El enfrentamiento entre Rusia y Ucrania, sumado a los despiadados y desconsiderados ataques de Israel contra la Franja de Gaza, Líbano, Siria y Yemen -de la mano con Estados Unidos e Inglaterra-, ha desencadenado una crisis humanitaria sin precedentes. Más allá de las cuantiosas pérdidas de vidas humanas, los horrores y sufrimientos infligidos, y los daños materiales colosales, estos conflictos siguen forzando el desplazamiento de cientos de miles de familias hacia naciones vecinas en busca de seguridad y oportunidades laborales.
La guerra en Ucrania, que estalló en febrero de 2022, fue precipitada por la indiferencia de Occidente ante los reiterados llamados de Moscú para detener la expansión de la Alianza Atlántica hacia sus fronteras. Este conflicto ha desplazado a más de diez millones de ucranianos, quienes se ven obligados a trasladarse dentro del país hacia zonas más seguras o a cruzar fronteras internacionales.
Con más de 2,093 kilómetros de frontera terrestre y 567 kilómetros de límites marítimos con Rusia, Ucrania comparte frontera también con Bielorrusia al norte, Polonia y Eslovaquia al oeste, y Rumania, Hungría y Moldavia al suroeste, facilitando así el éxodo masivo de refugiados.
A pesar de los múltiples esfuerzos desplegados por ACNUR y otras organizaciones humanitarias, cerca de quince millones de refugiados en Europa requieren asistencia urgente, representando el 40% de la población total de desplazados en el continente. Debemos reconocer que países como Bulgaria, Estonia, Letonia, Moldavia, Polonia y Rumania muestran una notable apertura para recibir ayuda destinada a los refugiados. Sin embargo, simultáneamente, los círculos gobernantes de estos países declaran su apoyo a la continuación del conflicto con Rusia.
Este doble juego, cuyo propósito aparente es infligir una derrota estratégica a Moscú y subyugarla a los designios geoestratégicos de las élites occidentales, se traduce en una alineación incondicional con Estados Unidos y las potencias europeas, principales financiadores y proveedores de armamento en el conflicto. En realidad, se trata de una guerra contra Rusia utilizando a Ucrania como carne de cañón.
Mientras tanto, los líderes europeos parecen ciegos ante la grave crisis económica que asola sus principales economías, una consecuencia directa de la interrupción de los suministros energéticos baratos provenientes de Rusia. En lugar de buscar soluciones pacíficas, continúan avivando la confrontación bélica en el este. Paralelamente, hacen la vista gorda ante el proceso de exterminio de la población palestina en Gaza y la expansión de Israel hacia el territorio sirio tras la caída del régimen de Bashar al-Ásad y los alauitas, sin olvidar la devastación de la capital libanesa y sus aldeas circundantes.
Esta complicidad europea no solo perpetúa la violencia en múltiples frentes, sino que también ignora las crecientes catástrofes humanitarias que afectan a millones de personas inocentes. La comunidad internacional enfrenta un desafío monumental para revertir esta tendencia de conflictos interminables y trabajar hacia una paz duradera que respete la dignidad, soberanía y derechos fundamentales de todas las naciones involucradas.
¿Qué podría hacer la comunidad internacional para detener la locura de Occidente de derrotar militarmente a la primera potencia nuclear que sigue siendo Rusia? Al parecer, muy poca cosa, ya que la mayoría de los gobiernos están sometidos a la voluntad de los halcones occidentales que les dictan las reglas, la forma y contenidos de los discursos, la política exterior y hasta el curso de los acontecimientos internos.
Nunca olvidar que se trata de conflictos que generan grandiosas ganancias a las empresas militares y, en el caso de Ucrania, al mismo círculo de poder que domina al país como cualquier malvada dictadura de décadas pasadas.
Es por ello por lo que el dictador Zelensky, que carece de la legalidad necesaria para ostentar el título de presidente constitucional de su país, insiste en la guerra, en los multimillonarios suministros occidentales de armamentos y en mantener los pilares financieros externos de una economía destruida.
Sus últimas declaraciones lo demuestran claramente: los refugiados ucranianos en Europa, que reconoce son utilizados como mano de obra barata, regresarían a su país si Occidente le provee a su descompuesto régimen sistemas de defensa anti-área de última generación. Al parecer, el conflicto con Rusia, una nación unida a la suya desde su génesis, es la razón de ser del comediante Zelensky y sus más cercanos secuaces.
No es para nada casual que el principal asesor y cómplice de este presidente ilegítimo, Mijaíl Podoliak, afirmara recientemente que la única manera de derrotar a Rusia es hacerlo usando Ucrania. De lo contrario, los países de la OTAN tendrán que prepararse para consecuencias realmente graves.
Ya no solo pretenden aterrorizar al pueblo ucraniano con el fantasma ruso que ellos mismos articularon pacientemente, sino que también asustan a sus propios aliados para obtener otros miles de millones de dólares en asistencia humanitaria, apoyo a una economía en quiebra y renovación de los depósitos de armas que ha cada momento destruye Rusia.
La encrucijada actual exige una reevaluación profunda de las estrategias y alianzas que han llevado a un aumento desmedido de los conflictos globales, tal y como han afirmado recientemente las autoridades rusas. Rusia, Eslovaquia, Hungría, Serbia y China insisten en priorizar el diálogo y la diplomacia sobre la confrontación militar, reconociendo que la perpetuación de estos enfrentamientos solo agrava el sufrimiento humano y desestabiliza regiones enteras. Claman para que las naciones occidentales reconsideren sus políticas exteriores, poniendo fin a la instrumentalización de conflictos para beneficios económicos y geopolíticos, tal y como ocurre en Oriente Medio y Europa Oriental.