La sociedad dominicana lleva década sumergida en el lamento y en la denuncia de las deficiencias del personal docente. Por aire, mar y tierra, se difunden sus pobres resultados y la caótica situación en la que ha colocado la educación del país. Pocos actores y sectores consideran que hay otras variables que afectan de forma sustantiva al sistema educativo dominicano. Considero esta forma de pensar como una injusticia y un desconocimiento radical de la realidad educativa de esta nación. El 16 de agosto de este año, el presidente Luis Abinader Corona, anunció que en su nueva gestión gubernativa centrará su atención en la formación docente.
Sí. El magisterio nacional tributa a la debilidad del sistema educativo como una variable muy importante, pero no la única. Por ello, aseguro que habrá mejoras en los centros educativos y en las aulas, pero con un alcance limitado. El sistema educativo del país requiere una transformación total. Sus estructuras, sus relaciones, sus enfoques, su propuesta curricular, las políticas y la vinculación con los avances científicos y tecnológicos demandan adecuación a los tiempos actuales. Los cambios necesarios no se agotan en la formación de los docentes, van más allá. Pero, ningún gobierno dedica el tiempo y el dinero necesarios para realizar cambios estructurales en la educación dominicana.
La formación docente y de los gestores de la educación es necesaria, pero su efectividad estará condicionada por factores endógenos y que ningún gobierno extirpa. Entre ellos:
-El clientelismo político que erosiona la educación dominicana.
– El uso del nombramiento en educación como fórmula para pagar trabajos realizados en la campaña electoral o la fidelidad al partido político.
– La intensa actividad sindical en los centros educativos, Direcciones Regionales y Distritos Educativos.
-La carencia de identidad profesional docente que lleva a muchos a distanciarse de un ejercicio de la educación digno, competente e inspirador.
-La débil formación y la desactualización de los docentes y de los gestores.
-La ausencia de investigación educativa sistemática en las instituciones educativas y en el sistema educativo responsable de los niveles Inicial, Primaria y Secundaria.
-La crisis de sentido y la atomización de las instituciones formadoras de docentes.
-Las tensas relaciones entre el ministerio de educación y la Asociación Dominicana de Profesores.
-La banalización de la ética en educación.
-La masificación y dispersión en el ministerio de educación.
Ante esta realidad, la posición no es paralizarse. Por el contrario, la acción ha de ser más cualificada y sistémica. Mientras haya experiencias educativas con significados esperanzadores, hay que actuar, con ilusión y denuedo. Nada ni nadie debe limitar la intrepidez educativa. El país necesita que se le aporte al máximo en el campo de la educación. Para ello, no se deben agotar las fuerzas en suma de actividades. Es necesario pensar la educación dominicana. Es un imperativo investigar para encontrar las mejores soluciones en el presente y en el futuro. Es oportuno potenciar la capacidad propositiva y la participación en acciones que fortalezcan la calidad de la educación.
Se espera de esta nueva gestión gubernativa que las autoridades educativas honren el anuncio de que la formación docente formará parte de la agenda. Es importante una formación sistémica, que le aporte a los docentes referentes para pensar y repensar su práctica; que los prepare para ser investigadores de lo que acontece en el aula y de sus propias prácticas. El proceso formativo ha de ser pensado y con una direccionalidad que aclare y oriente la identidad profesional docente, la importancia de construir conocimientos con sus pares y de propiciar aprendizajes con significados en el aula. Es necesaria una formación que acentúe el desarrollo intelectual, ético y social de los profesores.