Este año termina con un mundo sumergido en una profunda y generalizada convulsión más que un fin de año, parece un fin de siglo.  En los fines de siglo siempre ha prevalecido la subjetividad y el temor de que, con la llegada de uno nuevo terminará el recorrido de la historia, el fin del tiempo o la llegada del juicio final.  Con este nuevo año no terminará la historia, ni se producirá la hecatombe que algunos auguran y como se auguraba en los fines de siglo. Pero, la profundidad de los cambios producidos en los liderazgos y correlación de fuerzas en singulares países y enteras regiones podrían agudizar irremediablemente los conflictos políticos, económicos, militares y las fracturas sociales que redireccionarían el curso de la historia.

El temor, esta vez con bases definitivamente objetivas, es que de esos conflictos y de esos nuevos liderazgos surgiría un nuevo e incierto orden mundial. Son prácticamente incontables los elementos que configuran estos conflictos y es casi imposible establecer una jerarquización que dé conocimiento sobre cuál es el más peligroso. Entre los más salientes podría citarse: la profundidad e impacto de las migraciones tanto en los países receptores como emisores, el sistemático genocidio que lleva a cabo Israel en Palestina, el Líbano y ahora en Siria, la posible extensión de guerra entre Rusia y Ucrania, el saqueo de algunas potencias de oriente y occidente de los minerales de África, el auge del nazi/fascismo y la ultraderecha y lo que puede conducir la guerra económica entre China y EEUU, etc.

A ellos se suman la mediocridad, irresponsabilidad y cinismo del liderazgo político de las principales potencias mundiales y los dilemas morales, políticos y científicos que se derivarían del uso y abuso de la inteligencia artificial. Sin embargo, prima la idea de que el conflicto entre China y los EEUU, es el más determinante en este nuevo orden o curso de la historia que comienza a despuntar. En cierto modo, podrían no estar descaminados quienes tienen y pregonan esa idea. Durante su milenaria historia, China se sintió a gusto en la zona de confort de su aislamiento. Durante siglos fue invadida, saqueada, humillada y hasta mutilada por algunas potencias occidentales y por Japón, la Rusia zarista… y soviética.

El año que iniciamos no será el del fin de los tiempos, del fin del mundo, será como dice Maalouf, una pausa, una suerte de tregua.

En los últimos cincuenta años, de la mano de Deng Xiaoping, que en los 20 vivió cinco en París trabajando y estudiando, además militar activamente en el de Partido Comunista Chino, ese país se ha convertido en la más pujante potencia económica mundial, despojándose de su ancestral gusto por el aislamiento y volcándose hacia el mundo con una inusitada, agresiva y sostenida búsqueda de predominio económico. En la caracterización de Xiaoping, autores como Amin Maalouf, dicen que este no se encorsetaba en ideología, sino que frecuentemente decía “debemos dejar que nos guíen los hechos y la experiencia”. Eso podría estar indicando que no es el predominio de una idea o ideología lo que debía guiar el desarrollo y expansión mundial de su país, sino su economía.

Esto es importante para aclarar algunos equívocos. A lo largo de su historia, China ha tenido imborrables y mortíferos conflictos con Japón y Rusia, ella recela de estos y estos de ella. Ninguna santa alianza podrá sellarse entre ellos para asaltar la “fortaleza” de Occidente. Esta parte del mundo sabe que a pesar de su aún incuestionable poderío económico y militar no puede doblegar el dragón chino, el más potente que Asia haya tenido. Por tanto, la nueva, como la vieja guerra fría, se caracteriza por esa suerte de equilibrio (que puede ser catastrófico) que resulta de la conciencia de que ninguna potencia o región puede salir con vida de una guerra militar total entre ellas.

Quizás el problema más acuciante y peligroso que enfrentemos es cómo detener la deriva autoritaria, de violaciones a los derechos humanos, la inexistencia de instituciones internacionales con capacidad de detener guerras puntuales y mortíferas que son verdaderos genocidios, como el referido de Israel en Oriente próximo, la barbarie en Ucrania, en Haití, en el cuerno de África, etc. Con grandes potencias como Rusia y China dirigidas por autócratas y la otra, aún la primera potencia del mundo, dirigida por un presidente que ha sido condenado por 34 delitos graves y con líderes sin ideas dirigiendo algunas potencias europeas. En esta región, qué nos deparará un año que se iniciará con la fuga de cerebros de algunos países hacia otros más ricos, huyendo de regímenes autoritarios, ilegítimos o ilegales o de las desigualdades sociales.

El año que iniciamos no será el del fin de los tiempos, del fin del mundo, será como dice Maalouf, una pausa, una suerte de tregua. Pero sería insensato no advertir de que si el mundo sigue el derrotero que lleva cualquier chispa lo incendiaría irremediablemente. Por eso, algunos piensan que en este nuevo de año podría ocurrir lo que siempre se ha esperado de los fines de siglo. No creo que así será, por el contrario, será útil para seguir luchando para evitarlo. Albergo esa esperanza.