Portada antología Pedro Mir.

La poesía de Pedro Mir se nos revela siempre otra cuando uno recurre a su re-armado: característica propia de toda obra trascendente. En tal sentido, regresar a una reunión de sus trazos líricos, compilarlos otra vez, es producir una figura nueva con las mismas piezas del rompecabezas anterior.

La insuficiente bibliografía y los análisis dispersos en publicaciones periódicas sobre la obra de nuestro Poeta Nacional por lo regular resaltan el basamento político-ideológico de gran parte de sus textos. Sin embargo, esta faceta –la más ponderada y acentuada–, es solo una de las fases de su obra –aunque sin dudas la más cultivada y relevante.

Toda selección de su poesía, por tanto, es una tentativa de arcoíris: en la unidad de un fenómeno mostrar una paleta diversa de colores. En busca de este efecto, los poemas han de proceder de (prácticamente) todo su ciclo vital y creativo completo el cual, aunque breve, se extendió desde 1949 hasta 1998 en términos de fechas de publicación. Esa fue mi pretensión, motivo, meta, cuando Ediciones Alfaguara y el ministerio de Cultura dominicano me solicitaron organizar una antología en conmemoración del centenario de su natalicio (2013).

Pedro Julio Mir Valentín vivió entre 1913 y 2000, segmento indicador de su rápido dominio del oficio y su extendida capacidad creativa, muy rumiada, eso sí. Podría, por ello, ser leído en orden aleatorio, intercalando poemas sociales, románticos, políticos, eróticos hasta incluso bucólicos (un dato revelador es que sus primeros poemas no serían publicados en libro hasta 1993, a sus 80 años). Eso en cuanto a contenidos. Pero el lector obtendría el mismo efecto, producido en la diversidad de formas: él dio a la estampa sonetos perfectos, tonadillas, poemas rabiosamente versolibristas, así como formatos cortísimos y amplios, dislocaciones de los espacios e interlineados, sangrados, subdivisiones, etc. Naturalmente, no hay mejor entrada a cualquier compilación poética de Pedro Mir que su texto cumbre, Hay un país en el mundo; y eso hice.

Pero voy a arriesgar aquí una tesis. Habría que señalar una característica inesperadamente evolutiva de su lírica social: lo que en su momento fue una tendencia americanista bajo la atmósfera de la Guerra Fría (la polarización de las ideologías y las luchas antiimperialistas de nuestros pueblos), marcó una impronta positiva y propositiva en la poesía de Mir. Sus cantos por el hombre total, por el depauperado y por nosotros mismos; su “amén de mariposas” y sus viajes “a la muchedumbre”, fueron todos momentos de esperanza, de optimismo, de reivindicaciones. El cantor de las masas que era Mir, sin embargo, parecía velar a sus lectores algo que devela luego, a raíz del fracaso de las luchas libertarias de ese entonces: un estrato pesimista, excavado al comprender que el poema sólo puede denunciar, sancionar –dejar por escrito, hacer constar– la opresión, el crimen, el despojo, la miseria, la injusticia. Es una veta muy sutil, pero presente, y no la puedo desmenuzar en un artículo de diario. Los invito a leer su poesía toda.

Noté estos síntomas tan temprano como en 1983, cuando yo le conocí (mejor dicho, cuando atrevidamente los poetas adolescentes José Alejandro Peña, Leopoldo Minaya, Juan de la Cruz, Nicolás Guevara y León Félix Batista se presentaron en su casa sin previamente anunciarse): su consejo lapidario a nosotros los bisoños fue: “olviden la poesía, y escriban otra cosa, si es que quieren escribir”. Diez años después, en “Dos poetas y un solo autor”, prólogo a Mis primeros versos (Santo Domingo, Editora Taller, 1993), remachaba esa escisión: “El punto candente dice era aquello de poeta social. Porque un poeta es un poeta, pero un poeta social es un problema social”.

Lo cierto es lo más notable: que en Pedro Mir encontramos una inequívoca identificación entre su obra y su obrar, es decir, entre contexto de escritura y conducta vital, un talante muy escaso en estas tierras. Mis avatares de editor me condujeron por un camino que me hizo descubrirlo más a fondo, al tener la oportunidad de publicar su poesía reunida bajo el título de “Un asombro de ríos verticales” (Ediciones Ferilibro, Santo Domingo, 2012) y el intercambio epistolar que sostuvo con su hermano Luis Emilio, residente en Cuba desde 1940 “Nunca me gustó la correspondencia” (Editora Nacional, Santo Domingo, 2013), De pronto, se nos revelaba el Pedro Mir juguetón, juglar, bromista, erótico, un hombre de carne y hueso bajo el molde de yeso de la estatua (¿o tal vez baldón?) de “Poeta Nacional”.

Escribe en el epílogo el compilador de aquellas cartas, Ernesto Pérez Shelton, que Mir mostraba “interés y preocupación por la degradación del medio ambiente y el calentamiento global, el hambre y la explotación, la miseria y el analfabetismo, la incultura, la prostitución y el sida, la emigración y el terrorismo, las drogas y el narcotráfico” (pág. 177). Yo mismo, al editarlas, vi lo mucho que sabía de cine, música culta, actores, deportistas, arte y estética en general. Y nuevamente brota la inconformidad con el personaje acartonado que se le forzó asumir: Dijo un año antes de morir a Pérez Shelton, en dos preguntas retóricas, “¿Quién es Pedro Mir? Es una hormiguita, pero una cualquiera dentro de todo el universo de hormigas que existen. ¿Qué ha hecho Pedro Mir?, Hay un país en el mundo y no se quiere saber nada más de lo que he dicho y he tratado de decir, sólo se glorifica Hay un país…” (pág. 178). Esto vendría a refrendar mi conjetura sobre su insatisfacción con ser considerado poeta de un poema.

Era buen nadador, buen boxeador y buen romántico. Cuenta que, cuando tenía 34 y era un hombre de mundo, “un maldito”, conoció a una jovencita de ojos verdes y de sólo 16 años (guantanamera como la de Martí) llamada Úrsula Carnet Castillo, “Chunchi”, a la que preguntaba, seductor: “Chunchi, ¿por dónde sale el sol en Guantánamo?, a lo que ella riendo decía: ¿será bobo este hombre?; Chunchi, ¿y el rocío?, ¿cómo es el rocío? y ella, como una flor, me contaba, me decía”. Y le escribió este soneto:

 

ORIENTAL

Chunchi, flor de Guantánamo, urdida por los trenes

que saltan en las noches. Oriental como el día.

Llameante como el fuego que se enciende en la vía.

Aterida de adioses. Sonora de vaivenes.

 

Desnuda y sollozante frente a la celosía

que mira hacia Guantánamo en mitad de mis sienes.

Húmeda de los ojos que ven en los andenes

como saltan las locomotoras de alegría.

 

Bebida por los ríos como un vaso de luna.

Morosa. Recorrida por los dedos de alguna

mandolina o guitarra de un trovador secreto.

 

Y de pronto su nombre por los aires melódicos.

en la primera plana de todos los periódicos:

“Chunchi, flor de Guantánamo, violada en un soneto”.

 

El poema fue posteriormente alterado, corregido, matizado y publicado con el mismo título en “Ahora el amor abre un paréntesis” (La Habana, 1960).

Aparte de lo señalado, se debe recordar que Pedro Mir fue también educador, investigador, narrador, profesor, historiador, esteta, periodista, abogado, fotógrafo y músico. En este mes de noviembre de 2022 el Banco de Reservas de la República Dominicana y el Archivo General de la Nación presenta la edición de sus Obras Completas en 4 tomos, el primero de ellos con toda su poesía, y prologado por el escritor y académico Basilio Belliard. Esta publicación arrojará más luz acerca de lo dicho aquí, y sobre la relevancia y permanencia de su impronta, justamente cuando una serie de noveles escritores no sólo no lo conoce, sino que también lo pretende desconocer (visto el verbo en su acepción más necia).

Pedro Mir, el Poeta de la Patria, nació a cien años justos de distancia del Padre de la Patria, Juan Pablo Duarte (1813): una tirada de datos nunca abolirá el azar.