Siempre me ha parecido extraño que en la República Dominicana los políticos creen que todos los problemas se resuelven creando un ministerio nuevo.
El último que se creó fue el Ministerio de la Vivienda, Hábitat y Edificaciones, y vamos a ver si alguna carencia que teníamos antes en términos de viviendas y edificaciones ha sido resuelta, o está en vías de resolverse por ello.
Hasta la década de 1970 el actual Ministerio de Educación concentraba funciones que posteriormente se les fueron transfiriendo, en la medida que se iban creando, al Ministerio de Deportes, Educación Física y Recreación, al de Educación Superior, Ciencia y Tecnología, al de la Juventud y al de Cultura.
Cinco ministerios para lo que antes hacía uno y, vamos a ver qué ha cambiado: mejor dicho, no es que todo haya seguido igual, porque el país y el mundo ha cambiado, pero nada que asegure que lo que se haya hecho no se pudo hacer con la estructura que había.
Si en Francia hay 15 ministerios, en Alemania 13 y en España 15, ¿por qué la República Dominicana tendría que tener 24? Sin contar que cualquiera de esos ministerios en Francia administra un presupuesto mayor que la suma de todos los ministerios dominicanos.
¿Alguna evidencia de que la gestión pública funcione mejor en nuestro país, que el Estado provea más y mejores servicios? En absoluto. Tampoco creo que las cosas van a mejorar solo porque se eliminen algunos.
La iniciativa del Gobierno responde más bien a un esfuerzo de relaciones públicas, en un momento en que tiene que reclamarle a la población mayores aportes fiscales, en un país en que los medios viven insistentemente señalándole las deficiencias y en que muchos venden la idea de que la corrupción o el despilfarro se resuelve eliminando instituciones. Pero al fin de cuentas, lo mismo que se hace con 24 ministerios, lo bueno y lo malo, se puede hacer con 20 y hasta con 10.
La idea propuesta por el Gobierno es que con ello se va a reducir el gasto público, por lo menos en las funciones en las cuales desaparecen instituciones. La experiencia indica que eso difícilmente se logre.
Cuando anteriormente se han suprimido o fusionado dependencias gubernamentales, lo habitual ha sido transferir todo el personal, planta física y atribuciones a otra. La disposición de prescindir de algunos funcionarios responde más a una decisión política que a la reorganización institucional, pues cuando el presidente quiere baja el número de funcionarios de cualquier institución sin tener que suprimirla. Y cuando quiere aumentarlos los aumenta.
Algo parecido ocurre con las medidas de ahorro en bienes y servicios, incluyendo yipetas y combustibles, viajes, dietas, etc. Todos los gobiernos esporádicamente toman la misma decisión y cada una se respeta por unos días, al cabo de los cuales se olvida y se vuelve a la práctica anterior. Y no es por casualidad: aun la gestión pública más eficiente necesita de todo eso para operar, y lo que escandaliza en este país es lo fácil que se abusa de ello.
Toda la vida he insistido en la necesidad de racionalizar los gastos públicos. Ahora bien, mucha gente piensa que el problema es el exceso de gastos, cuando es realmente la calidad. Y no todo se resuelve gastando adecuadamente lo poco que se tiene. Si bien la calidad del gasto tiene mucho espacio para mejoras, un buen sistema de servicios requiere muchos recursos y en el país el gasto fiscal es bajísimo en términos internacionales.
Mucha gente me ha pedido opinión sobre la fusión de los ministerios de Economía y Hacienda. La verdad es que ambos tienen muchas cosas en común, que puede hacerlas uno solo, y cuando se ven los puntos de convergencia, la separación trae más problemas que los que resuelve. Desde ese punto de vista, la fusión ayudaría.
Pero hay otras cosas en que hay que ser cuidadosos. Alguien tiene que tener la mirada puesta en el largo plazo, pues de lo contrario, sería como conducir de noche con las luces apagadas. Una vez, siendo ministro de Economía, escuché a otro colega decir algo así como lo siguiente: Los gobernadores de Banco Central tienen la mira puesta en el próximo mes; los ministros de Hacienda en el próximo año, y los ministros de Economía en la próxima década.
Y es que hay problemas estructurales, como la planificación, la infraestructura, la cohesión territorial, los cambios demográficos, los impactos del cambio climático, los desequilibrios sociales y pobreza, etc., que exigen algo más que el equilibrio macroeconómico.
Además, en instituciones tan tecnificadas como los ministerios de Economía y Hacienda, es poco lo que podría ahorrarse en términos de nómina, pues generalmente se trata de personal técnico que hace trabajo especializado. No es el tipo de organización que se preste mucho para dar empleos a compañeritos.