En la actualidad, el asedio de Occidente contra Palestina se despliega bajo la retórica de civilización versus barbarie. En su reciente discurso ante el congreso de US, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, sostuvo lo siguiente: “Este no es un choque de civilizaciones; es un choque entre barbarie y civilización”, radicalizando la tesis del choque de S. Huntington. En lo que sigue, desempaco cinco factores para evaluar el actual escenario geopolítico en Oriente Medio.

  1. Comercio Transnacional

Desde el punto de vista del comercio transnacional, el genocidio en Palestina evidencia el permanente interés de Occidente de ganar más control sobre los recursos y rutas del Medio Oriente. En este caso, vía su alianza con el Estado de Israel por su ubicación estratégica. El Oriente Medio no solo cuenta con abundantes reservas de petróleo y gas natural, sino que sus costas bordean las tres principales rutas marítimas de comercio entre Oriente y Occidente. Primero, el estrecho de Ormuz, ubicado entre Irán y Omán, es una ruta clave para el comercio de petróleo y gas, conectando el Golfo Pérsico y el mar arábigo con rutas hacia Asia y Europa. Segundo, el Estrecho de Mandeb, localizado entre la península arábiga (Yemen y Arabia Saudita) y el Cuerno de África (Somalia y Djibouti), ruta que conecta el mar arábigo con el mar Rojo. Finalmente, el Canal de Suez, ubicado en Egipto, conecta comercialmente África, Asia y Europa en dirección hacia el estrecho de Gibraltar (colonia británica de ultramar). En línea directa hacia la costa este de Las Américas y el Caribe, al otro lado del Atlántico.

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Fuente: Al Mayadeen.

2. Alianzas geopolíticas

La situación Palestina evidencia —grosso modo— dos bloques enfrentados a partir de alianzas porosas: Occidente versus Oriente. Estos bloques están definidos por factores culturales y económicos más que por alianzas geográficas. Los Estados de mayoría cristiana/católica/judía (Estados Unidos, Europa Occidental/NATO, Israel), actúan en alianza cruzada con Estados musulmanes de mayorías sunitas/modernistas (Arabia Saudita, Egipto, Turquía, por ejemplo). Este bloque además tiene una alianza histórica con un conjunto de países asiáticos como es el caso de Japón, Tailandia y Corea del Sur. Australia también pertenece a este grupo, desde Oceanía, en línea directa con UK.

Mientras que en el lado opuesto se encuentra el Estado de mayoría Chiita/tradicionalistas (Irán), en alianza con los Alauitas (Siria), sumado a grupos paramilitares apoyados por Irán: Hamas (Palestina), Hezbollah (Líbano), PMF (Irak), Hutíes (Yemen), entre otros. Este bloque cuenta con decisivos aliados en Asia como es el caso de Rusia, China y Corea del Norte. Venezuela también es de la partida. Y en el medio —alegando neutralidad— se encuentran un conjunto de países que juegan la carta de “ambigüedad estratégica” como es el caso de India, Brasil, Suiza y Omán. Por citar algunos casos.

3. Derecho Internacional

Una mirada crítica del derecho internacional revela que el genocidio en Palestina expone la ineficacia permanente de las Naciones Unidas frente a la voluntad Israel, Estados Unidos y sus aliados. La problema judío-palestino es de larga data, pero adopta una faceta institucional en el siglo XX a partir de la creación de la ONU. En 1947, la Asamblea General de la ONU aprobó la Resolución 181 para la creación del Estado de Israel y la partición de Palestina. Es la llamada “solución de dos Estados”. El problema es que la mayoría de las naciones musulmanas votaron en contra de tal “solución”, mientras que los judíos la apoyaron respaldados por occidente. En mayo de 1948, un año después, estalla la primera guerra árabe-israelí. Ciertamente, era moralmente necesario adjudicarle un Estado al pueblo judío frente al Holocausto nazi. Sin embargo, desde un ángulo realista: ¿era necesario promover un Estado judío en medio de naciones árabes a partir de una lectura sionista de la historia? ¿Acaso la “solución de dos Estados” en realidad constituía una estrategia geopolítica diseñada por Occidente para reforzar su influencia en Oriente Medio, vía el Estado de Israel y agudizar divisiones regionales? Estas preguntas guardan relación con dos antecedentes relacionados al imperialismo británico: el acuerdo de Sykes-Picot (1916) y la Declaración de Balfour (1917). Ambos confeccionados durante primera guerra mundial. Por el primero, el imperio británico “anexaba” el territorio palestino tras la partición del imperio otomano (turco). Por el segundo, los británicos se comprometían ante la comunidad judía en crear un “hogar nacional” judío en Palestina. Visto así, la declaración de Balfour se llegó a materializar en las Naciones Unidas con la creación del Estado de Israel en mayo de 1948 como una medida táctica-institucional para legalizar la posición de Israel en Oriente Medio jugando en pared con sus aliados dentro del Consejo de Seguridad: Estados Unidos, UK y Francia. Incluso la ex Unión Soviética apoyó la Resolución 181. Luego, el afán expansionista de Israel se confirma con la guerra árabe-israelí de 1967 mediante la cual ocupa de facto la península de Sinaí, la franja de Gaza, Cisjordania, los Altos del Golán y el Este de Jerusalén. De hecho, los lideres sionista sabían que la “solución de dos Estados” era una medida táctica transitoria frente a un objetivo mayor: la ocupación total del territorio Palestino y el expansionismo. Cito al histórico primer ministro de Israel, David Ben-Gurion, quien sostuvo lo siguiente en 1949: "Antes de la fundación del Estado, en vísperas de su creación, nuestro principal interés era la autodefensa. . . pero ahora la cuestión que nos ocupa es la conquista, no la autodefensa. En cuanto a la fijación de fronteras, es una cuestión abierta". (Segev 6).

4. Colonialidad/Decolonialidad

Desde un ángulo de-colonial, la situación en Palestina confirma el continuo intervencionismo occidental para controlar recursos, ampliar mercados y expandir su epistemología en el resto del mundo. Irónicamente, occidente está liderado por países que se autodefinen como “democracias liberales”. En la práctica, estas democracias son herederas y se sustenta en el colonialismo europeo en las Américas, Oceanía, África, Oriente Medio y Asia. Es cuestión de revisar la historia de Occidente de los últimos siglos. En tiempos actuales, la estructura transnacional de poder (viejos imperios) opera en alianza con oligarquías nacionales para la implementación de shocks neoliberales como medidas de “rescate” de países en crisis frente a la lógica del progreso. A partir de lo cual se realiza un trabajo de ingeniería social para la creación de una clase media liberal defensora de la democracia occidental, pero ciega frente al neocolonialismo inglés, francés y estadounidense porque son quienes “pagan las cuentas”. Esta retórica del progreso proviene del siglo de las luces europeo montado sobre filosofía grecolatina, la teología judeocristiana y el protestantismo. ¿Hitos históricos? La Revolución inglesa (1688) y su doble estándar: estructuras coloniales en Asia y el Caribe; la Revolución de Estados Unidos (1776) y su estándar: el exterminio de las naciones originarias y la trata de esclavos; la Revolución francesa (1789) y su estándar: estructuras coloniales al Norte de África y el Sahel. Solo por mencionar algunos casos. Recuérdese que la configuración y nomenclatura de las actuales fronteras nacionales deriva de la colonización genocida de las Américas y su legalización a partir de la Bula de Alejandro VI (1493), el Tratado de Tordesillas (1494), la Paz de Westfalia (1648), el Tratado de Paris (1763), y las Conferencias de Berlín (1885), ya en el ámbito africano. De hecho, el cartógrafo alemán Martin Waldseemüller acuñó en 1507 el nombre “América” para referirse al Nuevo Mundo en “honor” al explorador y conquistador italiano Amerigo Vespucci.

5. Filosofía Política

Desde el ángulo de filosofía política, me enfoco en los Estados Unidos por ser el país que apoya decididamente el expansionismo de Israel en el Medio Oriente. El tema es complejo, pero la filosofía política de US ha operado bajo la influencia y asimilación pragmática del liberalismo europeo (valores), los Papeles Federales (gobierno), la doctrina Monroe (proteccionismo) y el Destino Manifiesto (expansionismo). Pero hay más. A nivel de política exterior, los estrategas estadounidenses operan bajo el influjo del teórico nazi Carl Schmitt y del filósofo judío-alemán Leo Strauss. De hecho, como nos lo recuerda la filósofa Anne Norton, el gobierno estadounidense custodia y estudia los 3000 volúmenes incautados de la biblioteca de Carl Schmitt una vez terminada la segunda guerra mundial. ¿Qué dice la filosofía política de Schmitt? En su ensayo El Concepto de lo Político (1927), Schmitt sostenía que la naturaleza de lo político está basada en la distinción entre enemigo y amigo, o entre la capacidad de poder identificar aliados y detectar enemigos. Dice Schmitt: “La distinción política específica a la que se pueden reducir las acciones y motivos políticos es la que existe entre amigo y enemigo” (26). Schmitt también era crítico del liberalismo: sostenía que esta ha creado un mecanismo de pesos y contrapesos de poder (gobierno, elecciones, entretenimiento, individualismo y diplomacia) que diluyen la polaridad política, asimilando o reprimiendo potenciales enemigos. El problema con la represión, como se sabe, es que no destruye la energía que aspira eliminar, sino que la desplaza dentro del mismo sistema. Lo cual genera que la energía desplazada reaparezca luego de manera violenta contra el sistema represor.

En el caso de Strauss —quien escribió una revisión del ensayo de Schmitt—su filosofía elabora una crítica del liberalismo, del relativismo y de la distinción (weberiana) entre hecho y valor. De hecho, en 1932 Strauss abandonó Alemania a partir de una beca dada por la Fundación Rockefeller. Y emigró a Estados Unidos en 1936, luego de publicar libros sobre Maimónides, Hobbes y Spinoza. En 1949, obtuvo una posición de catedra en la Universidad de Chicago (cuna del neoliberalismo) y desde allí publicó sus libros más importantes. En su libro Natural Rights and History (1953), Strauss criticaba el pensamiento relativista-historicista por atar el pensamiento humano a sus circunstancias históricas, frenando la posibilidad de justificar la superioridad de una cultura frente a otras. Strauss sostenía que el rechazo del derecho natural por parte de la filosofía moderna conduce al relativismo moral y a la erosión de los estándares objetivables. Frente a esto, planteaba la superioridad moral de las democracias liberales porque —decía— sus valores y fortalezas son autoevidentes, pese a sus falencias para construir una real comunidad cívica. En el plano geopolítico, Strauss —siguiendo a Schmitt— sugería que el liberalismo, por ser universalista, genera un estado de paranoia, vigilancia total y guerras preventivas. Todo el mundo se convierte es enemigo/amenaza potencial.

Strauss ha tenido una influencia más directa sobre un grupo de funcionarios estadounidenses: los llamados Straussianos, entre ellos: Paul Wolfowitz, Condoleezza Rice, Abram Shulsky, Robert Kagan y William Kristol, estos dos últimos fundadores del “Proyecto para un Nuevo Siglo Americano” lanzado en 1997. El caso de Paul Wolfowitz es revelador. Wolfowitz fue estudiante de Leo Strauss en la Universidad de Chicago a fines de 1960. Luego ocupó cargos de inteligencia en distintas administraciones. Ya 1992, el New York Times publicó extractos filtrados de lo que sería conocida como la Doctrina Wolfowitz, la cual delineaba la política exterior estadounidense post guerra fría. Apoyándose en el memorándum Kennan (1946), la doctrina Wolfowitz proponía que US debiera “impedir que cualquier potencia hostil domine regiones cuyos recursos, bajo un control consolidado, serían suficientes para generar poder global” (309), lo cual cubría las regiones de Europa, Asia, la ex Unión Soviética y el Oriente Medio. De hecho, en el 2000 apareció el libro Present Dangers, editado por Kagan y Kristol, cuyos artículos hacen eco de la línea de Wolfowitz, quien colabora con un ensayo titulado “Statemanship in the New Century”. En este artículo, Wolfowitz sostenía que “…los Estados Unidos no puede darse el lujo de permitir que una potencia hostil domine Europa, Asia o el Golfo Pérsico” (311), sugiriendo que la ausencia de una “amenaza externa” no contribuía en consolidar la posición global de Estados Unidos. La amenaza sobrevino un año después a raíz de los ataques contra las torres gemelas en setiembre de 2001. Wolfowitz, entonces, ocupaba el cargo de subsecretario de Defensa en la administración de George W. Bush, coordinando junto con Donald Rumsfeld y Dick Cheney. En cascada, el gobierno de US activó un conjunto de operaciones contraterroristas en Afganistán (2001), Iraq (2003), Pakistán (2004), Libia (2011), Siria (2014), Yemen (2015), haciendo eco —como sugiriera Carl Schmitt— de un estado de paranoia, vigilancia y guerras preventivas. Política exterior que ha sido seguida —con ligeras variantes— por los sucesivos presidentes de Estados Unidos hasta la actual administración de Joe Biden.

Visto así, el genocidio en Palestina no solo confirma el imperialismo occidental en el Medio Oriente por factores comerciales y geopolíticos, sino que delata la influencia del pensamiento de Carl Schmitt en el terreno de la disputa política de amigos y enemigos, es decir: entre Occidente y Oriente, entre Israel y Palestina, entre “nosotros” y “no-nosotros”. Pero también la situación en Palestina sugiere la influencia de la filosofía de Leo Strauss en la mentalidad estadounidense frente a los gobiernos disfuncionales a sus intereses. Así que cuando primer ministro israelí Benjamín Netanyahu sostiene, frente al aplauso del congreso estadounidense, que la situación en Palestina “es un choque entre barbarie y civilización”, en realidad está usando un lenguaje Schmittiano anclado en el binomio nazi amigo-enemigo. Y no solo eso: Netanyahu sugiere que la alianza Estados Unidos-Israel encarna una civilización superior frente a otras, haciendo eco del pensamiento neoconservador de Leo Strauss.

En el último año, Israel y Occidente han asesinado más de 41 mil palestinos.

Referencias:

Kagan, Robert y William Kristol, editors. Present Dangers: crisis and opportunity in American foreign and defense policy. San Francisco: Encounter Books, 2000.

Mearsheimer, John y Stephen Walt. The Israel Lobby and U.S. Foreign Policy. New York: Farrar, Straus and Giroux, 2007.

Norton, Anne. Leo Strauss and the Politics of American Empire. New Haven: Yale University Press, 2004.

Schmitt, Carl. The Concept of the Political. Chicago: University of Chicago Press, 1996.

Segev, Tom. 1949: The First Israelis. New York: Free Press; London: Macmillan, 1986.

Strauss, Leo. Natural Rights and History. Chicago: University of Chicago Press, 1953.