El pasado siglo fue calificado como el siglo de los extremos, sin embargo, algunos de los actuales conflictos violentos tienen expresiones tan o más horrorosas que la generalidad de los episodios de horror de los de la pasada centuria. Pienso en el holocausto a cielo abierto que con ciega ferocidad mantiene el militarismo de Israel en Gaza y la indiscriminada destrucción de las infraestructuras de Ucrania y de algunas zonas de Rusia, de las que en esencia son responsables los grandes capitales que controlan las industrias de guerra de los países integrantes de la OTAN. Tan condenables son esos conflictos, como la afrentosa ceguera de muchos sectores frente a estos y frente a sus protagonistas.
En el pasado siglo, en algunos países europeos un abanico de fuerzas que iba desde el centro hasta la izquierda, incluso hasta de algunos de la derecha tradicional, mostraba una significativa coincidencia en la condena a las acciones de extremismos bélicos de inicios de siglo y del nazi fascismo de los años 20 hasta mediado de los 40. Era entonces una lucha en que lo fundamental era la defensa de las conquistas democráticas logradas en esos periodos. No podría decirse que era unánime las posiciones frente a las guerras, pero desde posiciones de izquierda muchos condenaron alguna guerra, como el primer mundial, otros la apoyaron. Pero lo que nunca se vio fue que apoyaran regímenes de impronta tan autoritaria que lindan con las posiciones fascistas.
Entonces había una clara conciencia de defensa de derechos ciudadanos inalienables en esta parte del mundo y la defensa y expansión de esos derechos cada más iba a más. Hoy, en algunos casos, la intolerancia, el desprecio a valores esenciales para la convivencia democrática van cada vez más a menos, y eso explica las ambivalencias y s absurdos de algunas posiciones frente a la guerra en el territorio de Ucrania y aunque no igual, de alguna manera parecido, y frente al holocausto de Israel en Gaza. En el primer caso, no pocos que se dicen progresistas apoyan a Rusia, sin plantearse la naturaleza represiva/criminal del régimen que ha impuesto Putin y del apoyo y financiamiento de este a grupos, partidos e individuales de signos nazi/fascistas.
No advierten que de esa guerra son directos beneficiarios los grandes emporios de la industria militar, sobre todo la de los EEUU que con su activa y determinante participación en ella ha apuntalado su poderío tecnológico y su capacidad de producir bienes y servicios para colocarlo en el mercado mundial, ni que los ejércitos de la OTAN han multiplicado las ganancias de los señores de guerra en sus respectivos países, por ende su capacidad de hacer daño. Tampoco que la acción de Putin lejos de debilitar esa alianza militar provocado que se solidifique y amplie incorporando países que, como Suecia, era impensable que se sumasen a ese engendro y que además, con acción militar los oligarcas rusos que se adueñaron del complejo militar del país, también engrosan sus fortunas.
Al final, son los pueblos ruso y ucraniano los grandes perdedores, sobre todo este último que ha visto la sostenida destrucción de sus infraestructuras productiva, sanitaria, educativa y hasta cultural. El éxodo de la población de enteras regiones de esos países, la matanza de civiles, niños, envejecientes y jóvenes que caen como moscas en los campos de batallas peleando por una guerra absurda y que tienen mayores niveles de cinismo que las del pasado siglo. Y no solo sufren la población de esos países, también las de otros países del mundo, principalmente los europeos, que ven cómo los recursos que podrían ser usados para mejorar sus condiciones de vida, que desde hace mucho va en picada, son utilizados para mantener a todo dar la producción bélica, además por el encarecimiento de algunos productos esenciales.
Otro de los problemas que genera esta conflagración regional, que puede tornarse mundial, es que apuntala los regímenes corruptos y represivos instalados en los países envueltos directamente, porque sus oligarquías exacerban el sentimiento nacionalista y el odio entre los dos pueblos. Nada bueno sale de eso. En el caso del holocausto de Israel en Gaza, su fría preparación de un plan de genocidio y de exterminio (limpieza étnica), sólo es comparable con el Holocausto preparado por los nazis como “solución final”, la matanza de la población judía en Alemania y en toda Europa. Condenar esa acción es ética y políticamente justo, como también condenar la barbarie de Hamas contras sus rehenes.
Apoyar ese grupo, es darle la espalda al amplio movimiento dentro del mundo judío que condena el holocausto israelí en Gaza y favorecer a grupos, y a los árabes que luchan contra gobiernos y posiciones fundamentalistas. La generalidad de los conflictos bélicos o de violencia larvada que laceran el mundo de hoy, es que muchas veces se convierten en fuentes de acumulación de capital, como el ruso-ucraniano, amalgamadas con viejas y taponados diferendos de carácter religioso, étnico, de intereses regionales, nacionales y de caciques locales. Apoyarlos acríticamente y al margen del tema de clases, más que una insensatez constituye una irresponsabilidad o de una inútil obcecación.