerme en la lividez de la sangre.
Llorabas de rodillas en el asomo
en el ansia benigna y temblorosa de los besos.
XVIII
Qué aire de infinita serenidad y barroca presencia lanzará
tu inmensidad, desdichada, le increpé, casi estrujándole mi grito
sobre esa faz que ha de engullirse en el averno artaudiano,
inhalando el terror, el miedo y las desiertas ondas
del fragor doloroso de la desesperación.
XIX
Voluble,
en el escaparate tatuado de la luz,
su delicada encarnación
volvió a mirarme.
XX
La fiera asciende
entre lirios y cantos
como remolinos
de ardores y ascos.
XXI
La voz fatigada en el versículo y la sierpe glacial
de la garganta de la bestia, a la que me entregaba
con devoción y placer, solo transfiguraba
el oscuro vitral y la preciosa llama en la pluma escondida
del cisne, como la solitaria que sostiene el cristal enajenado
y la desolación del hastío al contemplar al suplicante extraño.
Se posesionaron del tiempo y el espacio.
El esplendor de sus angustias encandilaba el abismo de sus joyas
en la monótona calma de sollozos glaciales.
XVII
Infinivertida creo que le dije, casi gritándole al oído:
caíste inerme en la lividez de la sangre.
Llorabas de rodillas en el asomo
en el ansia benigna y temblorosa de los besos.
XVIII
Qué aire de infinita serenidad y barroca presencia lanzará
tu inmensidad, desdichada, le increpé, casi estrujándole mi grito
sobre esa faz que ha de engullirse en el averno artaudiano,
inhalando el terror, el miedo y las desiertas ondas
del fragor doloroso de la desesperación.
XIX
Voluble,
en el escaparate tatuado de la luz,
su delicada encarnación
volvió a mirarme.
XX
La fiera asciende
entre lirios y cantos
como remolinos
de ardores y ascos.
XXI
La voz fatigada en el versículo y la sierpe glacial
de la garganta de la bestia, a la que me entregaba
con devoción y placer, solo transfiguraba
el oscuro vitral y la preciosa llama en la pluma escondida
del cisne, como la solitaria que sostiene el cristal enajenado
y la desolación del hastío al contemplar al suplicante extraño.
Se posesionaron del tiempo y el espacio.
El esplendor de sus angustias encandilaba el abismo de sus joyas
en la monótona calma de sollozos glaciales.