En el cuatrienio del presidente Hipólito Mejía Domínguez, el secretario de las Fuerzas Armadas lo fue el reconocido teniente general, historiador y poeta José Miguel Soto Jiménez, quien introdujo en esa institución castrense la modalidad de almorzar en su despacho con distinguidas personalidades del sector político, con historiadores, intelectuales, artistas y escritores.
En un hecho sin precedentes, por primera vez las Fuerzas Armadas abrieron sus puertas al debate de las ideas en donde confluían intelectuales, escritores, historiadores, oficiales, empresarios y políticos con dirigentes comunistas.
Incluso, dentro de los cuatro años en que el teniente general Soto Jiménez estuvo al mando de la citada institución militar, se llegó a realizar un seminario por espacio de tres días en el que cada sector expuso sus ideas y fueron recogidas en un libro.
En la carta, mi buen amigo Ludovino Fernández solicitaba una réplica frente a los ataques de un reconocido periodista cubano con relación al caso de Jesús de Galíndez.
En uno de esos ágapes, repito, que se llevaban a cabo en el despacho del destacado historiador Soto Jiménez, al alto oficial se le ocurrió la idea de que se invitara al pundonoroso general José María Pérez Bello y, mientras los comensales degustaban sabrosos manjares, el secretario de las Fuerzas Armadas le preguntó que si era cierto que quien escribe, en sus visitas al presidente de la República, doctor Joaquín Balaguer, se pasaba mucho tiempo conversando con él sobre diversos temas literarios, a lo que el general Pérez Bello, quien era subsecretario de la institución castrense, contestó afirmativamente.
Recientemente, el afamado historiador Roberto Cassá, director del Archivo General de la Nación, nos invitó al general Soto Jiménez y a este humilde servidor a un almuerzo en la institución y, en una acción espontánea, le expresó a Cassá: “Sabido es que Cándido Gerón era el escritor que con mayor amplitud hablaba con Balaguer”.
En cierta manera, Balaguer llegó a tenerme mucho aprecio y respeto porque, en primer lugar, nunca le pedí nada. A él le disgustaba bastante que los funcionarios, militares, políticos, escritores y empresarios le pidieran cargos, exoneraciones y otras prebendas. En ocasiones, cuando lo visitaba en el Palacio Nacional y entrábamos en materia sobre determinado poeta, escritor o filósofo, el tiempo parecía detenerse, y personalmente me sentía mal al saber que en el antedespacho esperaban funcionarios, militares de alto rango, dirigentes políticos y empresarios.
En una ocasión, después de agotar un tiempo más de lo normal en una visita a un jefe de Estado de su posición, le dije: “Poeta, excuse mi imprudencia, debo retirarme. Ahí fuera lo esperan numerosas personalidades y eso me inquieta”. Y me respondió: “Poeta Gerón, los que vienen a verme pueden esperar, yo sé a qué vienen. No se cansan de pedir, quieren que se regale el país, y este momento para hablar acerca de Mariano Azuela tal vez no vuelva a repetirse.
En segundo lugar, me gané el aprecio de Balaguer porque tuve el valor de escribir el libro: Hacia una interpretación de Joaquín Balaguer, editado en Editora Corripio, por iniciativa de Miguel Cocco Guerrero y Teófilo (Quico) Tabar.
Viajé a París con una carta que me suministró personalmente el profesor Juan Bosch, para ser entregada a Claude Coffon, el traductor más importante del país galo y decano de la Facultad de Humanidades de La Sorbona de París, donde le solicitaba en la misiva colaborar con el portador de la misma en la medida de su ocupado tiempo.
En el aeropuerto Orly de París me esperaban el escritor Guillermo Piña Contreras y su distinguida esposa, Francoise Mironneau, quienes amablemente me llevaron al hotel Select de la Plaza de La Sorbona, donde me había hospedado anteriormente. Al día siguiente, me reuní con el doctor Emilio Fernández, a la sazón embajador en Francia y, días después, Piña Contreras me llevó donde Antoine Soriano, propietario de la Librería Española, establecimiento heredado de su padre quien, al estallar la Guerra Civil Española (1936-1939), se estableció en la ciudad de la luz, ocasión que aprovechó para fundar dicho establecimiento, lugar que sirvió de reuniones y tertulias de escritores, artistas y políticos republicanos.
Al dejar París, viajé a Madrid para entregar una carta al destacado periodista y escritor Juan Luis Cebrián, quien era en ese tiempo director del periódico El País. En la carta, mi buen amigo Ludovino Fernández solicitaba una réplica frente a los ataques de un reconocido periodista cubano con relación al caso de Jesús de Galíndez.
La razón por la cual el doctor Emilio Ludovino Fernández me escogió para hacer entrega de la misiva personalmente a Cebrián, tenía que ver con mi condición de amigo debido a que, cuando me tocó dirigir la Biblioteca Nacional, tuve la oportunidad de invitarle a dar una conferencia en el país, pero sus múltiples ocupaciones impidieron que la iniciativa se materializara.
Meses después, recibí una llamada de Guillermo Piña Contreras, a quien había encargado la corrección de las galeras del libro Hacia una interpretación de la poesía de Joaquín Balaguer en francés. Una vez supe que el libro había sido impreso, solicité una cita al presidente Joaquín Balaguer y le hice el anuncio y, como es natural, se sintió muy complacido. Aproveché la oportunidad para preguntarle a quién iba a enviar a París en su representación y sin vacilar me dijo que al doctor Mariano Lebrón Saviñón.
El acto de puesta en circulación de la obra se realizó en la Librería Española, donde Mariano presentó la obra. Al acto asistieron el embajador Ludovino Fernández, doña Vivian Estrella, Philippe Rousillón, director general de la Unión Latina, la distinguida intelectual Lil Despradel, el reconocido pintor dominicano Vicente Pimentel, radicado en París por varias décadas, el escritor y académico René Richard, Guillermo Piña Contreras y su esposa Francoise Mironneau, la doctora Martha Olga García y Elvira Cross, dominicana y funcionaria de la UNESCO, entre otras personalidades del mundo académico, intelectual y diplomático.