Cuánto afán vi la semana pasada por aquello de las felicitaciones en el Día Internacional de la Mujer. Tanto, que el mismo afán por rechazar las felicitaciones, siento que le roba espacio al verdadero sentido de la conmemoración. Es cierto que aún faltan muchísimas reivindicaciones por conquistar y muchos espacios por reclamar hasta que la equidad, la verdadera equidad, deje de ser algo coyuntural que se da muchas veces por cumplir una cuota.
Sin embargo, siendo justos, también nos toca reconocer que en materia de equidad se ha avanzado y hay más conciencia de la necesidad de seguir luchando. Existe una conciencia más clara y más amplia de que las mujeres nos hemos preparado, y nos seguimos preparando, para continuar asumiendo roles y que se nos reconozca por ello, no solo por el hecho sexista de ser mujer.
También hay más conciencia por parte de los hombres. Especialmente los más jóvenes, que poco a poco van aprendiendo sobre equidad, igualdad y derechos. De las más jóvenes también, que están más claras sobre lo que por derecho les corresponde y van aprendiendo a reclamar sus espacios cuando ven su libertad en peligro.
El feminismo es otro. Que por más que han querido desvirtuarlo, como pasa con todas las luchas, un grupo, los que verdaderamente saben de eso y conocen la esencia de los reclamos, se mantienen vigilantes y dispuestos a enseñar y reafirmar el valor de la lucha. Sin pasión, sin ceguera y con objetividad se van moviendo y ajustando la lucha y los reclamos a los tiempos y a la sociedad.
Ahora, más allá de los colectivos, de los grupos y las organizaciones, existe un compromiso con el feminismo que trata de enterrar el machismo arraigado, silencioso y letal que desencadena el ciclo de violencia, que necesariamente debe ser enfrentado desde el núcleo familiar, desde el centro del hogar y a través de la educación cotidiana. Un compromiso que debe ser asumido por los padres y que su enfoque debe ir dirigido más que a formar nuestros niños y niñas con sentido de respeto, equidad y justicia, a formar seres humanos.
No se trata de enseñar un varón a fregar; de que las mujeres aprendan a cambiar una goma; invertir roles o quitarle las etiquetas a todo aquello que estaba reservado de manera exclusiva para los hombres y darle cabida a las mujeres; no, de eso no es que se trata. Es muchísimo más.
Debe existir un compromiso serio que cada familia, cada padre, cada madre, sobre todo los de mi generación que estamos criando adolescentes, para formar muchachos con un equilibrio perfecto entre el respeto, la justicia, la equidad, el amor y el bien colectivo; y en esa misma dimensión, apostar también a la agilidad y la destreza que requieren estos tiempos. ¿Tarea sencilla? No; ¿agotador? Claro que sí; pero creo que es la única forma en la que podremos ir enterrando la cultura que perpetua a las mujeres en la tarea de cuidados y que pone también sobre los hombros de los hombres la tarea de llevar la economía, cuando muy bien se sabe que ambas tareas pueden hacerse en equipo.
Me llena de aliento saber que mis sobrinas, entre los 15 y los 18, se sienten y se saben como mujeres en derecho pleno de asumir posturas y defender ideales, que están al tanto de la lucha que muchas mujeres por años han batallado con gallardía para que hoy en día cuenten el privilegio de saberse y sentirse con derechos.
Con mis hijos, día tras día y sin descanso, me empeño en dejarles claro el sentido de la equidad, lejos del abuso; del respeto, sin indiferencia; de la justicia, sin superioridad; y del amor, sin ser pendejos. En mi casa no existe aquello de “eso no es de hombres” o “las niñas no hacen eso”, en su lugar, el enfoque va a lo humano, porque a fin de cuentas, por encima de ser hombres y mujeres, todos somos humanos.
A mí me pueden felicitar, la lucha por los derechos no la detiene la felicitación que alguien, casi siempre por desconocimiento y en buena fe, me puede dispensar. Igual que los “Dios te bendiga”, aunque yo no vaya a una iglesia, los recibo con amor y renuevan el ánimo para seguir luchando cada quien desde su trinchera. Muchos en la calle, algunos desde las escuelas, otros desde el hogar, pero en la lucha todos al fin y al cabo.